Empezó por cambiarle los gustos e intereses, incluso se permitía dictar sus deseos y necesidades. Después le propuso cambiar de ropa, de corte de pelo, de opinión, hasta de intención de voto. Lo hacía siempre amablemente, sin despertar recelos o rechazos inmediatos, sin alertar la consciencia o la sospecha de que se estaba entrometiendo en su vida. Fue él quien le propuso el nuevo empleo. Y se cambió de trabajo. En una ocasión le advirtió que no estaba realizándolo correctamente y, como aceptó la crítica, los reproches laborales se repitieron una y otra vez. Por él tuvo que aceptar ofertas indecentes, condiciones leoninas, con frecuencia humillarse ante clientes despreciables. En el fondo era como todos los explotadores, alguien que solo se movía por dinero.
Intentó deshacerse de él. Huyó. Cambió su círculo social, el domicilio, se mudó a otra ciudad.
Una mañana, cuando ya se sentía a salvo, alguien le golpeó suavemente la puerta y abrió. Era él, su algoritmo. Le había localizado.
(A mi querida LR.).
“Los Web. ¿Inconformistas o solo locos?”
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Jesús R. Delgado.
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