¿Cómo te llamas?, eso me preguntan a veces. El nombre que eligieron por mí cuando era demasiado pequeña como para opinar no es el mío, así que siempre contesto que me llamo Rita, Rita Rebeldita, porque ese el nombre que dice quién soy. Rita suena a palabra que da buena suerte, si la dices muchas veces con los ojos cerrados y pides un deseo es probable que se te conceda. Rita suena a cuando el sol y la brisa templada que nos regalan algunos días de noviembre se ponen a bailar y hacen que las ramas de los árboles tiemblen y me llamen. Rita parece el nombre de una seta muy roja, del ingrediente secreto de una tarta muy dulce. Rebeldita es el mote que me pusieron mis amigos imaginarios, porque todo el mundo piensa que es de niños locos y solos el buscar compañeros de juegos que no existen. Pero no es verdad. Yo sé que son tan reales como tú y como yo, que cuesta más verlos, que hacen falta unos ojos más grandes, unos ojos sin miedo para percatarse de que esos chicos y chicas casi transparentes cruzan los mismos semáforos, se descalzan en el parque y salen del instituto a la misma hora que nosotros. Ellos me llaman si no me doy cuenta de que están apoyados en la esquina cuando paso, Rebeldita, Rebeldita, y a mí me gusta como suena.
Por eso cuando pasan lista en clase, aunque los demás se rían o pongan caras raras, yo digo siempre que no me llamo así, como sale en la hoja que el profesor tiene en la mano. Rita Rebeldita, le corrijo, subiendo un poco la voz. Y me quedo pensando que ojalá todos supiéramos desde el principio cuál es nuestro nombre real, que ojalá todos fuéramos capaces de elegir cómo nos llamamos.
Patricia Esteban Erlés
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