La vida de esta mujer comienza el diez de diciembre de 1907 en la ciudad Sighetu Marmatiei, perteneciente a Hungría en ese tiempo, y desde 1947 a Rumanía. Era hija de un comerciante acomodado, Moshe Perl, perteneciente a la comunidad judía de Hungría que era la más numerosa, después de la residente en Polonia. Estudió medicina, especializándose en ginecología, en contra del criterio paterno, que consideraba la posibilidad de que Gisele perdiera la fe durante sus estudios. Cuando acabó la carrera, ya se había extendido por Europa la bota nazi, por lo que la familia al completo pasaron a residir en el gueto de la ciudad. Se había casado y tenía dos hijos, una chica y un chico.
En 1944 fue deportada junto a su marido, su hijo varón y sus padres. Solo consiguió esconder a su hija de los esbirros nazis, siendo conducida, junto con su familia, a Auschwitz, donde al saberla médica, fue seleccionada para colaborar con el doctor Mengele, el terrible ángel de la muerte de los Lager. Su tarea era cuidar de las prisioneras enfermas…las que eran capaces de sanar para poder trabajar. Las condiciones del dispensario eran terribles, no tenía vendas, ni anestesias, ni antisépticos. La higiene en la que las prisioneras enfermas vivían era nula.
El taimado Mengele solicita que le avise de cualquier mujer embarazada que detecte en el campo: «Dijo que irían a otro campamento para una mejor nutrición, incluso para la leche. Aprendí que todas fueron llevadas al bloque de investigación para ser utilizadas como conejillos de indias, y luego ser arrojadas al crematorio. Decidí que nunca más habría una mujer embarazada en Auschwitz«, contaba Perl en una entrevista de 1982 al The New York Times. Gisele, comprende que las intenciones de Mengele son experimentar con las mujeres sometiéndolas a terroríficos experimentos que les costaban la vida y graves sufrimientos, en gran número de casos.
Algunas mujeres llegaban a Auschwitz embarazadas, otras, víctimas de violaciones de kapos o de oficiales (las no judías, era delito grave tener contacto sexual con mujeres judías siendo duramente castigado, hasta con la muerte) quedaban embarazadas en el mismo campo. En cuanto se detectaba que habían embarazado, eran apaleadas sin piedad, asesinadas, incluso algunas fueron llevadas a la cremación estando vivas. Era una ofensa terrible a la maquinaria de exterminación el que procrearan las prisioneras en los campos que habían sido creados, especialmente, para la eliminación de las razas inferiores, según la ideología nazi. Por tanto, la preñez era causa segura de muerte.
Gisela Perl, creyente y practicante de su religión, se percató de que una mujer embarazada, era una mujer muerta, para ello, pasó por encima de sus creencias y decidió practicar abortos de forma clandestina en los barracones, en cuanto se detectaba el embarazo.
Los abortos se realizaban de forma secreta, sin ningún tipo de medida de higiene, ni instrumental, en el suelo encharcado de suciedad de los terribles barracones del Lager. Cientos de mujeres pasaron por sus manos, salvando la vida a algunas de ellas, hasta que fue trasladada, casi al final de la II Guerra Mundial cuando se acercaba el Ejercito Rojo a Auschwitz, a Bergen Belsen de donde fue liberada al final de la contienda.
Es entonces cuando se entera que tanto su marido, su hijo varón como los padres, han sido asesinados en el Holocausto. Intenta suicidarse al no poder soportar la desesperación de su liberación sin las personas que ama. Solo le queda su hija que es posible, fuera la fuerza que la ayudó a recuperarse en una clínica francesa donde fue trasladada después del intento de envenenamiento.
Al salir de la clínica deciden emigrar a Nueva York, donde llegan ambas, en 1947. Gisela Perl, intenta convalidar su título de medicina para poder trabajar. El haber trabajado con el terrorífico Mengele le hace sospechosa de colaboración con los nazis en el campo. Lucha por demostrar que el horror vivido no permitía a una mujer más opción que transigir o morir. Ella, con su decisión, salvó cientos de vidas de mujeres, así fue entendido por las autoridades norteamericanas que al final la dejaron ejercer la medicina. En 1948, quizá como forma de exorcizar lo vivido, escribe el libro I was a doctor in Auschwitz, donde refería lo vivido en el infierno del Lager.
La vida le debía mucho a esta mujer. Quizá para compensar los abortos producidos en el campo dedicó el resto de su tiempo laboral a investigar en tratamientos de fertilidad, propiciando el nacimiento de más de tres mil bebés. Ella, en cada nacimiento, decía con sorna: «Dios, me debes una vida, un bebé vivo”
Durante años desarrolló su vida en Nueva York, hasta que, junto a su hija, Gabriela Krauss Plateman, se instaló en Herzliga, Israel donde vivió hasta su muerte el veinticuatro de noviembre de 1988.
Mujer valerosa a la que es posible la costara tanto o más vivir que morir después de salir del infierno de Auschwitz.
María Toca Cañedo©
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