Mujeres revolucionarias
Se dice que la mujer tiene connotaciones biológicas que la impelen a ser más pacífica, menos violenta que los hombres. La historia de la Revolución francesa ha sido prolífica en la literatura, conocemos bien a sus promotores y los que la llevaron a cabo en su inicio tanto como en los tiempos del Terror. Lo que no se dice tanto es que las mujeres de Paris protagonizaron unos sucesos desencadenantes de la explosión revolucionaria, y no fueron, precisamente, mujeres pacíficas ni pacientes las que los llevaron a cabo.
En 1789, la escasez de harina debido a una gran sequía produjo una escasez de pan en Francia, el hambre comenzó a barrer las calles de París, mientras la monarquía borbónica de Luis XVI se aventaba, con la inconsciencia que da vivir de espaldas al pueblo, con fiestas y comilonas constantes. La aristocracia bailaba en los grandes salones después de comidas pantagruélicas, la iglesia amparaba los disparates del feudalismo recibiendo el óbolo generoso por ello mientras el pueblo penaba y debía entregar el fruto de su trabajo para el mantenimiento de ambos estamentos. Todos los dispendios enfurecían a la población que acrecentaba los sentimientos del descontento rozando la ira por momentos.
Un grupo de mujeres parisinas de forma espontánea se manifestaron en contra del abusivo precio del pan en Paris. El rumor de que el rey y la corte habían realizado un gran banquete la noche anterior, terminó de enfurecer a las aguerridas mujeres que comenzaron a juntarse con las de los mercados vecinos hasta conformar una turba que prendió sus cuchillos de unas picas gigantes, tal que lanzas, y comenzó su caminata hacia el Hotel de la Ville (ayuntamiento de París).
Poco a poco se van juntado siete mil personas que se han unido al paso de las revolucionarias, que caminan con furor belicoso hacia Versalles con la intención de presentar las demandas al rey, donde solicitan un giro en la política y que se cuente más con la gente común que muere de hambre en las calles de la ciudad. Durante la noche del seis de octubre, las más arriesgadas acceden al palacio buscando el aposento de la reina, a la que acusan de vicios exagerados y lujos inconmensurables. Las revolucionarias negocian con el marqués de Lafayette una salida democrática al tumulto, y éste aconseja al rey que ceda a las pretensiones revolucionarias. Ante la turba que invade palacio, el rey promete abandonar los aposentos reales, residir en Paris y acepta un control político de la Asamblea del pueblo. Promesas que poco después, cuando las revolucionarias se han dispersado, no duda en romper. Pero la mecha revolucionaria había prendido con fuerza y ya nadie podía apagarla.
Fueron las mujeres de París y su ira revolucionaria quienes dieron los primeros pasos hacia una Revolución que luego las olvidaría. En 1793, la actriz Claire Jacombe fundó la Sociedad de Mujeres Revolucionarias reclamando los derechos de las mujeres a contribuir a la Revolución que ellas habían precipitado. Hubo hombres que se unieron a la causa de las féminas, como Marie-Jean Caritat, marqués de Condorcet que apoyó y firmó manifiestos para que los millones de mujeres de Francia gozaran de los mismos derechos que los hombres.
Fueron grandes las esperanzas que pusieron las mujeres francesas en la Revolución que encabezaron, con el fin de conseguir una igualdad real ante la ley y la sociedad. Olympe de Gouges, como pionera del feminismo escribió Los derechos de las mujeres, así como Marie-Jeanne Roland, intentó imponer los derechos femeninos a los revolucionarios siendo guillotinada como Olympe de Gouges, https://www.lapajareramagazine.com/olympe-de-gougespor girondina. Poco a poco, sobre manera después del asesinato de Marat, los revolucionarios, tornaron a las viejas ideas de condenar a la mujer al hogar, a la crianza, apartándola de las labores de la política y del gobierno. Se prohíben los Círculos de mujeres, comenzados al principio de la revuelta y en 1793 quedan, por ley, desterradas de las labores gubernamentales prohibiendo la participación política a las mujeres que poco antes habían encabezado la Revolución. Una constante en la historia, por otro lado.
Estos preliminares nos traen a la mujer que queremos conocer hoy. Se trata de Charlotte Corday. Nacida como Marie Anne Charlotte Corday d´ Armont, en Saint-Saturnin-des-Lingueries, un 27 de julio de 1768. Era hija de un gentilhombre no muy rico, Francois de Corday d´Armont y de Marie de Gontier de Autiers, bisnieta de Pierre Corneille. La madre muere cuando Charlotte cuenta solo trece años, y el padre decide internarla junto a sus dos hermanas en el monasterio de Caen. Allí busca ocupar su tiempo con lecturas del lugar y las que le aporta su padre, conoce a Montesquieu, Rousseau empapándose y admirando el ideario revolucionario pero sin abandonar las creencias religiosas. Se adhiere con entusiasmo a los nuevos tiempos que están llegando a Francia con los deseos de democracia y libertad para el pueblo.
