Empiezo a ver el documental de Netflix sobre el caso de las niñas de Alcasser. Entonces lo llamaban en todas partes el caso Alcácer. El primer capítulo indaga en la desaparición de las chicas, en ese viernes de noviembre en que una de las chiquillas se quedó en casa porque tenía fiebre y el padre de Miriam no pudo acercar a las otras tres a la discoteca en coche porque estaba enfermo. Se emite la llamada de Toñi a un programa de radio el día anterior, pidiendo una canción y dedicándose a las amigas con las que sería enterrada en una fosa, junto a la presa de Tous. Los huesos del antebrazo de Toñi asomando desde la tierra, con su reloj plateado de Disney aún en la muñeca. La canción que una chica de quince dedicaba a sus amigas. El ritual de pasar a buscar todas juntas a la que vive más lejos. El azar que quiso que una de ellas no pudiera salir, que el padre de otra no las acercara a la discoteca. Que se parara el tercer coche, ninguno de los dos anteriores, cuando hacía dedo.
Las televisiones enloquecieron. Hacían furor los programas de desaparecidos, porque nadie se hace a la idea de que alguien que formaba parte del paisaje familiar, que desayunaba en la misma cocina que tú, se esfume de pronto, desaparezca sin más. Todo el mundo las vio en alguna parte. Pidiendo veinte duros en Pamplona, Sevilla, Madrid. Todo el mundo sabía a ciencia cierta que las chicas andaban aquí o allí, desayunando en un bar de barrio, cogiendo un autobús a alguna parte, por más que todo el mundo sospechaba que eso no era ya posible mucho antes de que aparecieran los tres cinturones negros con chapas plateadas en ese lugar apartado al que no pudo llegar el coche de la funeraria.
Una cámara estaba siempre allí, quizás por primera vez veíamos a un padre recibir en directo la noticia de que su hija había sido asesinada. La tragedia era ya emitida en directo, sin ensayos ni tomas falsas. Real.. Ajena y propia. Fernando García estaba en Londres, hablando con Scotland Yard cuando encuentran a las chicas y los medios le siguen al bajar del avión, al entrar en la casa de paredes estucadas y abraza a su mujer, que se lamenta como un animal herido de muerte mientras repite las mismas palabras en valenciano, «sus huesos, sus huesos».Fernando García no suelta el cigarrillo mientras mira a cámara o abraza a un vecino.
El show televisivo alcanzó entonces un nivel de infrahumanidad difícilmente superable. El De tú a tú de Nieves Herrero voló en alfombra mágica al pueblo para emitir el programa esa misma noche desde un pabellón el directo de un insoportable dolor colectivo a tiempo real. La madre de Miriam, en shock, acudió al plató en zapatillas. Faltaban sillas en el escenario porque todos los familiares querían estar allí, La voz meliflua de Nieves Herrero interrogando a las familias, ¿Cree, Matilde, que podrá superar este dolor alguna vez? Señor alcalde, no me ha contestado, ¿los cuerpos fueron violados y torturados antes de morir, qué dice la autopsia sobre eso? No me conteste ahora, nos vamos a publicidad.
El programa de Lobatón no estuvo tan rápido y tuvo que conformarse con algún testimonio de segunda, el llanto de la abuela de Toñi, la vocecilla quebrada pidiendo la pena de muerte.
Entre los dos se llevaron el ochenta por ciento de la audiencia de esa noche de enero.Un récord que no ha sido superado todavía. A NIeves Herrero le llovieron chuzos de punta por su desvergüenza, su falta de pudor, su hipocresía al hurgar en un sufrimiento inimaginable. Por monopolizar aquella noche los aullidos de las madres en su show.
Pero pregúntale a cualquiera. Nadie lo vio.
Patricia Esteban Erlés.
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