¿Quién no ha visto con la enorme impotencia de no poder hacer nada, como amigas, familiares o nosotras mismas se nos deshace el alma prorrogando relaciones tóxicas y que solo producen sufrimiento? Sin haber problema de independencia económica, con la valía integra y un futuro prometedor hemos constatado como se persiguen sueños irreales y nefastos para la salud mental y física de determinadas personas prorrogando relaciones que desde el principio no son. Las personas que rodean(mos) a la víctima de la ceguera sentimental lo vemos claro. Ellas no.
Estas llamadas (en breve desarrollo la demostración de porqué las llamo adicciones sentimentales con aval científico) relaciones de dependencia se dan en todos los géneros, en todas las parejas, puesto que la toxicidad no es patrimonio de ninguna. No obstante como efecto de la cultura patriarcal, observamos que son más proclives a padecerlas las mujeres y su manifestación es diferente. En el sexo femenino rara vez se ocasiona violencia como consecuencia del rechazo, en cambio sí pueden darse conductas obsesivas, depresivas, coactivas a nivel de acoso pero pocas veces con violencia ejercida hacia la otra parte de la pareja. Cosa diferente se da en los hombres heterosexuales, que sí mantienen una conducta agresiva al ser desposeídos del objeto de su posesión: la mujer. Prueba de ello son las numerosas muertes, violencia de género que se produce en el momento en que son abandonados . Lejos de pensar que la violencia y los crímenes de género se den, únicamente, por causa de la adicción sentimental, que puede considerarse eximente de su agresividad. En estos casos, la psicopatía, un carácter intrínsecamente violento es coadyuvante en las conductas violentas, aunque creemos que también tiene que ver la adicción y dependencia de la que abandona.
Aclararemos conceptos, si nos atenemos a la definición que da la OMS de la adicción que la trata como una enfermedad física y psicoemocional que crea una dependencia o necesidad hacia una sustancia adictiva o una relación.Veamos lo que la ciencia tiene que decir sobre las conductas adictivas sentimentales. También sería bueno destacar como la cultura social nos hace codependientes de la pareja. Una mujer sola sigue siendo algo extraño a nivel social, como si nos faltara algo, como si nuestra aspiración y deseos íntimos, fueran siempre formar familia y tener hijos. Trabajamos mucho, las feministas, para erradicar esa mirada social sobre la mujer independiente y sola pero resta camino.
Definimos también, que estamos ante la presencia de una conducta adictiva cuando, en términos de Barnetche, Maqueo y Martínez (1999), el sujeto adicto muestra una pérdida habitual del control al realizar una determinada conducta y sigue ejercitándola a pesar de sus consecuencias negativas.
A continuación les dejo el texto que me envía una amiga a la que agradecemos su testimonio porque creemos que es significativo de lo que tratamos de exponer, y quizá nos haga entender más que los meros datos científicos de que hablamos:
Me enamoré locamente a primera vista. Un flechazo.
Primer error: el «locamente». Los flechazos es lo que tienen.
Segundo error: casarme con él. Al año de noviazgo, ya creía que nunca sería feliz en esa relación, aún así me casé después de siete años de noviazgo. En el viaje de novios, lo confirmé. Estuvimos casados diez años.
Tercer error: creer que estaba enamorada. Con la sabiduría y la serenidad que dan los años llegué a entender que no estaba enamorada, estaba enganchada. Era algo físico. Como si mis venas, mis músculos, mis neuronas… se hubieran extendido hasta unirse con las suyas. Cada vez que pasaba algo, sentía tal que si me cortaran una vena; me dolía físicamente. Puedo dar una clase magistral sobre ataques de ansiedad…
Me autoimpuse el sacar adelante la relación… A costa de mi propia salud. Mi cerebro creía que todo iba bien. Hasta que mi cuerpo explotó. Úlceras de estómago; pólipos en colon; infecciones en pulmones, faringe, laringe, oídos; pérdida de tres piezas dentales, y una erupción cutánea que me duró (casi dos años) Hasta que le dejé. A los pocos meses de separarnos, sin llegar al divorcio, él sufrió un infarto y murió. Así que, oficialmente, soy viuda.
Fue un hombre atormentado toda su vida y yo me impuse la tarea de hacerle feliz.
Nunca temí físicamente. Pero su «castigo» era psicológico. No llegaba a llamarme tonta, era peor… hacía que yo lo creyera con su actitud.
Restaba importancia o anulaba todo lo que me hacía sentir viva. Dejé de salir, de estudiar, de viajar, de quererme. Estuve unos cinco años sin mirarme en el espejo. Sin comprarme ropa (se la compraba a él, buscando su atención).
Lo peor: que a veces sigo creyéndome tan culpable como él.
Reconocemos en este duro testimonio todos los parámetros de una terrible adicción que ni está mal vista ni la sociedad condena, casi ocurre al contrario, premia la fidelidad a una pareja tóxica.
