
Frente a las autoras que se quedaron en España encontramos un grupo de exiliadas, que si bien comenzaron su vida literaria durante la República, incluso antes como la grandiosa Elena Fortún (otra a revisar, nunca entenderé como es posible que esté tan olvidada)
Rosa Chacel es una de las principales que, además de raíces orteguianas, poseía una cultura profunda, siendo amalgama del resto de las exiliadas labrando lazos de amistad que ni la distancia ni los avatares de la Segunda Guerra Mundial, pudieron acabar.
La relación amistosa con María Zambrano, con la que intercambia innumerables misivas que cruzan los continentes ya que ambas anduvieron errantes por medio mundo, nos explican bien el devenir de dos mujeres marcadas por la tragedia pero con el talento y las ganas de desarrollar su tarea hasta el final. Ambas llevan los ojos cercenados por la nostalgia de la vuelta y el corazón astillado por el drama de tener que salir corriendo de un país destrozado por la guerra .
La formación de Rosa es extensa, contando solo doce años ha leído a Balzac, Rousseau, Dostoievski, autores que tiene en la extensa biblioteca de su casa. Más tarde llega a intimar con Ortega, nexo que la une con Zambrano.
En una ocasión Chacel expresa en pocas palabras el drama español:
“Da mucho que pensar que un hecho espiritual de tal importancia como fue la regeneración de España, termine con metralletas” Su literatura exquisita, teñida de reminiscencias orteguianas y freudianas la convierten en la más intelectual de la época que tratamos.
Hacemos hincapié en que son todas mujeres burguesas, de clase media alta, con familias liberales, cultas, con padres maestros en su mayoría, que inculcaron el amor por la cultura en sus hijas, formándolas hasta convertirlas en lo que fueron, intelectuales de altura. No es que no hubiera literatas salidas del pueblo, que las hubo y abundantes en los años de preguerra, como ejemplo podemos apuntar a los escritos por las libertarias, de Mujeres Libres, entre las que destaca Lucía Sanchez Saornil, o la singular, Luisa Carnés. También hubo mujeres del pueblo que con mejor o peor fortuna confeccionaron folletines con carácter formativo para el resto de sus conciudadanas; sobre manera querían incidir en la liberación de la población femenina. Estas mujeres han sido retratadas y analizados sus textos por Antonio Orihuela en su magnífico libro Las sin amo (Traficantes de sueños) Claro que sin formación, sin gratas bibliotecas o padres cultos que crearan ambiente, estas mujeres no podían competir con las exquisitas señoritas del Lyceo Femenino, o las Sinsombrero. Salvo la citada Luisa Carnés que con su magnífica novela Tea Room, nos refleja con aire literario exquisito la vida de las jóvenes de anteguerra, con trabajos extenuantes y una existencia en precario. Luisa Carnés, formó parte de las exiliadas que salieron de España al final de la contienda y entre las nostalgias y la dificultad para mantener una vida digna, realizó poca obra posterior a su salida del país.
Hay un pasaje en la vida de María Teresa León que define a las claras la clase a la que pertenecen. La burguesita hija de militar primorriverista, hermana de militar golpista, cuya niñez y juventud la llevó por ciudades hasta recalar en Burgos y realizar un matrimonio tan burgués como el de sus padres, que después cambió todo por el buzo miliciano y el amor explicito a Alberti.
Durante la guerra, la comunista convencida y miliciana cultura, María Teresa León, organizó en El Pardo, un convite para los brigadistas internacionales en Navidad. Usó de toda su influencia para conseguir pavos, dulces y todo tipo de lujos comestibles que preparó con el mismo esmero que las cenas de sociedad de su familia. Miguel Hernández, invitado al ágape, siendo miliciano de verdad recién llegado del frente, se molestó mucho al ver el dispendio del lujo presente ante la terrible precariedad de los combatientes y del pueblo cercado de Madrid. Tanto que primero se encerró en una habitación para luego marchar del Palacio con un insulto bastante machista en los labios dirigido a la hermosa León. Ella pretendía agasajar a los Brigadistas mientras al poeta del pueblo le dolía el alma ver el contraste.
María Teresa León, destacó por su obra hasta que fue eclipsada por la aureola de magnificencia poética de Rafael Alberti. No es que él le impusiera obligaciones o que la impidiera escribir, quizá fuera al contrario, solo que la tarea de afinar la vida cotidiana del poeta, de agilizar sus obligaciones la absorbieron lo suficiente para anular su genio. Volvemos a encontrarnos con el amor como escollo. La María Teresa rebelde, libre, independiente segura de si misma que vistió buzo miliciano y atravesó las líneas conduciendo un camión para poner a salvo cuadros del Pardo que estaban en Toledo, cosa que ningún hombre se atrevió, la misma que arengaba a los soldados en el frente y levantaba pasiones con su verbo encendido y la belleza que poseía, se convirtió años después en secretaria del poeta, en su cómplice organizativa. Lo hizo de forma voluntaria, como voluntaria -dolorosamente voluntaria- fue la renuncia que hizo de sus hijos al separarse de su primer marido. Las duras leyes de anteguerra arrebataban a la mujer cualquier derecho, incluido el de visitas si cometía el grave delito de separarse del padre de sus hijos. María Teresa León lo hizo, no por Alberti, que es falso el dato que supone la relación con el poeta como origen de la disolución de su matrimonio puesto que llevaba tiempo separada cuando se encontraron, perdiendo el derecho a ser madre y ver a sus hijos en contados momentos, cosa que fue una herida, como el exilio, que jamás superó.
