Hay una morbosa y a la vez poética relación entre el destartalado organismo de este individuo y el moderno edificio al que acude a menudo. Digamos que cada órgano de su cuerpo está delicadamente interpretado en las entrañas del inmueble, entre suelos, paredes, puertas y ventanas. Sus pulmones, por ejemplo, ocupan la planta cuarta. Tiene el riñón en el segundo piso, una distancia aceptable, correlativa entre ambas vísceras. La próstata, sin embargo, anda por el nivel quinto, un poco a desmano, pues esta glándula no está tan lejos de su riñón, podrían incluso haber compartido piso. Pero en el hospital no respetan las relaciones espaciales del cuerpo humano; allí se atiende a estructuras diferentes. Mientras la próstata, como ya se ha dicho, reside en el quinto, su uretra, tan íntimamente ligada, se encuentra en el tercero. Aunque los enfermeros le dicen que todos sus menudillos están unidos por el ascensor, a él, más amigo de la poética espacial, le cuesta aceptar un montacargas como conducto uretral. Los doctores, por su parte, prefieren el ordenador como fluido que interrelaciona órganos y pisos. Pero cuando el sistema informático falla, como hoy, toda la poética se va al carajo. Mientras espera y desespera durante horas en la planta baja por un simple juanete, este hipertenso e impaciente individuo siente que las pulsaciones se le disparan hasta necesitar atención cardíaca de urgencia. Lástima que su corazón lo tenga en el sexto.
Jesús R. Delgado.
“Los Web. ¿Inconformistas o solo locos?”
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