Decía Virginia Woolf, en Al Faro, que ella se hacía a si misma escribiendo, lo que el psicoanálisis hace a los pacientes. No le debió dar buen resultado (o sí, vaya usted a saber) viendo como acabó, todo hay que decirlo. No obstante, estoy de acuerdo con la frase. Escribir para curarse, escribir para contar, para contarse, para comprender, o para comprenderse. Escribir…
Los que llevamos dentro, el veneno de ésta condición, no podemos hacer nada si no es para contarlo. Parafraseando a Gabo (Dios): se trata de vivir para contarlo.
Viajamos, sufrimos, amamos, hasta respiramos formando la argamasa que construye un relato, una novela, un poema o un artículo. Sin piedad para los elementos, vivos o muertos. Sin más objetivo que contar, formando una construcción plena de contenido, intentando que la urdimbre quede bella por fuera, también. Forma y fondo, estructura y cimiento, intentando de forma desesperada que la casa nos quede bella, la mejor, al poder ser; condensada, lúcida y plena de verdad.
Los afectados por el veneno de la escritura, respiramos vivencias y exudamos historias. Todo lo que oímos o experimentamos, tiene validez tanto en cuanto, nos sirve como argamasa para lo que de verdad importa: contarlo.
Así andamos, con la hermosa condena de vivir dos veces. La real, que ustedes ven y luego la más intensa, trasladando al folio lo vivido, que no tiene por qué ser lo mismo. En el tamiz de nuestra mente, quizá se trasforme y no tenga nada que ver con lo ocurrido. Vivimos, ya les digo, en ese holograma de irrealidad, o de doble realidad que llamamos literatura.
Mal amigo/a, amante, es el escritor/a porque jamás sabemos si estamos de verdad o imaginamos estar, todo lo supeditamos a ese vicio malsano que nos pierde para llevarnos al paraíso: vivimos para contar.
María Toca
Santander-25-12-2016.
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