Rosa Chacel, en cambio amó de forma intensa, aunque su carácter frío no la permitía desmelenes románticos, tuvo un compañero que alentó y cuidó la obra de la autora. Timoteo Pérez Rubio fue un esposo no siempre fiel, tampoco lo fue ella, pero jamás supuso una interferencia en la magna obra de la autora, que sobrevivió al exilio tornando a España y siendo laureada por un país diametralmente opuesto al que dejó y quizá añoraba. No restituyeron los agasajos los años de vagabundeo mundial, pero de alguna manera nos recuperó a una autora que de otra forma quizá, se hubiera convertido en distante para una cultura, la nuestra, poco dada a revisiones memorialísticas.
Las cartas cruzadas entre Chacel con Zambrano nos explican bien el sentimiento de no pertenencia, de vacío existencial que acuna a las exiliadas, añorantes de una patria que jamás recuperan porque su marcha se convierte en paréntesis parado dentro de la memoria, mientras en el país real, siguieron pasando cosas que ellas no percibieron al detalle por la distancia. En realidad, aunque tornen nunca encuentran los pasos vivenciales que se diluyeron en el tiempo.
Dejamos un párrafo de una de sus obras:
“España es un drama de familia. Eso ya se ha ido haciendo típico por lo que respecta a la lucha cainita, pero es que no es solo lucha. (Tendré que dar la razón a Mme. Campo de Alange respecto a la lucha de sexo. Parecería que sí, pero no es enteramente) En España las mujeres no quieren luchar con los hombres para arrebatarles puestos y honores. Más bien luchan consigo mismas para poder aguantarlos, para sobrevivir a su insatisfacción humana, su decepción ¡Es cosa de risa! Si en esta época hubiera la menos posibilidad de feminismo sería la cosa más fácil convertirse en leader de las mujeres. Las pobres están necesitando furiosamente ser poseídas por el espíritu. Y por enésima vez se da en España el caso de la anticipación de un problema. Este desajuste que viene viviendo mi generación, que las posteriores no arreglaron -tal vez empiecen a mejorar las de ahora, las muy recientes- y que en las anteriores solo daba como resultado una sociedad inepta, ciega y zafia -véase Galdós- empieza a manifestarse en Francia y ¡en la extrema avanzada! Las memorias de Sartre y Simone presentan un espectáculo deplorable”
Como verán Rosa Chacel no era precisamente una combativa feminista lo que se entiende precisamente por la extracción burguesa de su familia, y quizá un desconocimiento de las enormes diferencias que existían entre hombres y mujeres en la España del primer tercio del siglo XX. Pensaban ellas, ingenuas, que su privilegio de clase, y/o de familia era común sin percibir las grades diferencias existentes aun en ellas mismas. Quizá fue María Lejarraga el ejemplo más claro de esta dicotomía entre la vida publica y la privada, entre el discurso y la entelequia personal en el que se movían. Lejarraga, diputada en Cortes, feminista militante que discurseaba por el territorio patrio pasó la vida escribiendo como penada mientras la obra era firmada por su marido, el inútil Martínez Sierra, que al decir de Valle Inclán o Unamuno (no puedo precisar con seguridad) era incapaz hasta de escribir una nota de duelo. Cuando Martínez Sierra abandona a María Lejarraga para vivir con la actriz de su compañía Concha Barcena, incluso tiene una hija con ella, María sigue escribiendo bajo las exigencias del tirano para que produzca más ya que su nueva familia necesita dinero ¿Era consciente María Lejarraga de la explotación marital a la que la sometía el tiránico Martínez Sierra? ¿Eran conscientes las mujeres de entonces de la enorme losa que suponía el patriarcado en la sociedad española? Fueron pocas las que consiguieron eludir las imbricadas costumbres patriarcales españolas. Lo fue Carmen de Burgos y su negativa a contraer matrimonio porque entendió perfectamente los lazos de plomo que la institución matrimonial suponía para la mujer. También consideramos que los principios feministas de Margarita Nelken eran firmes como demostró durante toda su vida. Clara Campoamor, también mantuvo su independencia así como la querida Matilde de la Torre, en estas mujeres es posible que su huida del matrimonio tuviera una connotación intelectual debido a un claro convencimiento de que el hombre español no estaba preparado para mantener una pareja equitativa y prefirieron evitarse la confrontación, o como en el caso de Matilde de la Torre, saliendo en huida de un matrimonio traumático que deshizo a los quince días de convivencia.
