Estudié Filología Semítica, especialidad hebreo y arameo. No, no hablo hebreo moderno, por si alguien ha pensado que mis estudios podrían tener alguna utilidad en este mundo, pero leo hebreo y arameo bíblicos y hebreo medieval. No sé si es práctico ni para qué debería serlo, a mí me abrió muchos mundos. La Biblia es un universo en realidad, un libro oceánico. Un libro de libros en los que cabe todo: poesía, historia, literatura, canciones, filosofía, aventuras, crónicas, dolor, esperanza…La humanidad entera cabe en esos libros. Y si tuviera que enviar un libro al espacio para que unos supuestos alienígenas supieran quienes somos, mandaría este. Estoy segura de que hay libros similares en otras culturas, libros de libros, que juegan el mismo papel de mostrar cómo somos, por qué lloramos o cantamos, a qué tememos, qué nos hace felices, que nos angustia, cómo amamos, como vivimos. En mi cultura, todo esto está en la Biblia. No me gusta decirlo porque parece que necesito justificarme, pero sí, soy atea. La Biblia, al menos lo que llamamos AT, no es precisamente un libro muy espiritual, es pura carne.
Los Institutos se llenan de niños y niñas que estudian cómo invertir en bolsa aunque no tendrán nada para invertir
Lo que estudié en la universidad sin hacerme entonces muchas preguntas, por placer, sin más, supongo que hoy tiene que ver con mi angustia por la paulatina desaparición de las humanidades en la ESO y el Bachillerato y, como consecuencia de eso, también en la universidad. En 2018 todos los partidos estuvieron de acuerdo en introducir la filosofía en la ESO, pero ahora, de nuevo el PSOE se ha olvidado de esa promesa y aparecen asignaturas como Economía y Emprendimiento mientras que desaparece la filosofía de la ESO. Mientras, en la universidad todo el mundo parece querer estudiar Administración de Empresas y esta queja no es nostalgia por el pasado, sino que es recordar que tanto los cambios sufridos en la universidad como en la enseñanza secundaria y universitaria son producto de decisiones políticas que se siguen tomando ahora, cada día. Los institutos se llenan de niños y niñas que estudian cómo invertir en bolsa aunque no tendrán nada para invertir y lo único en lo que les merecería la pena hacerlo sería en la cultura, pero no les dejan saberlo. El Plan Bolonia en la universidad y los sucesivos, y cada vez peores, planes de estudios para la enseñanza básica y media, han ido mermando todas las asignaturas que nos ayudan a estar en el mundo y a entenderlo.
No es sólo la filosofía, son las humanidades en su conjunto las que están sufriendo los embates anticulturales del neoliberalismo y lo que sufre son los principios en los que se basan las democracias y, en realidad, en los que se basan nuestras sociedades, nuestro vivir en común, lo que somos y lo que queremos ser. Las humanidades son aquellas materias que conforman lo que llamamos “cultura”, eso que antes era un lujo solo para ricos pero que cuando por fin se pudo, después de una larga lucha, poner al alcance de todo el mundo, entonces el poder la fue haciendo desaparecer paulatinamente, de manera que, cada vez más está volviendo a ser un lujo al alcance de unos pocos. En el futuro solo los ricos tendrán acceso a estudiar latín o griego, o a tener una buena formación en filosofía. Se ha transformado la enseñanza en empleabilidad pero, en realidad, ni siquiera eso es verdad. No hay menos desempleo porque haya mucha gente licenciada en Administración de empresas o porque muchos adolescentes aprendan cómo invertir en bolsa y cómo emprender (sic), no hay más empresas, ni hay menos pobreza porque naturalmente que todas esas asignaturas son un inmenso timo. Empleabilidad no hay, pero tampoco habrá una democracia de calidad ni habrá siquiera una sociedad articulada si no hay una ciudadanía capaz de reflexionar, de hacerse preguntas, de cuestionar, de recordar, de recitar poesías, de leer un libro, sí, un libro largo; si no hay una ciudadanía capaz de debatir de política, de argumentar, de desmontar argumentos falaces y de saberlos reconocer.
No seremos plenamente humanos si no somos capaces de hacernos preguntas sobre nosotros y nosotras mismas. A eso nos ayuda la filosofía, pero también la cultura clásica, la literatura, la historia, el arte. De nada servirá modificar genéticamente a los seres humanos si olvidamos lo que somos, quienes somos y si dejamos de preguntarnos por qué estamos aquí y también cómo hemos de estar. De nada sirve vivir cien años si no sabemos cómo vivirlos ni para qué, ni tenemos conciencia del pasado; de nada nos va a servir hablar si no tenemos conciencia de nuestro lenguaje, si no sabemos comunicarnos ni expresar lo que parece inexpresable, si no somos capaces de entender lo que querían expresar nuestros antepasados cuando construían una iglesia románica o pintaban en unas grutas. Si no entendemos lo que hemos sido, lo que somos, difícilmente podremos tomar buenas decisiones sobre lo que queremos ser.
Las humanidades nos permiten ser mejores en todo, nos enseñan a estudiar, a comprender el mundo, a reflexionar, nos enseñan a leer, a mirar mejor, a disfrutar también mucho más de la vida. Y entiendo que la derecha prefiera una sociedad de personas desinformadas que tienen cada vez un horizonte más estrecho aun cuando crean que eso se soluciona subiéndose a un avión y viajando a las Maldivas. Es normal que la derecha prefiera una sociedad llena de gente como la que asaltó el Capitolio de EE.UU, aquel tipo vestido de bisonte, esas personas que creen que las vacunas nos convierten en imanes, pero la izquierda debería poner todo su empeño en que la educación volviera a serlo y dejara de ser empleabilidad ; y debería poner todo su empeño porque le va su propia supervivencia en ello. La posibilidad de luchar por un mundo mejor depende de que éste pueda imaginarse y pueda expresarse y comunicarse. Y depende de que conozcamos quienes lucharon, escribieron y pensaron antes para imaginar y construir esos mundos posibles.
No hay empresa para tanto emprendedor, pero todos y todas tenemos que construir una sociedad vivible en la que podamos llevar vidas dignas. Eso hay que pensarlo, escribirlo, hay que leer a quienes lo pensaron antes, hay que poder mirar el arte de quienes imaginaron otros mundos porque sólo así podremos traerlos a este. Nos hace libres la capacidad de pensar más allá de lo que quieren que pensemos. Es normal que quienes hacen política a base de fake news estén empeñados en que la gente cada vez sea más incapaz de reconocerlas, pero por eso mismo, los que se supone que no hacen política así, deberían tener un especial interés en que las humanidades, la filosofía, volviesen a ser centrales en el currículo escolar. Es normal que la derecha no quiera que la educación eduque, pero ¿la izquierda? Y si no, no lo llaméis enseñanza, ni cultura, ni educación, llamadlo adaptabilidad a las empresas y por lo menos sabemos a qué atenernos. Tampoco lo llames “izquierda” pero eso es ya otra cuestión.
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