Acudo al domicilio para atender la solicitud de una persona enferma y con un grado de dependencia para lo básico del día a día importante.
Al comunicarme previamente con ella por teléfono me atiende una voz juvenil y dicharachera por lo que le pregunto si es ella la persona que me requiere y contesta que sí.
Me acoge en su casa de forma muy cálida y observo que utiliza silla de ruedas para moverse.
Al sentarnos en el salón cómodamente aparece por el pasillo otra mujer algo menos madura aunque con cierta edad también.
Se sonríen y comenzamos a hablar, evitando yo con algo de pudor y discreción preguntar el grado de parentesco entre ambas, ya que no parecen hermanas y su sintonía me hace pensar que son pareja.
Ninguna me lo explicita y se muestran naturalmente cariñosas, sin más.
Al comenzar a hablar la mujer enferma su pareja la mira con una mezcla de lo que yo identifico como admiración, amor y ternura, moviendo un poquito los labios a la vez que ella, silabeando ligeramente, como cuando observas algo que te gusta mucho.
Respeta su turno, espera a que su pareja le devuelva la mirada y este vaivén es devuelto en un ping pong mutuo de atención.
Me cuentan su día a día, cómo se organizan para los cuidados, la enfermedad que mantiene a una de ellas con tantas dificultades físicas y cómo intentan sobrellevarlo de la mejor manera y con, incluso, cierta alegría de vivir.
En un momento determinado les propongo a ambas una ayuda profesional para el aseo diario, paseos o apoyo en las tareas domésticas.
Presuponía que tal vez era necesario.
Presuponía, tal vez, que por su edad la cuidadora estaría cansada.
Pero mis presuposiciones se covirtieron en nimiedades cuando comenta:
– Mira María, te voy a ser sincera. Nosotras llevamos 58 años juntas.
Y nos gusta estar juntas; aunque también salimos a pasear con amigas, yo me siento útil cuidándola, me siento importante para ella y no sé qué haría yo si me sentara en el sofá mientras otra persona la atiende.
Mientras tenga fuerzas me gustaría seguir pero si tú lo ves bien y sobre todo ella lo decide así, no tengo nada que objetar.
Vuelvo la cara hacia la mujer enferma y llora; su pareja se emociona también con lágrimas silenciosas.
Y la que está en situación de dependencia comenta:
– Lo tengo claro ; yo quiero que ella me cuide mientras podamos. Sin duda.
Yo asiento, atiendo, respondo que las respeto, las comprendo y que por supuesto estoy a su disposición si me necesitaran en otro momento.
Y salgo del domicilio con otro buen ejemplo de equipo, equipo de amor, en donde una no es del Barcelona y la otra del Madrid, sino que juegan juntas y a su favor.
María Sabroso.
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