¿A quién se le ocurre dejar un trono abandonado en el campo? El primero que lo vea, querrá sentarse. Eso fue lo que yo hice: aparqué el coche y me senté a ver el mundo desde el trono. Créanme si les digo que el mundo se ve igual desde un trono que desde una silla de enea, lo importante es no estar ciego.
Este trono estaba en lo alto de un collado. Quién sabe si lo había dejado allí algún cabrero para descansar de las caminatas, un cazador para acechar a las perdices o algún rey convicto camino del exilio. Quién sabe. Lo más bonito de la vida es ignorarlo casi todo.
Desde allí arriba se oteaban las huertas, las besanas, los rebaños de ovejas, los olivares centenarios, la llanura porfiando con las nubes por la línea del horizonte, los pueblecitos y los caseríos como motas de cal en los trigales, la ciudad diminuta, a lo lejos, muy a lo lejos, como una bulliciosa sospecha envuelta en la bruma.
Al cabo de un rato llegaron dos guardias civiles. Aparcaron el coche junto al mío. Subieron al collado. Buenos días, caballero, ¿le ocurre algo? Nada, gracias a Dios. ¿Está usted bien? Mejor que nunca. ¿Podemos saber qué hace usted sentado en esta silla? Querrán decir ustedes, en este trono. ¿Trono? Sí, trono, pero no se asombren, también Sancho confundió los gigantes con molinos de viento. Ah, dijeron ellos. Estoy aquí descansando del camino y contemplando el mundo, no se preocupen, la tierra sigue separada del cielo, los ricos más ricos, los pobres más pobres y los tontos más tontos.
¿Y adónde va usted, caballero, si puede saberse? Naturalmente que puede saberse, pero no voy, vengo. ¿Y de dónde viene? De Morón de la Frontera, de Salud Mental –intercambiaron una mirada suspicaz y se apartaron un poco- El psiquiatra me ha dado el alta. Saqué del bolsillo el documento y se lo enseñé. Lo leyeron. ¿Sería tan amable de enseñarnos la documentación? Faltaría más. Se la di. La vieron bien. Me la devolvieron.
Nos alegramos de que esté recuperado. Yo también, señores, muchas gracias, hasta hace poco era incapaz de distinguir una silla de enea del trono de un rey –volvieron a mirarse con prevención. Buen viaje tenga usted. Muchas gracias, igualmente, y buen servicio. Bajaron el cerro a trompicones, subieron al coche y se fueron. La serpiente de asfalto que sorteaba los campos labrantíos los terminó engullendo. Sabe Dios lo que irían pensando.
José Antonio Illanes.
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