Tarde lluviosa de esas que invitan al recogimiento. Tengo la suerte de tener unas salas de cine cercanas (sí, aún quedan salas de cine en las ciudades, de buen cine, de cine no comercial) así que abrigada y haciendo pausa en la tarea de preparación de un nuevo artículo de esos que llevan tiempo, entrevista y cúmulo de datos, me escapé del nido hacia las salas Groucho de Santander. Varias voces me habían advertido de que Parásitos merecía un visionado.
Una esperaba encontrar algo que no apareció porque Parásitos no es previsible, al menos en su primera parte. Se aleja del maniqueísmo burdo para adentrarse entre las capas de la naturaleza humana, donde anidan fantasmas no muy agradables de ver. Divertida en su principio se va a agriando conforme el metraje camina hasta convertirse en una traca final, un tanto excesiva… si hay que ponerle una pega, y dejarnos con un mal sabor de boca. Un sabor de duda en la boca. Con la sensación de contrariedad por comprobar las degradantes consecuencias de un capitalismo despiadado frente a una sociedad depauperada viviendo en los sótanos de una ciudad opaca. El contraste ente la mansión de los ricos Parks con la penuria enmierdada de la cloaca donde viven los Kim nos subyuga. Todo es limpio, ordenado, pulcro, luminoso en la casa Parks frente a la cochambre y la suciedad del sótano donde anidan los Kim. Y el olor. Ese olor que no se puede eludir cuando se es pobre, se toman comidas pegajosas de grasa y se viaja en metro. El olor a pobre, que dice el respetado señor Parks. Los extremos de una sociedad lujuriosamente desigual que toman carta de realidad en un película que muestra los extremos sin pudor. Y sin maniqueismo, tal como decía antes, dejándonos a la intemperie del pensamiento y/o la duda.
Tendemos a solidarizarnos y a posicionarnos en favor de los desfavorecidos, de los pobres. Siendo los Kim, además de pobres, ingeniosos, trazan un plan para salir de la pobreza. Son más listos que los ricos que en la película se muestran con un punto de ingenuidad que -al principio, solo al principio- nos hace simpatizar un poco con ellos . La película no nos deja caer en el cómodo maniqueísmo; en eso creo que anda la genialidad de la cintan ya que nos muestra de forma descarnada la fragilidad humana, tan prosaica y rastrera tanto en los pudientes como en los desfavorecidos.
En ese aquelarre de alcohol y disfrute anticipamos el desastre. Y se nos viene encima con todo el furor que ha sido capaz de imaginar el director, Bong Joon-ho, que no nos deja tregua para la simpatía. Ver a esa señora tan «maja» eludir las inundaciones de la ciudad mientras prepara la fiesta para su pequeño nos asombra y rompe el encantamiento anterior. Ver a la familia Kim peleando por su territorio desalojando del mismo a los que tienen (aún) menos que ellos, nos deja sin prejuicios y perturba las convicciones. Lo que sobrevuela la historia es la degradación inherente a la pobreza, sin menoscabo de la dignidad que a pesar de los horrores, se mantiene aunque teñida de horror.
Y eso debe ser el cine, perturbador y sorpresivo. Por tanto considero que es una película redonda, salvando el exceso final que a mi criterio resta el resultado.
Mucho nos tememos que no habrá sorpresa en la noche de los Oscar y sea esta magnífica cinta quien se lleve la estatuilla a la mejor película extrajera. Y será alegre que un cine como el coreano haya logrado, no solo el premio, sino llevarnos al cine y salir con gozo del mismo.
Gran trabajo y buena película.
María Toca
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