Se realizó una investigación en el Albert Einstein College of Medicine Yeshiva University de EEUU, observando, mediante resonancia magnética, las distintas regiones cerebrales afectadas por las rupturas sentimentales, el experimento nos demostró cosas muy interesantes. Dentro del sistema límbico donde se regula la dopamina que es la hormona del placer y la felicidad, se observa que se activa de forma sistemática cuando a los investigados se les sometió a las imágenes del amor romántico. También se observó que se activa el núcleo acucumbens, que tiene importancia en la risa, la adicción en general y el miedo. Constataron que el amor romántico activa la corteza lateral orbito frontal y prefontal del cerebro que es el mismo que se activa en caso de otras adicciones, por ejemplo de la cocaína. El experimento se realizó con personas abandonadas a las que se les enseñaba fotografías de sus relaciones mientras se analizaban los resortes del cerebro. Se constató la nula o escasa diferencia que se daban en el caso de relaciones románticas, fueran satisfactorias o no, en comparación con la adicción a las drogas.
Helen Fisher –antropologa, bióloga de la Universidad de Rutgers– asegura en posteriores investigaciones, que el amor romántico feliz es similar al efecto de la cocaína en el cerebro. Por tanto la pérdida de ese amor, ocasionaría los mismos efectos que la retirada de dosis de la droga.
También se ha observado que las conductas adictivas sentimentales son más proclives cuando las personas afectadas han padecido en su infancia carencias afectivas y/o abandono, siendo estas carencias sentimentales el caldo de cultivo para un aferramiento al objeto del «amor».
Si a esto le sumamos toda una cultura que potencia ese amor romántico sublimándolo hasta el infinito con coplas, poemas, novelas románticas, cine, series, boleros y cuentos infantiles con los que nos bombardean de continuo entenderemos que no solo no esté mal vista la esclavitud sentimental sino que hay toda una parafernalia cultural que pervive del mito romántico. Da igual que se produzca una función disruptiva en la conducta, que el doblegamiento social de la afectada sea grande, hasta el punto de propiciar una depresión incluso el suicidio, todo ello se va a considerar normal incluso plausible el sufrimiento. Poesía pura. Canto de amor y desgracia que hace decir en coplas memorables:
Me lo dijeron mil veces,
mas yo nunca quise poner atención.
Cuando vinieron los llantos
ya estabas muy dentro de mi corazón.
Te esperaba hasta muy tarde,
ningún reproche te hacía;
lo más que te preguntaba
era que si me querías.
Y bajo tus besos en la madrugá,
sin que tú notaras la cruz de mi angustia
solía cantá:
Te quiero más que a mis ojos,
te quiero más que a mi vía,
más que al aire que respiro
y más que a la mare mía.
Que se me paren los pulsos
si te dejo de queré,
que las campanas me doblen
si te farto arguna ve.
Eres mi vía y mi muerte,
te lo juro, compañero,
no debía de quererte,
no debía de quererte
y sin embargo te quiero.
II
Vives con unas y otras
y na se te importa de mi soledá;
sabes que tienes un hijo
y ni el apellido le vienes a da.
Llorando junto a la cuna
me dan las claras del día;
¡mi niño no tiene pare…
qué pena de suerte mía!
Anda, rey de España, vamos a dormí…
Y, sin darme cuenta, en ve de la nana
yo le canto así:
Te he de querer mientras viva
compañero, mientras viva…
y hasta después de la muerte
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ACACIA
Canción (1942)
Letra: Antonio Quintero y Rafael de León
Música: Manuel López-Quiroga
Versión grabada por:
Conchita Piquer
I
Los días se van pasando
y yo sigo siempre igual
la cruz a cuesta llevando
de mi pecado mortal.
No tengo una mano amiga
que en mi amargura repare,
ni una boca que me diga:
¡Acacia, que Dios te ampare!
Siempre un dedo me señala,
¡igual que una maldición!
Siempre un mote me apuñala
el centro del corazón.
Acacia sin primavera,
amor que no tiene nombre,
panal sin miel y sin cera,
mujer sin ley y sin hombre.
No hay quien al pueblo convenza
de que estoy arrepentida
y aunque la muerte me venza
siempre seré malquerida.
¡Malquerida de un amor
que me mancha de vergüenza
y me llena de dolor!
II
Mi nombre traen y llevan
en coplas de mal amor
siempre unido al del Esteban,
para aumentar mi dolor.
Al presidio iría a buscarlo,
no para llamarlo padre,
iría para matarlo
¡igual que él mató a mi madre!
Mas me contiene de hacerlo
algo dentro de mi ser,
porque a lo mejor al verlo
lo volviera a querer.
Acacia sin primavera,
amor que no tiene nombre,
panal sin miel y sin cera,
mujer sin ley y sin hombre.
No hay quien al pueblo convenza
de que estoy arrepentida
y aunque la muerte me venza
siempre seré malquerida.
¡Malquerida de un amor
que me mancha de vergüenza
y me llena de dolor!
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Él vino en un barco, de nombre extranjero.
Lo encontré el puerto un anochecer,
cuando el blanco faro sobre los veleros
su beso de plata dejaba caer.
