Hace poco ha estrenado Netflix una serie de seis capítulos que se devoran con impaciencia, a la vez que suponen una losa emocional sobre la persona poco avisada. Hablamos de la serie Painkiller, que si bien adolece de cierto histrionismo evitable es una magnifica alegoría sobre el horror capitalista. La historia que cuenta es real, adornada de momentos y personajes inventados pero basados en una terrible realidad que a poco de empezar nos espanta.
Los Sackler, la familia protagonista, cumple todos los requisitos del patrón americano. El antecesor llega en 1904 al puerto de Nueva York, procedente de Polonia, en busca de una vida mejor. Tiene tres hijos, Arthur, Mortimer y Raymond Sackler . Con libros de segunda mano, Arthur se licencia en la Universidad como médico, poco después se hará psiquiatra y con sus primeras ganancias paga la carrera a sus dos hermanos menores. Ya tenemos el cuento armado, pobres que son recibidos en la Gran Manzana logrando el “sueño americano” con esfuerzo y sacrificio.
Arthur, abre una clínica donde practica lobotomías con frecuencia, hasta que se percata de lo desagradable que es esta practica y de las terribles secuelas que deja. Avispado, apasionado por el marketing, adquiere una empresa de publicidad y luego, junto a sus hermanos con quien forma sociedad, compran un laboratorio mediocre y decide que fabricar fármacos es más rentable que la clínica. Implica sus conocimientos de marketing empresarial decidiendo que los medicamentos deben venderse como cualquier otro producto. Se trata de ganar dinero, mucho dinero. En 1963 se hace con la patente de Valium, consiguiendo que sea el primer fármaco en conseguir los 100 millones de dólares con 60 millones de recetas.
Para ello, Arthur Seckler, consigue que la revista médica, Medical Tribune, que es leída por más de un millón de médicos en EEUU, publique artículos favorables al medicamente potenciando el incremento de las dosis que se recetan.
La muerte de Arthur no paró el ideario siniestro de la familia. Al contrario, si la primera generación de Sackler padecía un tímido amor por el dinero, mezclado con la compulsión de Arthur por el coleccionismo, acaparando miles de obras de arte que luego cedió (no de forma generosa, sino como inversión) a museos, además de comenzar su periplo de donaciones a Universidades y museos, en la segunda generación, encabezada por un sobrino, Richard Seckler, la avaricia se desató de forma criminal.
Richard encuentra la piedra filosofal para hacer dinero. El dolor. En 1994, uno de cada tres personas sufría de dolor constante en la América profunda, plena de obreros, mineros y trabajadores rurales. La vida con dolor es dura y Richard encontró el filón para convertirse en potentado creando la utopía de que se podía eliminar el dolor de forma total y segura. Para ello tomó un medicamento retirado anteriormente por la adicción que creaba, Eukodal, y lo trasformó en Oxycotin. El producto, que no era más que cloruro de oxicodona, cuatro veces más potente que la heroína y mucho más adictivo. Colocó las pastillas en un dosificador de donde caían de una en una, en una ridícula maniobra para evitar su mal uso. Lo presentó a su legalización en la prestigiosa FDA, avalado por informes y ensayos falsos. Argumentaba (sin ningún tipo de demostración) que el Oxycontin solo produjo adicción a un tímido 1% de la población testada. El encargado de legalizar el medicamento recibió numerosas presiones hasta que solo once meses y catorce días después, en 1995, el medicamento recibe el sello de confirmación de la FDA ¿Cómo pudo un organismo tan solvente aprobarlo sin estudios clínicos, sin demostración de su inocuidad? Lo entendemos cuando un año después de aprobado, el médico encargado de la investigación abandona la FDA y comienza a trabajar para Pardue Farma, laboratorio fabricante de Oxycontin con un sueldo de 400.000 dólares anuales.
Con el sello nominativo de su benignidad la veda se abrió para extender las pastillas por el territorio norteamericano. Un ejercito de 700 comerciales, jóvenes, atractivos/as, amables, que invitaban a comilonas a los más de 100.000 médicos y les regalaban bonos para vacaciones y fines de semana en hoteles paradisiacos, hicieron que los médicos rurales, poco conocedores de la sofisticada industria farmacéutica, cayeran en las redes del laboratorio y se convirtieran en infames camellos que extendían la droga entre millones de personas que comenzaban tomándola por cualquier dolor o dolencia leve para quedar totalmente enganchados a las pocas semanas.
Les dejo unas cifras para que tengan en cuenta el montante del problema.
