
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Con estos versos, finalizaba don Antonio Machado su poema «A un olmo viejo«. Un clavo ardiendo, un apretar los dientes, el corazón y el alma en el territorio donde la razón ya no sobrevive, un asirse a la esperanza en el límite de la vida.
De esto sabe el ser humano, porque ha sido el alimento de mucha de sus luchas, las individuales y las colectivas. Mientras escribo estas líneas, me pregunto dónde buscará los brotes verdes el pueblo palestino, si habrá un tronco que todavía resista a las bombas asesinas, si quedará un árbol con que alimentar la esperanza. Una pregunta retórica porque de sobra sé la respuesta.
Soy afortunado, esta noche mi nieto se ha dormido plácidamente escuchando el cuento improvisado de su abuelo. Él, todavía, podrá dormir con la fundada tranquilidad de que mañana verá un cielo limpio. Me pregunto hasta cuándo, me pregunto si la cadena la podrá continuar en un mundo en paz y más justo. Creo que no somos conscientes del abismo que estamos pisando; creo que, en el fondo, no acabamos de creernos la enfermedad del planeta, que. por alguna razón, que ahora no soy capaz de explicar, pensamos que esto acabará siendo un mal sueño, cuyas rebabas no nos salpicarán. Un mecanismo de defensa.
A lo peor no es así. A lo mejor sería conveniente que nos arremangáramos un poco más y que buscáramos los brotes verdes con los que alimentar la lucha que ya se ha empezado a librar en el mundo y, por supuesto, en nuestro país. Una lucha por recuperar los valores perdidos, una lucha que ya no entiende de tacticismos, de estrategias políticas, porque, de lo que se trata es de recuperar el significado de la palabra, de recuperar la palabra, que es como decir, el pensamiento, que es como decir el ser humano. Y todo ello, en el advenimiento de la inteligencia artificial, justo aquella que parece preconizar la muerte de la inteligencia, del pensamiento, del ser humano. Una lucha por recuperar la Democracia en su etimología, al menos, por no perder definitivamente lo poco que nos queda.
Machado, más que nadie, más que muchos, supo describir la esperanza y la desesperanza, navegó por ambas en lo individual y en lo colectivo hasta el límite. Como nadie, describió las dos Españas, las mismas que el pasado miércoles pude visualizar en el Parlamento, nítidas, con una claridad que helaba el corazón. Y me vi sentado en el banco de los que decidieron seguir alimentado la esperanza, de los que siguen pensando que mientras quede un día de vida a esta legislatura habrá que lucharlo. No, señora Belarra, la legislatura no está acabada, un día. un mes, una semana, un año pueden suponer toda una vida, pueden ayudarnos a escribir otra página de la Historia donde al olmo le nazca un brote de primavera. Luchémoslo.
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