Si en las épocas malas de mi vida, en los tiempos oscuros de duelos, pérdidas y tambaleos hubiera sabido todo lo que me esperaba de bueno y gozoso más adelante, tal vez no hubiera sufrido tanto.
Si mi bisoñez, mis pocos años, no me hubieran impedido transitar por el dolor con menos resistencia y confiar en lo que estaba por venir, las lágrimas no habrían manado en torrente ni las tripas se me hubieran apretado tanto.
Si en el desierto que todos alguna vez atravesamos hubiera intuido por un momento el agua que vendría a refrescarme en el camino, y que la sensación de pies quemados duraba menos de lo que la angustia me anticipaba, hubiera marchado con más ligereza y determinación hacia adelante.
Pero la vida tiene estas cosas.
Y las conoces más tarde.
Cosas como que después de lo terrible aparece como de la nada lo amable, que después del qué hago con mi vida llegan los compartires, el aprendizaje.
Que después de lo que vivimos como traición a nuestros corazones aparece sin venda la confianza.
Que tras la escasez llegan regalos, invitaciones generosas.
Que tras oír tan solo tu voz martilleando las noches estoy sola, estoy sola, derepente en la cabeza caben y se entonan otros agudos que tararean variadas formas de vivir y disfrutar.
Y sabes ya que tras el amor viene el amor.
Y conoces por fin la prioridad, el verdadero y único patrimonio: los afectos.
Y algún que otro libro fetiche dedicado, junto con la camiseta chula que guardas en el armario.
Que lo cortés no quita jamás lo fashion.
Y se amplia la esperanza de algo más después. Siempre.
María Sabroso.
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