En diciembre de 1790, los aires capitalinos han llegado a Caen, con la orden del cierre de los monasterios, por lo que Charlotte, que cuenta veinte años, se refugia en casa de su tía, madame de Breteville. En Paris los revolucionarios se han dividido en dos facciones irreconciliables, por un lado, los girondinos, que tienen una postura moderada, partidarios de pactar con la monarquía; por el otro, los jacobinos, que piensan que solo con un baño de sangre es posible implantar el gobierno del pueblo. Los jacobinos tienen el poder y durante un tiempo se implican en un terrible baño de sangre que lleva hasta la guillotina a cualquier opositor. Charlotte Corday, sigue la política nacional desde Caen con atención, horrorizada por los excesos de los jacobinos y personaliza todo el terror revolucionario en Jean-Paul Marat, que es médico y científico pero se ha convertido en periodista y editor de un periódico extremadamente duro con los que él considera traidores a la Revolución. Desde su pasquín publica las listas de los girondinos y de cualquier opositor que él considere que traiciona a la causa. Los que integran sus listas son de inmediato juzgados y posteriormente, guillotinados. Tanto es así que los girondinos se ven obligados a exiliarse a Calvados. Durante ese tiempo, Charlotte se codea con Buzot, Salles, Pétion, Valady, Kervélégan, Mollevault, Barbaroux, Louvet, Giroust, Bussy, Bergoing, Lesage, Du Chastel y Larivière, destacados girondinos que la trasmiten su pensamiento la persecución a los que son sometidos por los jacobinos.
Charlotte Corday, se cree con la capacidad de acabar con el terror para lo que el día nueve de julio de 1793, llega a Paris con una clara decisión, que en sus palabras precisa que es preciso matar a un hombre para salvar a cien mil. La ofensiva de Corday se dirige hacia Marat a quien considera promotor de la violencia que vive el país en ese momento.
Le escribe varias cartas con el fin de ser recibida. Estos son sus textos:
1º CARTA: Vengo de Caen. Su amor por la patria me hace suponer que debe conocer bien los desafortunados acontecimientos de esta parte de la República. Me presentaré en su casa dentro de una hora. Tenga la bondad de recibirme y de concederme unos momentos para entrevistarnos. Les mostraré la posibilidad de prestar un gran servicio a Francia.
2º CARTA: Le he escrito esta mañana, Marat. ¿Ha recibido mi carta? No puedo creerlo, se me niega su puerta. Espero que mañana me conceda una entrevista. Se lo repito, vengo de Caen. Tengo que revelarle los secretos más importantes para el bienestar de la República. Además, se me persigue por causa de libertad. Soy desafortunada. Basta con lo que sea con tener el derecho a su patriotismo.
En dichos textos intenta la treta de conseguir la entrevista bajo el motivo de una amplia delación de los girondinos de Caen. Al no obtener respuesta decide caminar hasta la casa de Marat, una vez allí asegura que trae una lista de traidores importantes y la dejan pasar al baño donde el hombre fuerte revolucionario toma un baño. Marat tenía una grave enfermedad en la piel que se alivia en el agua, por lo que toma a diario un baño mientras trabaja. Sobre la bañera, donde está sumergido hay una tabla a modo de mesa de trabajo, al lado un trozo de madera que contiene la tinta y los utensilios que utiliza para realizar sus tétricas listas. En la cabeza lleva un lienzo sucio, Alphonse de Lamartine nos hace un vistoso retrato del hombre al recibir a Charlotte: “El cabello graso, rodeado por un pañuelo sucio, la frente huidiza, los ojos descarados, la perilla destacada, la boca inmensa y burlona, el pecho piloso, los miembros picados por la viruela, la piel lívida: tal era Marat”
Charlotte comienza a desgranar los nombres de los girondinos de Caen. Marat toma nota de la lista asegurando al final que en ocho días no más, todos habrán pasado a la guillotina. Es como si Charlotte Corday hubiera querido asegurarse de la perversidad del hombre que tiene enfrente. Saca un cuchillo que lleva escondido entre su vestimenta y con un fuerza inusitada lo clava en el pecho desnudo del hombre que muere al poco.
Charlotte Corday no intentó huir, es como si la determinación la llevara al martirio después de logar su cometido. Entre sus vestidos se le encuentra una carta con este texto:
Dirigido a los franceses amigos de las leyes y de la paz.
¿Hasta cuándo, oh malditos franceses, os deleitaréis en los problemas y las divisiones? Ya bastante y durante mucho tiempo los facciosos y bribones han puesto su propia ambición en el lugar del interés general; ¿por qué, víctimas de su furor, os habéis destruido a vosotros mismos, para establecer el deseo de su tiranía sobre las ruinas de Francia?
«Las facciones estallan por todas partes, la Montaña triunfa por el crimen y la opresión, algunos monstruos regados con nuestra sangre conducen estas detestables conspiraciones… ¡Trabajamos en nuestra propia perdición con más celo y energía que el que hemos empeñado jamás para conquistar la libertad! ¡Oh franceses, un poco más de tiempo, y no quedará de vosotros más que el recuerdo de vuestra existencia!»
Es detenida al instante, conducida a la prisión de Albaje, cercana al lugar del crimen, poco después sería guillotinada el diecisiete de julio de 1793. Fue famosa la actitud de la mujer frente a los esbirros, ya que mantuvo la compostura y afrontó el proceso con una valentía inusitada.
Al caer su cabeza bajo el filo de la guillotina, el verdugo, ferviente maratista, la tomó por los pelos abofeteando su cara. La multitud afeo la acción siendo detenido el hombre ya que se valoró mucho la gallardía de Charlotte ante su muerte.
Los jacobinos, incapaces de comprender que una mujer fuera capaz por si misma de cometer el atentado, la acusaron de obrar bajo las ordenes de un enamorado. Ordenaron su autopsia y fue grande su frustración al comprobar que era virgen, por lo que no cabía la posibilidad de imputar a otro la voluntad de liberar al pueblo de un hombre que generaba terror.
El cuerpo de Charlotte Corday fue enterrado en La Madeleine, mientras el cráneo se le quedó Charles- Henri Sauson, luego pasó a pertenecer a Danton, más tarde a la familia Bonaparte y por último llegó a manos del conde de Radziwill en 1859, en donde sigue aún.
Con esta tétrica historia, creo que podemos desmontar el supuesto carácter pacifico de la mujer en general.
María Toca Cañedo©
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