Dónde empezó todo…

Estaba allí por un motivo nimio. La vida que suele ser circular y nos pone en el punto de partida. Mis nietos estudian en el mismo colegio donde viví interna unos años. Hoy se graduaba el mayor, asistí sin más intención que celebrar un bonito momento. Al entrar, una consola mullida por el brillo de años, con un cristo y una virgen sufriente, me saludaron, como cuando a los once años, crucé el mismo umbral. Entonces llevaba el olor del destino, algo de miedo y una curiosidad mechada en desamparo. Hoy, en cambio, iba con nostalgias, una maleta cargada de vida y pocas expectativas.

Al acabar el acto, sentí que debía escurrirme por el recinto, intentar cruzar las estancias, guiada por el recuerdo que cuarenta y ocho años no pudieron borrar. Crucé un salón que mantenía el techado cubierto de la misma moldura. El suelo crujía, como entonces, brillaba con el mismo encerado que monjas sucesivas, a golpe de bayeta y barniz mantenían prestoso. Crucé un pasillo coronado por una escalinata, que en la primera noche de la lejana infancia, me condujo a la soledad de una habitación preñada de sombras. Acababa de cumplir once años, cuando llegué al colegio. Ante esa escalera me sobrecogió la soledad de lo desconocido,  un futuro umbrío, y el siseo de una monja recatada. Hoy, en cambio, las escaleras se me antojaron menos presuntuosas, más sencillas, con el entarimado deslustrado por el paso de ingentes cantidades de niños y niñas que horadaban la madera de principios de siglo XX. Dirigí la mirada hacia arriba, recordé los pasos que recorrí tantas noches, en busca del silencio de una alcoba pequeña que albergaba sueños y melancolías surcadas de dudas y crucé el umbral hasta la puerta que era mi destino desde el primer momento.

Abrí  aquella estancia, como se abren las cajas que contienen un pasado del que procede todo. Desplegué con cuidado la manilla, no fuera a chirriar demasiado, y extrañara que una desconocida importunara el silencio de  la habitación.  Me quedé en el umbral con respeto; el olor a madera, a libro, a papel, a tierra húmeda, a guano silencioso, ungido de años y de silencios, me invadió. Recordé, como entonces, me deslumbró la luz que atenuaban los libros de las encumbradas alacenas que alfombraban paredes tan altas, que no podía abarcar ni con una escalera. Busqué con la mirada, la ventana que daba al jardín, donde las tardes silentes de aquellos sábados me acariciaba el sol incipiente.  Eran jornadas en que todas  se iban menos yo, que me refugiada en la biblioteca para disfrutar de una soledad  acompañada de aquellos amigos que descubrí poco antes. Se pasaban  las horas mecida en la suave dulzura de su compañía, dejándome, para siempre, herida de un vicio que jamás osé superar: la lectura.

Me quedé en silencio, contemplando  la habitación, y me dije: aquí empezó todo. Aquí se cuajaron los sueños que luego conformaron mi ser. Se materializó Charles Dickens, Stevenson, Luisse May Alcott (sobre todo, ella) también Enyd Blyton; descubrí que el mundo se encuentra entre unas páginas gastadas que decoran paredes enormes. Que no es preciso tener nada más que un ventanal, un sofá cómodo y un libro a mano para ser muy feliz. En esa estancia ahogué la soledad, me salieron alas, volé muy alto y dejé de tener miedo. Aprendí que siempre estaría acompañada.

Al cerrar la puerta, suspiré muy quedo, me dije, que la vida era muy circular. Estaba justo donde empezó todo.

MaríaToca

Sobre Maria Toca 1676 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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