El mediodía del 24 de abril de 1916 en el lunes de Pascua, un grupo de ciento cincuenta personas ocupan la Oficina General de Correos de Dublín, en el centro de la ciudad. De forma simultánea en otros lugares, otros grupos armados toman posesión de edificios estratégicos en distintos puntos. Es lo que ha pasado a la historia como el Levantamiento de Pascua, un movimiento organizado durante mucho tiempo atrás contra el poder imperial británico.
Proclama de la Constitución del gobierno provisional de Irlanda
En el edificio de correos ondea la nueva bandera tricolor de la República irlandesa mientras Patrick Pearse, líder del movimiento independentista y nacionalista irlandés, lee una proclama de lo que será la Constitución de la nueva República de Irlanda. Por primera vez se habla de los irlandeses y las irlandesas.
La proclama incide en su cuarto párrafo en que “la república garantiza la libertad religiosa y civil e igualdad de derechos y oportunidades a todos sus ciudadanos y ciudadanas” y subraya que el nuevo gobierno será elegido tan pronto como sea posible por sufragio de todos sus hombres y mujeres.
Hoy quizá puede parecer normal, pero estamos hablando de 1916. En aquel entonces, solo seis países de todo el mundo tenían aprobado el voto femenino, aunque ellas no tenían derecho a ser representantes electas. A principios del siglo XIX muchas constituciones ni siquiera equiparaban a la mujer con el hombre en calidad de ciudadana. La sociedad victoriana británica, que relegaba a la mujer a un papel puramente ornamental, sumiso y modesto, chocaba de frente con la tradición celta en donde la mujer ejercía unos roles de liderazgo y en la que su tradición oral mantenía el testimonio de personajes femeninos llenos de determinación, coraje, astucia y orgullo. Con el estallido de la I Guerra Mundial, las mujeres comenzaron a mostrar su desacuerdo con el alistamiento de sus familiares varones en un ejército y una guerra que ellas no veían como propia y con la que no se sentían en absoluto identificadas puesto que los hombres se veían obligados a luchar al lado de sus propios opresores en lugar de luchar por la independencia de su propio país.
Constance Markiewicz, conocida como La condesa roja.
En las ciudades más importantes de Irlanda como Dublín, Cork, Belfast o Limerick, las mujeres se manifiestan contra esa guerra en movimientos encabezados por las líderes femeninas más destacadas, como Hannah Sheehy-Skeffington o Constance Markiewicz, quienes apoyaron la huelga general de trabajadores de 1913. El movimiento obrero irlandés aúna posturas abiertamente socialistas y reconoce la discriminación de la mujer como uno de los defectos del sistema capitalista. Aunque existían varios sindicatos de mujeres irlandesas, como el fundado por Maud Gonne en el año 1900, es en 1914 cuando Constance Markiewicz y Mary MacSwiney fundan la Liga de las Mujeres en las que se agrupan mujeres profesionales y obreras. Ambos sindicatos femeninos convergen en la planificación del Levantamiento de Pascua, insurrección que comenzó a planearse realmente en 1914, tres años antes.
Tras un acalorado debate sobre las funciones que las mujeres del sindicato debían realizar en la insurrección, se les otorgó un papel puramente auxiliar y tradicional con el que, por supuesto, ellas no estuvieron de acuerdo. Sin el beneplácito de sus compañeros, las mujeres comenzaron a organizarse por su cuenta; además de prepararse para las tareas asignadas, aprendieron a disparar y a recibir entrenamiento militar independiente en las montañas irlandesas. Las mujeres, además, realizaron una labor activa en el tráfico y distribución de armas.
El concepto victoriano de la mujer que tenían los funcionarios británicos, que no las reconocían como sujetos con pensamientos políticos y capaces de cometer actos de rebelión, les permitía pasar las armas escondidas sin temor a registros en aduanas y puestos fronterizos, llevando detonadores para bombas y carretes de metal debajo de las ropas, disimulados con los abrigos y en la parte interior de los sombreros.
El 24 de abril, la fecha señalada para el levantamiento, las mujeres se reunieron frente a Liberty Hall y desde ahí se dirigieron a las diferentes guarniciones sublevadas. Obviamente, muchos se negaron a tener mujeres combatientes en sus filas, pero estas no aceptaron sus negativas y se fueron organizando de forma que en cada guarnición, de unos 120 ocupantes aproximadamente, 35 eran mujeres, y entre ellas Constance Markiewcz fue la segunda al mando, aunque terminó siendo la comandante, en Saint Stephen’s Green. La fuerte respuesta de los militares británicos, que llegaron a destrozar Dublín con bombardeos desde el río, hizo que las mujeres, además de actuar como combatientes, enfermeras y cocineras, se arriesgaran a ser mensajeras y portadoras de las armas bajo el fuego enemigo.
