Tú entraste como una exhalación en la habitación, sin llamar, arrastrando con la mano derecha una maleta sin ruedas, enorme, de cuero marrón, con dos cinchas que la cerraban; en la mano izquierda un bolso coqueto y a la espalda una mochila enorme de tela color amarillento como las que llevaban los soldados rusos en el Afganistán de 1987. Ella estaba sentada a una mesa, repasando los verbos en ruso, tranquila; sorprendida por la visita inesperada, te miró alzando la ceja derecha para inquirir quién eras; la habitación trescientos catorce ya estaba completa. Tú te
expresabas con las manos, gesticulabas a cada palabra; ella intentaba entablar una conversación en francés. Al final algo pudisteis entenderos utilizando una lengua medio inventada en inglés.
Te presentaste como Merhia, ella como Claudia. Tú venías de un país destruido por la guerra, de un Afganistán que las grandes potencias se querían repartir. Ella venía de un país Mediterráneo, de una ciudad en ladrillo rojo, llamada
Toulouse de la que nunca habías oído hablar. Una francesa que conocía la guerra por las historias de sus abuelos españoles.
Tú tenías una risa alta, sonora que invadía toda la habitación. Ella era muy discreta, solo dibujaba una muda sonrisa levantando los labios e iluminando la cara enmarcada en unas manos pequeñas y con manicura francesa.
Os hicisteis grandes amigas en el invierno moscovita compartiendo pasillos por la residencia de estudiantes extranjeros; cazando cucarachas marrones por el mapamundi de la pared de la sala de estudio. Conforme el tiempo pasaba aprendíais mejor el idioma común y os ibais conociendo.
Tú le contaste tu triste historia de huida ante una inminente boda con uno de los viejos de la tribu, un tío de tu madre, que os había prestado dinero. Gracias al Partido Comunista habías podido huir de las montañas y llegar a estudiar a Moscú. Ella te contó que en su casa eran todos comunistas huidos por culpa de una guerra civil en
España años atrás, pero a ella no le esperaba ningún novio a la vuelta.
Aquel año te trajo tus primeras Navidades. Las pasaste con Claudia y sus amigos españoles. Ella te introducía en ambientes afianzando vuestra amistad. Fue el primer fin de año que pudiste asistir a una fiesta occidental: bailes, bebida, comida en abundancia. Ella te contó que en España se cerraba el año comiendo uvas al son de las
últimas doce campanadas. Tú le contaste que para ti el fin de año no era diferente al resto de noches: guardar bien el ganado, cocinar la cena y cuidar de los hermanos pequeños, que no les traspasara el frío de la montaña. Aquella Nochevieja fue la primera fuera de las obligaciones.
Con los exámenes de febrero te llegó el miedo, tus notas no eran buenas, temías perder la beca y que te devolvieran derrotada a la aldea. Ella te ayudó con el ruso. Por las tardes os reuníais para hacer deberes, para memorizar refranes que te dieran vocabulario y entonación como decía, Ludmila, la maestra. A cambio tú le
cocinabas platos típicos afganos a base de arroz.
A los dieciocho años tú estabas acostumbrada al trabajo duro de animales y tareas en un hogar sin electrodomésticos: cocinar, lavar, limpiar, fregar, recoger agua en la fuente, cuidar de los pequeños. Ella te hablaba de su vida cómoda y despreocupada como estudiante, con sus cuadernos de traducciones en latín; su único
trabajo era el que hacía cuando, los veranos, se iba a campos de arqueología, entonces cavaba, manejaba la paleta para afinar la estratigrafía de la pared buscando huesos, lozas, restos de otras culturas. Los trabajos domésticos no eran su habilidad como bien demostró el día en que dejó el arroz al fuego mientras se fue a dar una ducha, de
vuelta alguien lo había quitado de la cocina, ni resto de agua, un fondo negro dejaba entrever algún grano.
Parecía que no teníais nada en común. Tú eras alta, caderas anchas y pecho abundante, con una melena negra ondulada hasta la cintura, que te gustaba llevar suelta. Ella era menuda y estilizada como una bailarina del Bolshoi, piel muy blanca y ojos claros detrás de unas gafas, el pelo corto al estilo garçon.
Conseguiste aprobar y una plaza en la Universidad Patricio Lumumba. Te quedabas en Moscú, aunque separada de ella que le correspondía una plaza en la Universidad Lomonosov, pero la amistad os reunía en la plaza Roja, de compras por los almacenes GUM. Allí ocupabais las tardes de sábado y luego pasabais por el fotomatón
para guardar momentos de felicidad.
Hoy sales de Kabul con las fotos.
Arancha Naranjo.
Que bien escribes y que interesantes son tus narraciones.Te felicito
Muchas gracias, Carlos.
Hola fui compañero del mundial de escritura . Le dejo un gran saludo y mucha alegría por su publicación. Ricardo Román de Argentina.
Muchas gracias Ricardo. Seguimos escribiendo. Un saludo.
Me gusta lo que escribes Sobre todos los detalles
Muchas gracias por leerme. Me alegra que le guste, puede leer más en:https://aranchanaranjo.es
Un saludo