La mayor certeza de que ‘ el trabajo sexual’ tiene consecuencias psicológicas, anímicas y fisiológicas, está en los mismos prostituidores. El hecho de que exista la prostitución iría más allá del aspecto sexual. Las prostitución existe porque a los hombres se les presume cierta necesidad. Esa ‘ necesidad’ tiene más que ver con las emociones que con el sexo. Por eso la venta y el alquiler de muñecas sexuales no terminan de satisfacer la demanda masculina. Dicha demanda corrobora la enorme miseria afectiva y emocional colectiva de las relaciones humanas que es reparada, parcialmente y de forma ficticia, a través del ser servil e infravalorado que es la mujer, obligada por su posición de ‘no poder’ a restablecer el orden y jerarquía social objetualizando su cuerpo y psique a favor de una casta sexual acostumbrada a hacer prevalecer sus necesidades por encima de las de cualquier mujer.
Las prostitución no garantiza solamente el alivio sexual, sino que también garantiza el equilibrio mental de quien ejerce el poder que consigue materializar sus pulsiones y sus deseos a través de la mercantilización de otro ser humano que no lo considera de sus especie y al que se le niega necesidades afectivas y fisiológicas. Por tanto, la prostitución no solo es una vía de control corpóreo, sino también de control psicológico y social. Mientras este sistema se sostenga, se validará, perpendicularmente, la supremacía afectiva del hombre respecto a la mujer.
Por tanto, querer hacernos creer que en prostitución las emociones no cuentan, no solamente es falaz, sino contradictorio.
En definitiva; sus emociones cuentan más que las de las mujeres.
Aliza Díaz
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