Margaret Skinnider
Para poder moverse con soltura entre las líneas y el fuego cruzado llevando mensajes o armas, las mujeres se cambiaban de ropa. Margaret Skinnider pasó por hombre ante los dos frentes, aunque retomaba las ropas femeninas cuando le era más conveniente, para así engañar a los dos bandos gracias a su concepto tan arraigado del rol femenino que les impedía considerarla como enemigo en potencia y sí como un sujeto pasivo. Gracias al trabajo de espionaje realizado por las mujeres como Helena Moloney y Rosie Hackett, que informaron eficientemente de los cambios de guardia y la posición de los soldados, se pudo tomar el inexpugnable Castillo de Dublín, en que ellas ocuparon posiciones estratégicas y esperaron la llegada de sus compañeros. Esta situación fue algo realmente insólita y causó estupor en las filas británicas más o menos conservadoras. Los periódicos se hicieron eco de “mujeres corriendo bajo fuego enemigo sin sombrero” o “chicas irlandesas enfrentándose a un grupo de 200 hombres británicos”.
Helena Molony
Helena Moloney reconoció que hasta esa fecha, no se tuvo noticias de hombres y mujeres combatiendo juntos en un mismo cuerpo militar. La mujer que más escándalo causó fue Constance Markiewicz quién, según explican los periódicos de entonces, “llevaba ropas de hombre, con dos revólveres en su cinturones y liderando el ataque de una tropa de hombres”.Las guarniciones tuvieron que ir desplazándose a partir del miércoles por la ciudad tratando de rechazar el avance británico.
El jueves llega a Dublín procedente de Inglaterra Sir John Maxwell, con plenos poderes en todo el país, y coloca a Irlanda bajo la ley marcial. Su misión: terminar con el alzamiento lo antes posible y sin reparar en modos. En los días sucesivos Dublín es bombardeada sin miramientos y sin piedad por el buque Helga fondeado en el río Liffey. Además, los soldados disparan a toda persona que se cruce por delante esté o no involucrada en la insurrección, lo que convierte a Dublín en un infierno y al levantamiento en algo impopular para los ciudadanos de a pie.
El viernes Conolly, fundador del partido socialista irlandés y uno de los cabecillas de la rebelión, ordena a las mujeres que abandonen las posiciones en los edificios y las guarniciones, pero tres de ellas se oponen a esa rendición femenina; ellas son Julia Greenan, Winifried Carney y Elizabeth O’Farrell, quién jugará un papel fundamental (y al mismo tiempo una de las páginas más tristes de la historia del feminismo) al hacer de intermediaria entre las tropas británicas y las rebeldes llevando el documento de rendición a todas las guarniciones bajo el fuego cruzado para que estas lo suscribieran.
La última guarnición en rendirse fue la de Constance Markiewicz, St. Stephen Green, quien convenció a sus mujeres diciéndoles que “aunque muchas de nosotras preferiríamos la alternativa de caer bajo las balas del enemigo, la obediencia es una virtud fundamental de un buen soldado”.
En un gesto que ha quedado para la historia, la Condesa roja, como comandante de la guarnición, dio la mano a todos y cada uno de sus subordinados antes de rendirse al general Lowe y besó su revólver antes de entregarlo. Muchas mujeres fueron detenidas o encarceladas y se les tuvo que aplicar un trato especial en las cárceles militares puesto que no existía el precedente de mujeres presas. Muchas combatientes lograron escapar vestidas de mujer. Aunque fueron las primeras mujeres presas políticas de la historia del nacionalismo irlandés, las enviaron a la cárcel de Kilmainham donde recibieron un trato similar al de sus compañeros pero con sentencias muy diferentes al ser juzgadas. Maxwell, tras juicios sumarios, ordenó el fusilamiento de los siete cabecillas firmantes de la proclama republicana y el traslado de 3.500 presos a cárceles en Inglaterra.
