Dice Max Weber en ‘La política como profesión’ (1919): “la política significa horadar lenta y profundamente unas tablas duras con pasión y distanciamiento al mismo tiempo”.
Dicho en otros términos, quien se dedique a la política con aspiraciones decentes no podrá pretextar dificultades. No deberá conformarse con logros minúsculos, de consolación.
Insistamos: no querrá resignarse. Tendrá ambiciones, justificadas ambiciones, pero deberá guiarse por un principio de realidad que excluya fanatismos y cinismos. Y sectarismos.
Y añade Weber: “es completamente cierto, y toda la experiencia histórica lo confirma, que no se conseguiría lo posible si en el mundo no se hubiera recurrido a lo imposible una y otra vez”.
Ciertos objetivos audaces, pero sensatos, permiten horadar lo inamovible, lo que se juzga inevitable. No hay fatalidad alguna.
Ser ambicioso y razonable es una lección exigible al político decente. Es enseñanza de progreso y honestidad que procura resultados buenos, aceptables.
“Pero para poder hacer esto, uno tendrá que ser un líder, y no sólo esto sino también un héroe, en un sentido muy sobrio de la palabra”, señala Weber.
Un líder no se deja amilanar por calamidades y deslealtades. Se le pide cierta heroicidad, pero sin mucha vehemencia. Cuanta mayor sobriedad heroica, mejor.
“Y aquellos que no sean ambas cosas”, ni líderes ni héroes, “deberán también armarse con esa firmeza de corazón” que se le pide a quien es digno representante.
La firmeza no es dureza ni crueldad. Es perspicacia, compasión y empeño para hacer frente incluso “al fracaso de todas las esperanzas”, si es que tal situación llega.
Ello es urgente para quienes opten a ser políticos reformistas y dignos, insiste Weber: “deben hacerlo ya, pues si no, no estarán en situación de realizar siquiera lo que es posible hoy”.
Esa política obliga a ambicionar lo que es casi inalcanzable o improbable, pero no imposible.
Y, así, el político digno avanza entre el realismo y la utopía
razonable sin dejarse intimidar.
“Sólo quien esté seguro de no derrumbarse si el mundo es demasiado estúpido o bruto, visto desde su punto de vista, para lo que él quisiera ofrecerle, sólo ése tiene ‘vocación’ para la política”.
Con frecuencia, el mundo es demasiado estúpido o bruto. Pero dónde está el peligro nace lo que salva.
Hay ciudadanos ejemplares que no se derrumban, sino que, por el contrario, se aúpan dándonos ejemplos de coraje, decencia y templanza.
Tenemos pruebas sobradas.
Justo Serna.
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