¿Acaso nos lo hemos preguntado?, ¿no seguimos actuando “viralmente” reproduciendo, sin ton ni son, la instrumentalización que impone la democracia bajo su axioma incuestionable que nos somete, elección tras elección a optar entre representaciones que representan lo mismo.?
¿No será tiempo que demos paso a las preguntas antes que a las aseveraciones? ¿No se constituye en un acto imprescindible que interroguemos acerca de la noción, el concepto o la definición de pueblo, de múltiples, de mayorías, para las que supuestamente esa idea de lo democrático se propone gobernar? ¿Cuánta legitimidad que sostenga la legalidad puede seguir soslayando que la democracia signifique y represente que cada tanto nos convoquen a sufragar? ¿se definen acaso las necesidades, las prioridades, los gustos, los deseos y los derechos políticos, de cada quién respetando su libertad, garantizando únicamente que opten entre hombres y mujeres, provenientes de dispositivos, inexpugnables de poder cómo los partidos políticos, cada cierto tiempo, configurando estos escenarios electorales en rituales sacrosantos, eminentemente simbólicos y puramente totémicos.?
¿Permite acaso esta disciplina democrática, este sistema hegemónico, que se la pueda modificar, cambiar, alterar, dislocar, bajo el ritmo unívoco y opresivo de sus tiempos, de sus formas, de sus maneras, de su difusa noción heterodoxa que culmina siempre bajo el yugo irrestricto de la ortodoxia más palmaria?
¿Tenemos garantizados los actos más mínimos e indispensables para dar por sentado que vivimos bajo la tutela de un conjunto de reglas que no confunda libertad de expresión con imposibilidad de publicación, que no trasvista ni trastoque, excepcionalidades, ni crisis recurrentes, ni flexibilidades de mercado, para quedarnos ateridos bajo el escarnio de la incertidumbre más absoluta, bajo la cual, la democracia sodomiza con perversidad nuestros deseos libertarios más profundos y nuestros sueños más inconfesados?
¿En qué momento renunciamos a preguntarnos? ¿Qué instante nos determinó a que dejemos de ser humanos para transformarnos en la presente caricatura errabunda cuál representación cierta, ajustada, digna e inclusiva bajo el imperativo categórico de lo democrático?
¿En qué elección se nos propuso que votemos por el sí o por el no de esta automutilación que nos desangra a diario y que nos conduce a una lenta, dolorosa y patética agonía?
¿Cuántas crisis más necesitaremos para dar cuenta que si no volvemos a las preguntas, todas y cada una de las afirmaciones que hagamos mediante el voto, nos conducirán al mismo sendero, harto transitado de la inexistencia de pliegues, de perspectivas, de lugares desde donde nos paremos que nos lleven a otro destino que no sea el que profundiza nuestras faltas, nuestras ausencias, la ineluctable organización del vacío al que nos estamos condenando?
¿Bajo cuántas palabras más, neologismos, deconstrucción de conceptos utilizados, introyección de nociones al olvido, seguiremos escondiendo nuestra pusilánime actitud que determinará un mundo aún más carente de sueños, de posibilidades, de deseos, para las generaciones en curso y venideras, por el crepitante temor que nos despierta y genera el significante democrático?
¿Cuántas gacetillas de gobiernos, cuantos discursos brindados, cuántos “papers”, libros y ponencias académicas, cuantos me gusta en redes, hashtags, y vídeos viralizados seguiremos consumiendo, obedientes, sin seguir preguntándonos?
¿En qué fase estaremos, qué escalada y bajo qué protocolos, deberemos, obcecadamente, seguir cumplimentando para continuar respirando el aire nocivo y opresivo que la democracia ofrece y garantiza como panacea de lo humano?
¿Sí la pregunta nos ha posibilitado construir, crear, recrear, creer y conjeturar el sentido de lo más básico y elemental de lo humano, cómo no hacerlo, sin temor, sea como vacuna o remedio, para buscarle el sentido profundo y real de lo democrático, más allá de sus dogmas, de sus promesas y de sus fracasos?
Por Francisco Tomás González Cabañas.
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