Salimos del palacete con el sol habiendo ya remontado los alminares de la ciudad. De camino al hotel, Aitor, llamó a su oficina para que suspendieran las reuniones previstas para hoy. A cambio su anfitrión las apuntó en un cuaderno de tapas doradas. Unos minutos antes se lo dio a uno de sus asistentes con instrucciones en voz baja. Fatiné nos aclaró que la intercesión del primo de Mohamed VI sería más que suficiente. Lo normal era sentarse a esperar acontecimientos que habrían de producirse en las próximas horas.
Su olfato de hombre vasco de negocios, había pintado en su amplio mentón una leve sonrisa entre pícara y bobalicona, que tras las indicaciones que acabábamos de escuchar se hacía ahora mucho más evidente.
–¿Qué os parece si descansamos un rato hasta la hora del almuerzo? Me encantaría salir de tiendas esta tarde y, creo que ambos me vais a ser de gran utilidad. Os espero a las 3 en el comedor.
Los minutos restantes hasta llegar al Gran Hotel La Mamounia, se los pasó con los ojos clavados el móvil, tal vez, por el pudor de saberse con el éxito al alcance de los dedos sin haber hecho apenas nada para conseguirlo.
Fatine asomó ligeramente la punta de su lengua entre los labios entreabiertos, y yo asentí inclinando la cabeza. Al llegar nos despidió en la recepción, Aitor y yo emprendimos rumbo a nuestras habitaciones y ella desde lejos me guiñó un ojo.
Mientras miraba mi cara de cansancio en el espejo panorámico del baño me preguntaba, si el gesto picarón de guiñarme un ojo, éramos nosotros los que lo habíamos heredado de los siete siglos de época árabe en la península, o si la relación de la dulce Fatine con gentes de todo el mundo, le proporcionaban lecciones magistrales para la supervivencia.
Al salir de una estimulante ducha escuche la campanita de una conversación de WhatsApp que acababa de entrar en mi teléfono y me indicaba. “Sube pronto que te tengo una sorpresa que no podrás olvidar”.
Me vestí con la emoción apresurada del adolescente que sabe que se va a desnudar apenas pasados unos minutos. Dos pulverizaciones de Ralph Lauren Polo Blue, y de nuevo me encontraba subiendo a la 202 por la escalera de servicio, –precauciones del oficio—y llamando con los nudillos suavemente.
Fatine me recibió con su sonrisa más cautivadora, enfundada en un caftán de seda tan maravilloso como semitransparente. Sobre la mesa había un despliegue de comida tal, que supuse imposible el que ambos diéramos fin a semejante festín. Murmullos y sonrisas provenientes del dormitorio llamaron mi atención. Sin duda eran voces de mujer, al menos de dos distintas.
–Come para que recuperes fuerza, sin duda vas a necesitarlas, –me dijo entre sonrisas..
Empezaba a entender el porqué de la mucha comida y el resto de la invitación. Tanta generosidad… En fin, haría lo imposible por corresponder.
El hilo musical ofrecía las notas de Stairway To Heaven de Led Zeppelin en versión instrumental.
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