Anoche, abandoné la sala del cine con la impresión casi olvidada de haber transitado por una de las mejores páginas de la Historia del cine español. Ayer, la película de Rodrigo Sorogoyen me conectó con el mejor Cuerda, el mejor Berlanga, el mejor Trueba, el mejor Saura… Un monumento que me hizo sufrir y disfrutar hasta la extenuación y que, horas después, me sigue activando el pensamiento con la certeza de que volveré a recorrer sus páginas muchas veces, porque, ahora mismo, tengo la impresión de que no hay en ella un solo fotograma de más.
Ni el guion, del que todavía reverberan algunas frases en mi cabeza, ni el trazo de los personajes, humanos hasta la saciedad como los claroscuros que los habitan, ni la música, un personaje más en muchos pasajes, ni la fotografía… Todo en la película conforman un mensaje tan duro y tan real como el desgraciado mundo que habitamos, aunque, para que no falte de nada, a ese cuadro hiperrealista, el sol se deja ver a veces, entre el gris del paisaje gallego. Un sol con atuendo de mujer, porque esa es la esperanza que nos dibuja la película, la de la revolución pendiente.
-Usted se quedará sola como yo. Ya sabe que vivo a unos metros, ya sabe donde estoy, por si me necesita- le dice la mujer del asesinado a la madre de los asesinos.
AS BESTAS es capaz de mostrarnos magistralmente el gran problema de nuestro mundo, el más global, en una aldea perdida de los montes gallegos, habitada, apenas, por unas decenas de personas. La lucha entre el mal, el sistema neoliberal representado por los molinos eólicos -aquellos gigantes con los que se enfrentara don Quijote- y el bien, el del otro mundo posible, representado por la solidaridad, el amor al medio, el decrecimiento y el feminismo.
El bien y el mal en el sentido más machadiano, porque esas dos caras que nos constituyen como humanos, están en permanente lucha, una lucha que va de adentro a fuera, una lucha que nos describe esencialmente.
-Un buen día, harto de vagar por el mundo, me quedé dormido bajo un manto de estrellas y desperté aquí, sabiendo que era éste mi lugar en el mundo. Comenta «el francés» en un grito desesperado por hacerse entender por su enemigo, otro ser humano, una víctima del sistema, maltratado por éste hasta la indignidad.
-¿Sabe usted por qué a mi hermano y a mí no nos quieren ni las putas? Porque somos mierda y olemos a mierda.
La barbarie habita en nosotros y fuera de nosotros, nos viene a decir la película, seremos sus víctimas si no somos conscientes de ello, si un día no nos despertamos sabiendo cuál es el mundo que deseamos, el que nos construye dignamente, por el que debemos luchar hasta el final, porque en esa lucha está el propio sentido de nuestra existencia. Una lucha que en la película se viste de feminismo, los valores que adornan a los dos protagonistas de la película, Ella y Él.
Como decía un amigo y compañero con el que coincidí, un texto que debería recorrer las aulas, ahítas de vacíos, de ausencias, de preguntas…
Si pueden, no se la pierdan, porque no los dejará indiferentes, para bien o para mal, según se mire, que, a veces, la lucidez es fuente de infelicidad. Aunque a eso, precisamente a eso, no es a lo que hay que temer.
Juan Jurado
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