Lunes. Nueve menos diez de la mañana. Doblo la esquina. Dos filas de jubiladas. Una de un par frente a la carnicería. Otra de cinco junto al Ahorramás. También hay un señor. Y el carnicero apurando el paso para subir la persiana. Tendrá que abrir la cámara y reponer la vitrina del mostrador. No importa. Hay cuatro butacas y revistas del corazón. Seguro que las señoras le ponen al día mientras él querrá morirse. Porque es un lunes de agosto. Temprano. Y ya no puede con su vida. Pero tendrá que sonreír. Siempre llevan solomillo y cuarto de lechal.
En el súper ya han encendido las luces. Los componentes de la fila encienden motores. Se les nota en el parkinson común de sus piernas derechas. A las nueve y un minuto estarán dentro. A y diez tendrán la cesta llena. A y cuarto protestarán por la poca celeridad de la única caja abierta y su cajera somnolienta. A y veinte, ya en casa, podrán poner a parir sobre cómo está el país y las pocas ganas que tiene la gente de trabajar, y que así nos va.
Les apremia la vida. Les urge. A sus setenta y pico. Adrenalina de filete empanado y galletas María. También de tostadas de pan integral sin sal. Viviendo al límite sus últimos años. Supongo. Que con el tiempo que han ganado esta mañana… harán croquetas.
Texto: Eva Barreiro Díaz
Imagen: Annibale Carracci
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