Diluida, en una suave brisa de felicidad desatinada,
me licuo por esquinas no pobladas,
solitarias. Descubrir en cada esquina la morada
que anida sorpresas y a poco que lo intente
me nace el sol en madrugada.
Me nace, me sumerge en laberintos
desconocidos, tales como yo los conocía
siendo perenne transeúnte de mi vida,
en el silencio, a deshora, comienzo
mi soliloquio con la luna
pertrechada de pajaradas en olvido.
Días negros, que les siguen otros crudos,
alienados, por eso cruzo la vereda, cada día
a fin de encontrar en ese mar, la compañía
que me ampare, de los miedos conocidos
y me transite por caminos explorados.
Como entonces, como ahora, como luego,
con la fuerza del beso y del salitre, encadenado.
Así, licuada, libre, con el sol adelantado
y la pleamar, trayendo sueños nuevos
me camino, me nazco, me renuevo.
María Toca
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