Me fascina y horroriza Ted Bundy. Un asesino en serie terrible, de los peores, que combinaba dos trastornos explosivos que no suelen confluir en una sola persona: el sadismo y la necrofilia. Le preguntaron qué era lo que le gustaba de matar a alguien y contestó que la posesión. Cuando ellas te miran por última vez, un segundo antes de morir, eres Dios.
Guapo y con una prometedora carrera como abogado y político, pasó desapercibido en la lista de hombres llamados Ted que sirvió para estrechar el cerco en torno a él. Cómo iba a ser aquel joven resuelto y de sonrisa amable el asesino endemoniado de chicas guapas de melena oscura si trabajaba como voluntario en un caserón victoriano atendiendo llamadas al teléfono de la esperanza, usando sus estudios de Psicología para convencer a posibles suicidas de que siguieran viviendo. Cómo iba a ser él el intruso que se colaba en hermandades universitarias y torturaba hasta la muerte a las muchachas dormidas, rodeadas por las compañeras que ocupaban las camas vecinas. Su propia madre lo defendió hasta que la mañana de su ejecución él le confesó que había asesinado a todas las mujeres que formaban su lista de víctimas. Chicas que se apiadaban del muchacho con muletas que les pedía que recogieran los libros que se le habían caído al suelo y aprovechaba ese momento para golpearlas y dejarlas inconscientes. Es terrible pensar que todas ellas pagaron por el rencor que sentía Bundy hacia las jóvenes que le recordaban a su primera novia, que las eligió simplemente porque llevaban el mismo peinado que la mujer que lo abandonó explicándole que no cumplía sus expectativas de futuro. La mataba a ella cada vez que asesinaba a otra.
Sin embargo, la soberbia hizo que Bundy cavara su propia tumba. Se convirtió en su propio abogado defensor y pidió a un agente que en su testimonio contara con todo detalle lo que había encontrado bajo las sábanas cuando recibió el aviso de un crimen en una residencia universitaria. Todos los miembros del jurado que debía decidir su destino comprobaron, con horror, que pedía que el policía narrara el estado en que había quedado la enésima víctima de Bundy solo para revivir el placer que había sentido al asesinarla.
Patricia Esteban Erlés.
Hola Patricia, acabo de terminar el documental y yo también conservo en mi mente una mezcla de horror y fascinación por el «personaje» en cuestión, que es capaz de irradiar ese carisma y servirse de él para lo mejor y lo peor..el perfecto prototipo de un psicópata. Otra conclusión, es que este tipo de persona abunda en nuestra sociedad más de lo que pensamos, en determinados perfiles públicos como la política. El propio Ted Bundy también hizo sus pinitos allí..Existen muchos modelos «atenuados» de este personaje y mi reflexión es que como sociedad, los estamos fomentando con algunas actitudes y conductas. Muchas gracias por tu entrada, me ha gustado mucho, porque además mi Marido y yo acabamos de terminar la serie de netflix hace unos días 🙂
Trasmito a Patricia sus amables palabras, que suscribo totalmente. Vivimos en una sociedad donde esas psicopatías (aunque atenuadas, como apunta) casi diría que son norma. Gracias por sus palabras y por la lectura.