La citada Matilde de la Torre, la dejaremos fuera, no por falta de talla literaria, sino por estar debidamente trabajada en un ensayo anterior y porque la tarea política la eludió de construir una obra literaria de altura para la que le sobraba talento y capacidad. Siempre que me acerco a las páginas de cualquiera de los escritos de Matilde de la Torre me lastima pensar que gran autora nos perdimos por la terrible situación histórica que le tocó vivir y la nobleza de una mujer genial para dedicarse de pleno al servicio publico en el convencimiento de la tarea ingente que podría realizar. El tamaño intelectual de Matilde de la Torre es inmenso y me perdonarán la pasión que pongo en reseñarlo.
Nunca entenderé como es posible que el mundo literario e intelectual español se permita el lujo de condenar al olvido a mujeres de esta talla. Elena Fortún es otra olvidada que tiene una obra excelsa que se debiera reeditar, en especial Celia en la Revolución, exquisita muestra del Madrid revolucionario y las penurias vitales que vive una jovencita que contempla cadáveres reventados en las cunetas mientras vaga en busca de algo con que alimentar a sus hermanos pequeños. El libro póstumo Oculto Sendero donde retrata con voz dolorida la vida marcada como mujer de talento sujeta a condicionantes sociales que la atan a un cicatero y envidioso marido que no le permiten volar en pos de un amor hacia Matilde Ras, enredada en condicionantes sociales burgueses que de alguna manera, la amargan. Volvemos a las propias cadenas que las mujeres de ¿esa época? se pusieron a si mismas, en base a un patriarcado que andaban profundamente imbricado en sus almas. Pesaba tanto la losa patriarcal que ni se daban cuenta de que las aplastaba mientras mantenían su vida encerradas en las viejas costumbres aunque predicaran feminismo como lo hacía Lejarraga. No conozco mayor dolor que intentar liberar al mundo mientras ellas mantenían atada su alma al costumbrismo ancestral.
Ni Matilde de la Torre, ni María de Lejarraga tornaron a España, vivieron un exilio, corto en caso de Matilde, continuo y errante con la angustia del desarraigo, la penuria económica -en ambas hasta rozar la pobreza absoluta- y caminaron hasta la muerte sin haber conocido el regreso ni la libertad vivida en su tierra.
María Teresa León, como dijimos, que durante el exilio opacó su talento bajo la egida de Alberti, sí regresó a su tierra, pero fue tan tarde que lo hizo con la memoria dañada, con los huecos que la enfermedad familiar, quien sabe si agravada por la vida errante y dolorida que mantuvo, hizo mella en ella al final de su estancia en Roma. La casa de Alberti y León en la vía Garibaldi romana, era visita obligada para la oposición a la dictadura; varios testigos atestiguan que en las visitas de los últimos años, María Teresa permanecía en un mutismo ausente, en un silencio perdido que auguraba el desastre. Sus últimos días los pasó en una residencia madrileña. Su compañero Rafael Alberti, mucho tiempo antes -quizá al verla perder su esencia o su juventud, cosa que para las mujeres es socialmente más duro que para ellos- había conocido a una joven de la que se enamoró, llevándola incluso a la casa familiar donde María Teresa convivía desde la distancia de la desmemoria. Nunca sabremos si fue consciente de la traición sentimental del hombre al que dio todo. Quizá la vida fue piadosa con ella y la permitió obviar el dolor.
El libro de memorias que en los años finales de su lucidez, consciente como era de la posibilidad de heredar la enfermedad familiar, redactó, Memoria de la Melancolía, muestra en la página 83 un pasaje hermoso que nos dice más, quizá, de lo que la autora quiere confesar:
“Han pasado gentes, ríos, tiempos, mares, lluvias y soles sobre mí. Me asusta mirarme en los espejos porque ya no veo nada en mis pupilas y, si oigo, no sé lo que me cuentan y no sé porqué ponen tanta insistencia en reavivarme la memoria. Pero sufro por olvidar y cuando se me despeja el cielo o me abren la ventana, siento que me empujan hacia delante, hacia la pena, hacia la muerte. Entonces prefiero ir hacia lo que fue y hablo, hablo con el poco sentido del recuerdo”
Pocas veces veremos una lucidez sobre la sombra que se cierne sobre ella, sobre el querer y no querer perder la identidad que supone la memoria. Perder la contabilidad que nuestra memoria archiva en la mente, es perderse, deshacerse, diluirse como persona. Morir sin morir.
Tuvo que ser muy trágico para una mujer que hizo llorar a cientos de mujeres rusas en el teatro Bolshoy, levantándolas de la silla con sus palabras sobre la guerra de España. Tuvo que ser terrible ver su hermoso rostro deshacerse de la vida vivida ante el espejo y contemplar la mirada como avanzaba hacia el olvido.
María Toca Cañedo
Continuará…
Qué compendio más completo e interesante de valiosas mujeres.Gracias!