De las mentes abiertas

Me horroriza la corrección política e ideológica.
Casi diría que me provoca pavor pensar en la limitación que supone para la propia libertad de expresión el hecho de no poder expresarse de forma dispar a lo que otros creen.

Observo constantemente la dificultad que tenemos de debatir sin caer en el insulto, en la descalificación del contrario, en despreciar los argumentos del de enfrente por el mero hecho de ser distintos a los propios, el inventarse literalmente un texto ajeno y poner de lo que no hay a base de interpretar y acusar al autor/a de tal o cual característica o demérito.

No hay más que contemplar algún debate político en los medios, entrar en twitter, en las redes y darse cuenta del miedo que tienen algunas personas a exponerse a ideas con las que están en fuerte desacuerdo y como saltan cual muelle o resorte sin control.

Soy feminista, pacifista, animalista y muchos istas pero todo aquello en lo que creo no es un «espacio fijo» para mí.
Estoy dispuesta a cuestionármelo, a redefinir mis creencias sin que se conviertan en identidades que, tal y como es la existencia, son cambiantes.
Mi sentido de la moralidad solo me sirve a mí y seguramente cuando sea muy viejecita será otro.

Todo lo que soy lo soy porque escuché, atendí y leí mucho de aquello diferente a mi, aunque cuesta ponerse en jaque, no hay duda.

No me fue mal tener un padre directivo que me ordenó en más de una ocasión:

-No leas ese libro, no es para niñas. Léete éste, es mejor para ti.

El primero era «El segundo sexo» de Simone de Beauvoir. El otro el tratado de un cura franquista.
Leí los dos y no entendí ninguno.
Pero gracias a las órdenes me volví disidente de lo oficial, conociéndolo.

A veces creo que practicó, subrepticiamente, una pedagogía inversa que me sirvió y me convirtió en indagadora, incluso con aquello opuesto, muy opuesto, que me cuestiona y a la vez me afirma sin hacerme temblar por dentro.

Que nuestras creencias no se conviertan en el identidades inamovibles; estatuas de sal, fijas, estáticas y poco permeables a otras miradas.

Y saltemos, quebrándonos, a la menor disensión.»

Vía: María Sabroso

Sobre María Sabroso 128 artículos
Sexologa, psicoterapeuta Terapeuta en Esapacio Karezza. Escritora

2 comentarios

  1. Lamentablemente, hasta las buenas causas se han convertido en axiomas sospechosos. Feminismo, pacifismo y defensa de los animales son tres ejemplos perfectos. Se consideran y reivindican como ideologías buenas, siempre y en cualquier caso. Ir en contra te convierte en antagonista. Eso es lógico. Pero hoy, con el nivel de corrección política instaurado, dudar también te sitúa en el punto de mira. Incluso eres opositor si no te declaras abiertamente partidario. ¿Qué etiqueta quieres? ¿Ser bueno o malo? Es muy triste hacia dónde está encaminada la sociedad, puesto las cosas ya no se debaten, ya no se argumentan. ¿Si digo que la homosexualidad es un fenómeno cultural me convierte en homófobo? Pues parece que sí, aunque yo no me sienta como tal ni por asomo. Por eso hace tiempo que dejé de hablar en público de estos temas.

    • Es que escoge usted unos ejemplos, querido Patricio, que nos abren las carnes ¿fenómeno cultural la homosexualidad? Hombre de dios, se acaba usted de cargar muchos años de estudio y demostración clara de que no es así. Claro, que también puede decir que la tierra es plana. Puede decir usted lo que quiera, querido, para eso está la libertad de expresión y @LaPajareraMgzn…Otra cosa es que se cierto. SyR y feliz Navidad

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