Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en si mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
En No decía palabra de Luís Cernuda
Para José María…,María José…,Frida…?
I
Hay costumbres en el corral español
que perduran como el cara al sol:
el amor a la morcilla,
el amor al higo chumbo
y el amor a la ternera.
Si eres hombre al higo chumbo has de amar
cuanto más joven mejor,
predican los que de esto saben,
sin que los sapientes voceros sepan qué :
no hay mujer más masculina
que aquella que se nos vende
como femenina total.
Si mujer a la morcilla,
dicen los voceros de la misma corraliza y añaden,
sin que estas deban dar importancia alguna
a lo artrósicos que estén los ijares del consorte
con el que hayan de capear.
Entendidas eminencias que desconocen también
ese otro dicho que dice:
nunca hubo un hombre más femenino
que cuando se nos vendió como machote total.
Pero hay hombres muy machotes
que ni por asomo osan
acercarse a olisquear el jugoso rezumar
de un higo chumbo bien prieto,
aunque sea de una calidad suprema.
Y mujeres muy femeninas
que detestan probar una morcilla
bien compacta y a punto de explotar,
aunque haya sido embuchada
con la sangre más cuidada
de las afamadas granjas de los lechones de España.
Mujeres que se sienten hombres
y como hombres actúan,
adornándose la cara con un par de buenos bigotes
y una incipiente barbita,
extirpándose el tejido mamario
e incluso masculinizándose
mediante cirugías varias.
Y hombres que se sienten mujeres
y como mujeres ejercen,
depilándose el cuerpo totalmente,
e implantándose en el tórax
un par de rumbosas tetas
para convertir finalmente,
la salchicha que les cuelga,
en una suculenta vagina
gracias a la milagrosa mano de la diosa cirugía.
II
Así que la única salida que les queda
a estos heterodoxos sexólicos
para saciar el deseo, en el corral español,
mientras aguardan se romanicen
los barbaros voceros
defensores de la santa tradición:
mujer con la pata quebrada y en casa
y un cilicio en la entrepierna,
es practicar los abrazos prohibidos
sin abatimiento alguno
y con buena educación,
tomándolos como lo que son:
una simple actividad física humana
que hemos de satisfacer
dígase comer, dormir, cagar o mear;
actividades que tienen derecho a ejecutar
como Homo sapiens libres que son;
para ello los abrazos prohibidos
se debieran poner
en el mismo sagrario eclesial
en donde dicen se alojan
aquellos que no lo son ,
y en sacándoles de allí,
gracias a ese jubiloso misterio
llamado transubstanciación,
saldrá un cuerpo desencadenado e impoluto,
embebido del más puro e imantado amor divino,
y en creyendo se el misterio anterior,
y dado que Dios no es pecado,
que más podemos pedir a estos nuevos y gozosos cuerpos ,
que saldrán de ese mágico sagrario
no solo transubstanciados,
sino también fogosos y transformados.
III
Y es que en esta habitación de los líos
en la que hemos convertido
los caprichos del deseo,
pienso que si a tu puerta llama
un higo chumbo en cuerpo de hombre o mujer,
esté o no transubstanciado,
abre la puerta con gozo Manolín o Mari Pili,
y no te preguntes
si es drama, farsa o sainete,
¡bienvenido sea!,
sí es que te gusta, ¡se come!,
lo mismo digo de una morcilla bien prieta
mirando hacía un par de abultadas tetas
o hacía un asentado tórax,
aunque a ese nuevo cuerpo
no se le haya dado cobijo alguno
en el mágico sagrario
transubstanciador de fuegos y preferencias.
Y si no os lo coméis hoy
¡ay! tontainas,
quisierais comerlo mañana,
cuando ni siquiera por caridad
alguien os ofrezca “pa” llevaros a la boca
ni un delicioso higo chumbo con bigote
y un par de caramelizadas tetas con nata
o una morcilla bien prieta,
en airoso ¡Arriba España!,
frente a dos flanes bien cargaditos de almíbar,
quizá porque desde hace tiempo estéis
muy fuera de temporada para compartir
libres y amorosos abrazos,
transubstanciados o no,
en el mercado de abastos
de esta desenmascarada ensoñación de deseos, fantasías e incertezas que es la vida,
en la que todos soñamos lo que queremos ser
para poder sobrevivir, honrar y dar cobijo
a ese mandamiento divino nuevo
que el Señor nos regalo: ¡Aleluya!
amaos los unos a los otros como yo os he amado.
Enrique Ibáñez Villegas
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