Al viajar, no nos comportemos como los típicos turistas que, inmersos en su propias raíces, comparan inevitablemente lo suyo con lo ajeno y que, por lo tanto, se quedan fuera, o sea, a la puerta de una civilización y de una cultura.
Seamos auténticos viajeros al intentar captar los secretos y los matices del alma diferente.
El comparatista designa al turista.
El anatomista ,- ¿no es justamente aquel que estudia forma, topografía, estructura de los seres vivos? – designa al auténtico viajero.
Soltemos, sin miedo, las amarras de nuestra barca. Desprendámonos de nuestros hábitos. Vientos alisios y corrientes marinas nos llevan a orillas desconocidas. Para conseguir ser Otro, no olvidemos deshacernos, por unos días, de nuestro traje nacional o provincial. Colguémoslo, antes de salir, en el perchero de casa. Revistamos, tan pronto como lleguemos al destino, la vestimenta de los que visitamos. Que nos quede ligeramente ancha o apretada, poco importa. Así no llamamos la atención. Nos fundimos mejor en el conjunto, qué duda cabe. Comportémonos como ellos, comamos como ellos, movámonos como ellos, miremos como ellos, riamos como ellos, y un largo etcétera… como ellos.
Reeduquemos nuestros sentidos. Abrámoslos para aprender a ver, sentir, saborear y oler lo distinto, lo ajeno. Curioseemos por plazas y callejuelas. Nos sorprenden un sinfín de nuevas dimensiones cuyas complejidades, a lo mejor, no captamos a primer golpe de vista. Paulatinamente, vamos asimilando estas singulares aventuras. Estas nuevas realidades nos cautivan. Este nuevo sentir nos abre de par en par las ventanas que dan a amplios horizontes. Aprendamos a ser otros. No tengamos miedo a ser otros.
Texto: Dominique Gaviard
Fotografía: Lola K. Cantos.
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