Yo quería ser dulce, suave, chiquitita,
de carne tierna, sensible y bien sentida,
quería ser femenina…de pequeña;
con mofletes sonrosados y ojitos azules
como eran las princesas.
Quería todo eso, además
de jugar con las muñecas,
hacer comiditas y jugar con el resto de las nenas
tal que mi sexo, ajustado y contrahecho,
predestinaba. Luego colgarme la medalla,
de niña amable, querida y cimbreada
por esta sociedad tan adaptada.
Que mis mofletes fueran sonrosados,
dignos de pellizquitos y de besos,
mis palabras dulces, comedidas
y siempre, siempre, uniformadas
y dignas de revista por la calle.
Eso quería yo, cuando reconocí el dispendio
que la naturaleza hizo conmigo.
Porque a mí, ese dios tan cabrón
y mal carado, me hizo…
…todo lo contrario.
Nací fuerte, preparada
para oposiciones y dispendios,
desprecios varios, madre acaballada
y poco dada a las ternuras
-más bien a los desprecios y torturas-
Me hizo contestaria, detectando
a poco que mirara, la injusticia,
el abuso y la contienda…
Y me hizo deslenguada.
Poco dada a seguir normas y costumbres
que no coincidieran con mi juicio
o el de personas que admiraba.
Pasión… me puso mucha,
tanta que se desperdigaron las sustancias
para recibir, a cambio, maltrechos desperfectos
y un desprecio variopinto a mi certeza.
No me hizo capaz de distinguir
a gente afable – buena gente-
de la carroña fugaz, esa que arrasa
robando besos, caricias y afectos
gastando tiempo en vanidad
y tormentas de amores callejeros
que dejaron el corazón asilado
y en franco descalabro y…despeñado.
Me hizo de puño fácil
que presto se levantaba
contemplando las esquirlas
de una sociedad soliviantada
que ataba la libertad a la costumbre.
Me puso en la primera fila,
esa que se lleva la contienda
y nunca jamás recoge más frutos
que critica y apaños de disputa.
Me hizo detestar mentiras y dobleces
en un mundo donde eso vale
siendo requisito indispensable
de triunfos y alharacas con donaire.
Claro, que a mí los cascabeles,
la fatuidad, el vano gorjeo
de plumas encendidas sin resuello,
me importaban más o menos lo mismo
que un rastrojo lanzado al viento
y lo mueve la marea a cualquier parte.
Es decir, me importa, un carajo.
No os niego que añoré asertividad,
algún abrazo y compañía…
No lo niego, pero al cabo,
me acostumbré a los desprecios
e hice con ellos fuerte y barricada
hasta que formaron parte de mi ser
y nunca fue bastante
la mano tibia que intentó desbaratar
la coraza construida por el hambre
de amor, de amigos, de costumbres
quedándome acostumbrada,
dentro del parapeto.
Por eso, hoy confieso con donaire,
que conmigo, dios, el mundo o el destino
erró mucho al formarme
del barro que se construyen otros lares.
No es queja, esto que cuento, desde luego,
es solo la constatación de un desaire.
María Toca Cañedo©
Santander- 12-09-2023. 10,46.
Precioso !!
¡Gracias!