Era hermoso y rubio como la cerveza,
el pecho tatuado con un corazón,
en su voz amarga, había la tristeza
doliente y cansada del acordeón.
Y ante dos copas de aguardiente
sobre el manchado mostrador,
él fue contándome entre dientes
la vieja historia de su amor:
Mira mi brazo tatuado
con este nombre de mujer,
es el recuerdo del pasado
que nunca más ha de volver.
Ella me quiso y me ha olvidado,
en cambio, yo, no la olvidé
y para siempre voy marcado
con este nombre de mujer.
Él se fue una tarde, con rumbo ignorado,
en el mismo barco que lo trajo a mí
pero entre mis labios, se dejó olvidado,
un beso de amante, que yo le pedí.
Errante lo busco por todos los puertos,
a los marineros pregunto por él,
y nadie me dice, si esta vivo o muerto
y sigo en mi duda buscándolo fiel.
Y voy sangrando lentamente
de mostrador en mostrador,
ante una copa de aguardiente
donde se ahoga mi dolor.
Escúchame marinero,
y dime que sabes de él,
era gallardo y altanero,
y era más rubio que la miel
Mira su nombre de extranjero
escrito aquí, sobre mi piel.
Si te lo encuentras marinero
dile que yo, muero por él
A poco que se hayan visto afectadas por algún amor fou, escuchen coplas y si no se les erizan los vellos poco les faltará para que se les paren los pulsos: https://www.youtube.com/watch?v=Y_VqHglTRkkhttps://www.youtube.com/watch?v=ns72t1BrF30https://www.youtube.com/watch?v=6payhuHbsvg
En el cine más de lo mismo, con ejemplos variados y comunes. En la novela romántica abundan también los personajes femeninos sufrientes ante un amor contrariado que conlleva en muchos casos el oprobio social o la muerte de la víctima, propiciada por el desorden amoroso y el pecado de amar sin medida. Tómese como ejemplo los monumentos novelísticos del siglo XIX, tales como Ana Karenina, La Regenta, Fortunata y Jacinta, Madame Bovary…y toda la novela romántica de ese siglo y del XX. La heroína es la que ama sin medida, la que sufre la herida abierta durante lo que resta de vida “y hasta después de la muerte…te lo juro compañero”
No podemos abstraernos, o muy poco, a dejarnos llevar por el dulce ronroneo de las sensaciones placenteras que ese disparate de texto ejemplificante produce en nosotras (posiblemente en algunos varones, y en las personas lgtbi, también, pero reconozcamos que en menor medida) Hemos sido nosotras las más bombardeadas por la cultura patriarcal de mil formas y maneras desde la más temprana infancia. Solo tenemos que releer los arquetipos femeninos de los cuentos infantiles: Cenicienta, Blancanieves, que nos muestran mujeres sumisas, buscadoras de un príncipe azul que las redima de vejaciones y sueños moribundos. Nos han sellado la mente con las sensaciones placenteras y redentoras del amor romántico con el fin del cuento que hace encontrar al príncipe y ser felices para siempre, sin la desvuelta de las hojas donde mostraban a una Cenicienta ensimismada lavando calzoncillos y haciendo cenas a niños y al príncipe malhumorado. Nos obviaron la realidad por lo que nuestro cerebro se resiste a perder esa felicidad que reporta el amor.
Los parámetros de simetría con , por ejemplo, la cocaína están demostrados, tal como les explicaba más arriba. La adicción es poderosa y esclavizante, sin caer en el rechazo social, como las demás adicciones, más bien al contrario. La sufriente es vista con respeto y admiración lo cual puede explicar cómo una y otra vez se recae en relaciones tóxicas condenadas al fracaso o a algo más grave. Bajo ese prisma podemos entender a la perfección la vuelta de víctimas de maltrato con los maltratadores, propiciando recaídas en esa adicción nefasta una y otra vez, llegando hasta la muerte en algún caso.
No quiero terminar sin recordar las palabras que un juez de violencia de género del juzgado de Santander nos dijo en una charla formativa: nosotros somos los únicos jueces que en muchos casos vemos salir del juzgado cogidos de la mano a la víctima y al reo condenado.
Si cambiamos el foco de tratamiento, si entendemos la adicción sentimental como entendimos las otras adicciones (drogas, alcohol, juego, tabaco…) quizá podamos dar solución a mucho sufrimiento. Y por supuesto, la desmitificación y desbloqueo del mito del amor romántico. No se trata de dejar de amar, o de amar menos, se trata de amar bien. No es solo querer, se trata de poder querer a la persona adecuada sin las distopias suicidas del amor fou por muy literario que este sea.
María Toca
El machismo no es sino una forma encubierta de dependencia y/o apego enfermizo, y los hay que, humillados por ello, lo disfrazan de autoridad y hasta de violencia
Y miedo. Dependencia y miedo. Es la tristeza, que en vez de asumir e intentar superar lo que nos acecha a todas (miedo a la vida, miedo a depender…) canalizan esa emotividad hacia la fuerza y la autoridad. Gracias por su comentario y por su lectura, Mar. Un abrazo.