DECÍAMOS AYER…
Los resultados de los comicios municipales celebrados el domingo 12 de abril de 1931, planteados como plebiscitarios contra Alfonso XIII, posibilitaron el tan esperado cambio de régimen, empujando al rey y su familia a abandonar el país dos días más tarde. A las 9 de la noche del día 14 salió de Palacio en uno de los automóviles que formaron el pequeño séquito que le acompañaría en su huida, por la puerta “incógnita” del Campo del Moro. A las 4:30 de la mañana, la comitiva entraba en el Arsenal de Cartagena, desde cuyo embarcadero un falúa le llevó al navío que le esperaba.
Se trataba del crucero Príncipe Alfonso, que zarpó de Cartagena a las 5 de la madrugada del día 15 con destino a Marsella. Por su parte, la reina, el príncipe de Asturias y cuatro de los infantes, acompañados de un mínimo servicio, consiguieron eludir las posibles dificultades que hubieran podido encontrar por parte de la alborozada multitud que esperaba en la estación el regreso del destierro de los prohombres republicanos. Salieron de Madrid esa misma mañana en cuatro veloces automóviles hacia El Escorial, donde tomaron el expreso de Irún, continuando luego hacia París. Juan, que cursaba estudios en la Escuela Naval de San Fernando, embarcó el día 17 en Gibraltar con destino a Nápoles. Todos ellos se reunirían en el parisino Hotel Meurice, unos días más tarde. Tras la incontenible alegría generalizada por el advenimiento del nuevo sistema político, muchos españoles acusaron también al monarca de cobarde por abandonar a su suerte a esposa e hijos, saliendo él de noche y por la puerta falsa de Palacio, a toda velocidad, para ganar cuanto antes la costa mediterránea y ponerse a salvo.
Tras una corta estancia en el céntrico y lujoso hotel parisino de la rue Rivoli, y a requerimiento del gobierno republicano español, el francés les encuentra un más prudente acomodo en una casita anexa al Hotel Savoy de Fontainebleau, donde queda confortablemente instalada la familia en el mes de junio. Salvo el rey, que siguió viviendo por algún tiempo en el Meurice, acompañado de su pequeño séquito; el príncipe de Asturias, al que su enfermedad le obligaba a permanecer ingresado en una clínica suiza; y el infante Juan, que continuó su carrera naval como cadete de la marina inglesa en Dartmouth.
¿Y a qué venía esto…? A nada… Que esta mañana me ha dado por recordar.
EUSEBIO LUCÍA OLMOS
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