Oxycontin generaba unos ingresos de 20 millones de dólares por semana. El medicamento generó 35.000 millones de dólares en ventas… de las cuales la familia se embolsó, 13.000 millones de dólares de beneficios (lean de nuevo la cifra porque no es un error, se lo aseguro)
Mientras esto ocurría, los Sackler lavaban su conciencia y ahorraban impuestos con las donaciones emprendidas por el fundador, tal fue su labor que eran nombrados como los Medicis americanos debido al patrocinio abrumador. Museos como el Guggenheim de Nueva York, Smithsoniano, universidades como Oxford recibían fondos y donaciones de la familia. A la vez, cientos de miles de personas comenzaban a sufrir las secuelas de la terrible adicción a opiáceos.
Era una droga fuerte, muy fuerte, que se conseguía de forma legal. Las recetas comenzaron a traficarse con falsos enfermos que conseguían que el médico recetara más y más. Con cada receta, aumentando la dosis por prescripción, los médicos incrementaban sus altas comisiones, sus bonos, sus comilonas, regalos, vacaciones…Una endiablada maquinaria de picadero humano en pos del dinero. Ya les dije al principio que esto iba de extracto puro de capitalismo.
Comenzaron a saltar alarmas conforme se extendía la epidemia y el laboratorio recibió demandas y quejas de familias abrumadas por las adicciones terribles. Las muertes por sobredosis se producían de forma constante, tanto que la empresa tuvo que contratar a un conjunto de 18 abogados para defenderse. Llegaron a pagar en servicios jurídicos 50 millones de dólares, cosa que se asumía con deportividad mientras se siguieran vendiendo Oxycontin como churros.
Las cosas llegaron a mayores, hasta que la Fiscalía General del Estado intervino realizando una investigación profunda que la serie detalla, para que todo quedara en nada. Giuliani (abogado de Trump, y antiguo alcalde de Nueva York) consigue que todo se pare, se realicen donaciones para centros de rehabilitación de drogodependencia eximiendo a la perversa familia Sackler de toda implicación con el delito.
En 2019 declaran la empresa en bancarrota para eludir las millonarias indemnizaciones, para ello han descapitalizado su patrimonio exiliándolo a paraísos fiscales. Total impunidad y ningún castigo.
En ese mismo año, 2019, 136 personas morían al día en EEUU víctimas directas de la oxicodona. En estos momentos la plaga de muertes y adicción al fentanilo (forma similar a la oxicodona) es uno de los problemas más acuciantes del país.
Posteriormente, la justicia estableció que los Sackler pagaran 4.500 millones de dólares a los damnificados por sus productos. El acuerdo final se selló en 2022, con los Sackler pagando unos 6 mil millones de dólares a las víctimas y firmando una especie de acuerdo que les otorgó inmunidad ante las denuncias presentes y futuras.
El nombre de Sackler ha sido borrado de las universidades y de los museos, debido al desprestigio que sufrió. Se ha convertido en una familia maldita en el país, pero nadie fue a la cárcel ni sufrieron más pena que el descredito.
De haberlo sabido Pablo Escobar hubiera estudiado psiquiatría evitándose malos ratos. Oubiña y Sito Miñanco, también.
Y esta es la historia que cuenta la serie de Netflix que les recomiendo vean con cierto blindaje. Es difícil que puedan mirar a su médico con los mismos ojos inocentes después de verla, ya les aviso, porque nos consta que el lobby farmacéutico extiende ¡y cómo! sus tentáculos por Europa haciendo rehenes de los estados que no les queda más remedio que confiar en ellos para la formación de los sanitarios esperando que la información e investigación con que avalan sus medicamentos sea real y honesta.
Es terrible socavar la confianza del paciente, entendemos que los pilares sobre los que se asienta una sociedad justa son la justicia, la sanidad y la enseñanza…Y no podemos vanagloriarnos demasiado de ninguna de las tres.
María Toca Cañedo©
P.D: Hay un libro extraordinario del periodista Patrick Radden Keefe sobre los Sackler, a los que estuvo investigando durante más de tres años, recabando información de todos sus manejos. El título es: El imperio del dolor y es totalmente recomendable, no solo por la información sobre la malvada familia, sino porque explica cómo funcionan las empresas medicas en el mundo.
Terrible la obscena impunidad en este sistema capitalista que consiguen personas sin escrúpulos que aprovechandose de la debilidades humanas amasan enormes cantidades de dinero , único objetivo que tienen en sus criminales vidas
Esta terrorifica impunidad habla de un estado ausente complice por su irresponsable incapacidad para hacer cumplir la ley
Terrible y criminal. A la vez de hipócrita creando policía represiva para castigar lo mismo que permite a sus élites. Gracias Francisco por su lectura y su indignación.
Hace poco leí un magnifico libro sobre la familia Sackler, llamado «The empire of pain» (el imperio del dolor) del escritor Patrick Radden Keefe, muy, muy bueno. Es tremendo lo que esta familia ha hecho, y que se van de rositas a pesar de todo.
En el artículo le citamos, y como dice, es muy recomendable. Hizo un gran trabajo, Radden Keefe, en desenmascarar a esa criminal familia.