La mayoría de mujeres fueron, sin embargo, liberadas y solo siete de ellas cumplieron condena en prisión. Aunque Constance Markiewicz fue sentenciada a muerte, se le condonó la pena por ser mujer, algo por lo que ella protestó enérgicamente por lo que consideró un trato de favor por el hecho de ser mujer con otra frase que también ha pasado a la historia; “ustedes no han tenido ni siquiera la decencia de fusilarme”.
Con todos los miembros de la insurrección muertos, fusilados o en cárceles y tras la brutal represión política, las organizaciones femeninas se unieron para dar continuidad a sus ideales, dispuestas a seguir luchando por el logro de la independencia de Irlanda. Recaudaron fondos para las viudas y huérfanos de los combatientes, organizaron la defensa de los presos, realizaron movilizaciones públicas, consiguieron poner a la prensa a su favor y despertar la simpatía de la opinión pública por la causa rebelde a pesar de que en el momento de acabar el levantamiento tuvieran a la mayoría de ciudadanos en contra.
Grace Gifford Plunket, viuda del poeta Joseph Plunket muerto durante el levantamiento.
Grace Gifford Plunket dirigió el Comité de Defensa de los Presos Políticos de tal forma que transformó la percepción de la mayoría de irlandeses en relación con el levantamiento de Pascua. En 1917 enviaron delegadas a Estados Unidos para hablar sobre todo lo sucedido en la rebelión y lograron apoyo económico para los presos, llegando a crear la Asociación Americana por el Reconocimiento de la República Irlandesa.
Las mujeres que continuaron en Irlanda siguieron con las mismas actividades en la clandestinidad de forma que fueron continuamente arrestadas. Katleen Clarke, Constance Markiewcz, Maud Gonne y Hannah Sheehy, las cabezas más visibles, eran detenidas constantemente y liberadas tras comenzar huelgas de hambre. Las estructuras femeninas fueron fundamentales para la organización de las futuras elecciones. Constance se convirtió en 1917 en la primera mujer elegida representante de la Cámara de los Comunes, aunque renunció a su cargo por no reconocer el gobierno de Reino Unido.
Kathleen Clarke
Tras la denominada Guerra de la Independencia, 1919-1921 en la que las mujeres actuaron como red de apoyo y agentes de inteligencia, cinco de ellas fueron elegidas miembros del Daíl Eireann; Constance Markiewicz, Kathleen Linch, Caíllin Bruga, Kathleen Clarke y Mary MacSwiney.
Sus diferencias en la aceptación del tratado que convertía a Irlanda en un Estado asociado pero no independiente a cambio de la secesión de la isla y la permanencia del Ulster como posesión británica, les valió el nombre de Las furias. Las mujeres irlandesas, herederas de una tradición celta en la que la mujer posee la valentía, la determinación, el orgullo y el coraje como rasgos fundamentales de su carácter y que se reflejan tanto en su historia como en su mitología, han sido imprescindibles en la historia de Irlanda, aunque, como suele ocurrir, sus nombres se han ido diluyendo a medida que la vida política ha avanzado con nuevos líderes masculinos.
Sin embargo, en los cientos de conflictos que Irlanda y Reino Unido han protagonizado a lo largo de su historia de enfrentamientos, las hijas de Irlanda han luchado ya no solo con las armas, algo quizá inaudito hasta ese momento, sino también con el amor, con la perseverancia de sus ideas, con la continuidad de las tradiciones, la educación y la recuperación de su cultura celta, la continuidad de su idioma, el Gaélico irlandés, que fue prohibido durante generaciones, la tradición oral de sus leyendas y sus cuentos más sentidos y populares.
Mary MacAleese, presidenta de Irlanda en 1997 dijo de ellas: “Felicito a las mujeres de Irlanda porque además de ser la mano que mece la cuna han sacudido al sistema; esa es la fuerza del poder de la mujer.”
Elizabeth O’Farrell merece un apartado personal. Esta mujer pasará a la posteridad como la mujer que fue borrada de la historia. O’Farrell fue quien, desafiando el fuego cruzado, llevó el documento de rendición de una a otra guarnición hasta lograr el alto el fuego. Pues bien, en la fotografía de ese instante en que Pearse se rinde a Lowell, Elizabeth fue eliminada de la fotografía, borrada por completo porque no querían que una mujer apareciera en ella.
Nina Peña
Excelente reseña histórica. Es bueno que las jovenes generaciones sepan de ls importancia de las mujeres en las luchas politicas y sociales, aunque sean las de otros paises.