Hemos visto la serie de Netflix, Unorthodox la cual se ha convertido en popular debido al boca a boca. La historia basada en la biografía de Deborah Feldman, aunque trastoca un tanto la real contada en el libro, traduciendo al lenguaje de imágenes una dura experiencia de liberación y supervivencia.
Es poco conocida la comunidad jasítica que habita en medio de la capital del mundo, Nueva York, en concreto en el barrio de Williamsburg en pleno Brooklyn. Es un barrio grande, con treinta kilómetros de superficie , cerca de Sud Batterery Park y de la calle 125. Justo en el epicentro del mundo de la modernidad que emite vanguardia al resto de la humanidad nos encontramos con un anacronismo social que conforma la vida de su gente con siglos de retraso.
Picada en la curiosidad por conocer más esta peculiar secta religiosa busqué otras series sobre los judíos ultra ortodoxos encontrándome con una joya, a mi parecer muy superior a Unorthodox aunque con temática menos molona. Nadie se libera en Shtisel, nadie sale del círculo ancestral pleno de silencios y miradas encadenadas de tradición porque se queda en el debate moral, casi físico del dolor que producen los más amados, atados a creencias antagónicas con una sociedad que los circunda. Hay un matiz psicológico en toda la trama sutil y perfectamente contado que nos atrapa hasta integrarnos y llegar a entender el conflicto que mueve a unos personajes que de no haberse tratado con tanta inteligencia hubieran caído en la pantomima. Shtisel es una joya que no debieran perderse porque nos explica el meollo de un grupo de gente cada vez más numeroso (más del 15% de la población israelí y subiendo) y como vive.
Si la primera, Unorthodox, se desarrolla en Williamsburg, la segunda, Shtisel lo hace en el barrio de Gueúla en pleno corazón de Jerusalén, aislado de la moderna ciudad con barreras casi infranqueables, que pocas veces son cruzadas por los integrantes del grupo social que habita el barrio . El miedo a salir y contaminarse del ambiente impío y gentil hace que los habitantes de Gueúla renuncien a sueños y a progresos personales. Se sienten seguros en su barrio, donde tienen todo lo que necesitan, casi como un larvado síndrome de Estocolmo. Es en este mosaico donde se mueve la comunidad, un grupo de gente simbolizado en la familia protagonista que nos explica cómo se mantienen a pocos kilómetros de otra metrópoli moderna y puntera como es Jerusalén y no digamos Tel Aviv, una forma de vida que podríamos situarla en pleno siglo XVII.
No son solo judíos ortodoxos, son los ultra ortodoxos, que aborrecen de los primeros y no digamos del sionismo, la democracia, el socialismo o cualquier forma de gobierno laico hasta convertirse en enemigos acérrimos del estado de Israel. Sus leyes proceden de la Torá rigiéndose exclusivamente por la ley rabínica.
Esta comunidad tiene su origen en la Europa del Este en el siglo XIX, basan su sociedad en el estudio de la Torá, conjunto de 613 mitzvat (preceptos) entregados por Dios a Moisés. Todo lo que se salga de los mitzvat es aborrecido por los miembros del grupo, por tanto conforman un estado dentro de otro.
Hubo rabinos que se abrieron ligeramente a la modernidad admitiendo algún avance social, como por ejemplo Samson Raphael Hirsch, que tuvo su influencia a principios del siglo XX. Al sufrir el terror del Holocausto y el convulso antisemitismo diversos rabinos, intérpretes de la Torá, entendieron que vivían en un mundo hostil, siendo perseguidos sin piedad por los gentiles, por lo que su consuelo y refugio estaba solo dentro de sí mismos. Incluso algunos de ellos entendieron que la persecución y la soha era consecuencia de haber pecado contra Yavhé.
En la tradición judaica, en los textos que estudian una y mil veces durante toda su vida a fin de vivir en consonancia con su fe, está la verdad del pueblo elegido por Dios, apartarse del grupo, de las enseñanzas solo puede traer sufrimiento. Se cierran por tanto, empujados por las razzias europeas emigrando a EEUU, Argentina e Israel. Llevan consigo el terror sufrido y la Torá como refugio.
Hoy, los judíos ultra ortodoxos viven en barrios teóricamente cerrados al exterior, el extranjero ( llaman extranjero a los mismos judíos modernos, a los creyentes a los ortodoxos no jaredíes) se casan entre ellos, viven bajo la ley de la Torá y son completamente impermeables a la modernidad. La etimología de la palabra jaredí puede definirnos la esencia de esta secta: viene del hebreo jarada, que es la expresión más rotunda de miedo. Miedo supremo o terror ante Dios Todopoderoso.
Ningún fiel jaredí tiene ni televisión ni radio en su casa, eluden cualquier noticia del exterior. Sus móviles suelen ser modelos antiguos (recordemos el entusiasmo con que el marido ultrajado mira y juega con el Iphon de Moishe) que solo permiten recibir llamadas. Internet se usa de forma selectiva y controlada tan solo para recabar algún dato. Jamás para informarse o mirar al exterior. Las noticias del barrio son escritas en carteles por las calles, que presentan un aspecto de feroz papel despegado y maltrecho. Los hombres pasan la vida estudiando la Torá. Toda su vida. No estudian ni aprenden otra cosa, lo cual les produce una incapacidad absoluta si alguna vez quieren salir al mundo exterior. Carecen de formación básica.
No trabajan, se mantienen con las subvenciones del gobierno de Israel, en el caso de los habitantes de Gueúla, cosa que enfada bastante al resto de habitantes del estado debido a la sangría de impuestos que les supone mantener a los ultra ortodoxos a los que consideran que parasitan a la sociedad. En el caso de EEUU, sí hay fuentes de financiación privadas y algunos trabajan. Como consecuencia de ello la pobreza anida en las calles de los barrios jeredíes. Viven en pisos de no más de dos habitaciones hacinadas familias con una media de ocho a diez hijos.
