La sensación de colores que percibía en su estropeada cabeza era lo más parecido a la paleta de un pintor.
Hubo un tiempo que su pincel dibujaba en el cuadro paisajes, de los cuales disfrutaba tumbado en la hierba hasta el día siguiente. Con el paso del tiempo cada vez regresaba más rápido. El viaje de vuelta era casi más caro que el de ida, pagaba con neuronas.
Pocas le quedaban para canjear. La que estaba al mando abandonó su puesto para disfrutar de lo único bueno que le daba la vida. Pero esta vez fue el más corto, duró, lo que duran los sueños y su recuerdo se desvaneció. Ni si quiera recordaba el olor a hierba.
Otra vez el negro, la neurona regresó más enfadada que nunca, ya no era la misma, no distinguía entre amigos o enemigos, lo necesitaba rápido. La vida se le iba en un suspiro.
Esperó como esperan los legionarios a su novia, sin miedos.
La noche le conocía, solían dormir juntos al raso, le ayudo a esconderse. En pocos segundos cambió el color negro, por el rojo más intenso, sintió su calor al manchar sus manos. La neurona a lo suyo, las ordenó coger lo que fueran capaces de albergar. Corrió como alma que lleva el diablo, dejando en el suelo un cuadro a medio terminar.
Se fue en busca de su amigo el vendedor de pinturas, las tenía de todos los colores. Estaba en la esquina como siempre, esta vez le compró todas, como si quisiera acabar el cuadro esa misma noche.
Con una mueca parecida a una sonrisa, se marchó al descampado, buscó un lugar apartado donde no le molestaran otros pintores. Preparó el pincel, cogió de la paleta todos los colores. Pasaron unos segundos y el cuadro se empezó a colorear, su neurona trabajaba a toda velocidad, lo que en otra época eran paisajes, esta vez era un cuadro abstracto.
Antes de que su amiga la noche marchara, para dejar paso al nuevo día, mandó un soplo de aire para quitar el pincel de su vena. Este no se movió, pero consiguió ladear su cabeza, sus ojos miraban como una gota de color rojo se había escapado del pincel y corría libremente por su brazo, atravesando la mano hasta caer en la hierba, con ella viajaba su última neurona…Sus ojos se cerraron.
Alberto Allen del Campo.
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