Picaba la nariz. Con estupor, comprobé que seguía picando. Era prueba irrefutable de que me estaba enamorando. Mirando la escueta maceta que tenía enfrente y velaba la imagen, me picaba la nariz. Y eran ya varios días que duraba el proceso. Él, se levantaba, corría la persiana, preparaba el desayuno, mientras yo, desde el alfeizar de mi ventana, le contemplaba trasegando. No llevaba camisa, el vello de su brazo tornasolaba un sol que dibujaba sombras encendidas en un torso moreno. Sin camisa. Ayer, comenzó a picar la nariz. Y no ha parado. Vacío el cenicero con calma, pensando en acercarme y romper el maleficio. Mientras desbrozo la maceta que me impide la vista. Él, sonríe de lejos. Me pica la nariz…
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