Se casan jóvenes, siempre entre ellos. El abandono del grupo por matrimonio mixto ni se contempla porque sería anatema feroz. Las mujeres apenas reciben formación, ni de la Torá, por estar vedado a la mujer estudiarla. En los últimos tiempos, debido a la escasez de recursos de las familias (ya hemos dicho que los hombres no trabajan) se las permite trabajar y estudiar. Son maestras, preferiblemente, pero contando que las familias jerezíes tienen la media de hijos tan alta se entiende la dificultad de la mujer para mantener el trabajo fuera de casa.
En cuanto se casan deben ocultar el pelo porque es patrimonio exclusivo del esposo en intimidad. Se las ve por las calles con pelucas que esconden su cabello o con gorros de lana que portan también en casa. Hasta duermen con el pelo cubierto y separadas del esposo, que solo asalta la cama de la mujer para concebir ya que el sexo tiene únicamente función reproductora, jamás placentera. Y únicamente cuando la esposa esta “limpia” es decir, cuando han pasado días de la regla. Las ropas que visten son oscuras, jamás pantalón, faldas largas, nada de tacón, media oscura, sobria. Deben evitar en todo momento convertirse en fuente de mirada masculina. Ni pendientes, o colores vistosos que atraigan la vista. El hombre viste de negro y camisa blanca, dejándose crecer la barba y dos rizos que salen de su frente, ya que tienen prohibido cortarse el pelo en los cuatro vértices del rostro. Además de la obligada quipá, portan siempre sombrero como forma de señalar lo piadosos que son y el temor de Dios que poseen. Viven totalmente separados por sexos.
Hasta el matrimonio sus vidas sin ajenas y desconocidas, evitándose incluso en medios de transporte, en los que van separados, es impensable el más mínimo roce entre personas de distinto sexo. Jamás van a ningún espectáculo de diversión aunque sus ritos son alegres, hay música, canciones piadosas en todo momento que cantan y bailan. Hacen de la alegría camino de espiritualidad, aunque en esto también hay controversia. Hay grupos que niegan la alegría como efecto pagano. Siempre se puede caminar hacia más extremos, y más restricciones, por supuesto sus prácticas religiosas tampoco son mixtas.
Viven no solo en grupo familiar sino en el colectivo, motivo que les conmina a pertenecer y ampararse en la sociedad cerrada que conforman. Quizá como respuesta a los duros ataques del nazismo y el antisemitismo vivido por sus ancestros se hacen fuertes dentro de su exclusión. La parte positiva de la comunidad es el eslabón solidario que se forma entre ellos, la negativa, el desamparo que sufren al salir de esa burbuja protectora que conforman sus comunidades. No tienen contacto ni conocimiento con el exterior, tal que si un nacido en el siglo XIX aterrizara de golpe en pleno XXI,
Si deciden abandonar el grupo, como nos cuenta Deborah Feldman que le ocurrió a ella, no cuentan con nadie en el exterior por lo que es más que plausible el fracaso, argumento que esgrime el grupo, en una clara manipulación sentimental, para evitar huidas o fisuras.
Su comida es kosher, con normas dietéticas estrictas. No comen cerdo, no mezclan lácteos con frutas ni verduras…Tanto en EEUU como en Israel o donde la comunidad sea importante, la legislación obliga a avisar en el empaquetado si es alimento khoser.
Rezan tres veces al día, para ello se acompañan de la Filacteria que es una especie de pequeña urna que colocan en la frente, justo en medio, que contiene mitzvit de la Torá, como forma de fijarlo en la mente.
Se producen huidas del territorio y del grupo. Algunas de hombres que son fracasos las más de las veces. En el caso de que la huida sea mujer, si tiene hijos, debe renunciar a ellos, perdiéndolos en los juicios entablados debido a las leyes de respeto religioso que imperan tanto en EEUU, como en Israel, lo cual produce un terrible drama para ellas que se ven obligadas a seguir dentro de la secta para no perderlos de forma definitiva ya que no pueden ni visitarlos. Se conocen casos de suicidios por este motivo. Sí pueden divorciarse, aunque quedan lastrados/as para las uniones futuras. Por supuesto los matrimonios son concertados por casamenteros, debiendo ser aceptados por ambos cónyuges siendo las presiones familiares enormes.
El sentido comunitario de esta secta es total, por lo que en los tiempos de Coronavirus las confrontaciones con el gobierno han sido muy grandes. Rezan unidos, estudian juntos en las escuelas rabínicas, sacarlos de las sinagogas o de las escuelas ha sido durísimo ante su negativa, con intervención del ejército en varios casos mientras la población ha sido diezmada por la pandemia. Ya hemos dicho que su enfrentamiento con cualquier gobierno y estado es frontal. El hacinamiento domiciliario tampoco ha puesto las cosas fáciles.
Hemos querido traer información sobre un grupo social que está inmerso en la sociedad del que desconocíamos casi todo. Por último me resta recomendarles ambas series, siendo la de Shtisel de muy superior calidad a Unorthodox, en ambas la interpretación de Shira Haas es de las que dejan huella, así como un magnífico Michael Aloni como el joven Akiva Stisel y por supuesto la del actor Dov Glickman como el gran rabino Shulem, el comilón patriarca de la familia resultándonos odioso, manipulador, soberbio y entrañable algunas veces. Todo un reto artístico. Ambas series las pueden encontrar, como dijimos en Netflix.
María Toca©
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