No siento ninguna pereza a la hora de ponerme a cocinar, ni siquiera en mi condición de single, que es como generalmente lo hago. No traigo mujeres a casa para sentarlas a la mesa. Comiendo se llega a intimar mucho más que en la cama, aunque ambas cosas tengan su punto animal, ante el mantel se activan partes del cerebro en las que tantas veces guardamos esencias de nosotros mismos, de las que difícilmente se comparten.
Mientras preparaba un cuscús a mi vuelta del gimnasio, he estado viendo en el portátil los planos de unas instalaciones que quieren asegurar, y que un amigo me ha mandado al correo. Se trata de una empresa que se dedica a contar dinero de las recogidas de comercios y bancos. Mientras separaba la sémola con el tenedor de madera, he repasado cada punto débil al objeto de proponer las medidas de seguridad necesarias. Imaginaba que cada grano era un billete, que mi misión, era que nadie se los comiera salvo el jefe, mucho menos invitados o gorrones provenientes de la calle. No suelo pensar en estas cosas, sólo ejecuto.
He comido escuchando jazz. Es una forma maravillosa de alimentar el cuerpo y el espíritu, ese otro yo que se escapa por la ventana algunas veces. Después hemos marcado en el plano todos los puntos susceptibles de mejora, y los he relacionado en una tabla de Excel: zona, número de la zona parcial, número del total y solución a implementar. Digo hemos porque mientras escribía en el portátil, Catusa ronroneaba sobre mis piernas, dispuesta a sestear en el momento en el que yo me quedara quieto. Mandado el correo proponiendo la cita para entregar el resultado del trabajo, ha saltado en el móvil la cita de las ocho con Diana.
Es una amiga de las de toda la vida. Tengo pocas personas así en mi vida y ella, merece que la cuide cada vez que me lo sugiere. Es demasiado orgullosa como para pedirlo abiertamente, y yo que lo sé, sigo la ruta difusa que me marca.
Creo que siempre ha estado enamorada de mí, incluso desde antes de casarme. Quizás por lo mismo nunca hemos pasado de lo puramente fraterno, y tal vez sea esa restricción la que nos mantiene fiables y fieles el uno al otro. Nos deseamos pero lo disimulamos muy bien.
Quiere comprarse un coche nuevo, aunque yo sé que hay algo más. Bajaré a la tintorería a recoger todas las camisas y un par de trajes. Me gusta vestirme muy elegante cuando quedo con ella.
Víctor Gonzalez Izquierdo
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