Con motivo de la celebración esta semana de los actos conmemorativos por la desaparición del dictador impulsados por el actual gobierno sin el consenso de la derecha, he intentado extraer el evento de la refriega partidista, es decir, he intentado analizarlos desde la política, lo que yo considero que ésta debiera ser.
Se me ocurren al respecto algunas preguntas: ¿Son necesarios? ¿Por qué? ¿Tendrían que haberse institucionalizado desde el primer minuto en que la democracia echó a andar? ¿En todo este tiempo transcurrido, visto el panorama distópico, que sufrimos, qué ha fallado: la instrucción o la educación? ¿Correlacionan ambas?
No voy a entrar, por supuesto, en la intencionalidad con la que el Gobierno los realiza, no me parece que esto sea lo esencial, aunque la oposición de forma interesada se quede ahí. Me importa muy poco si lo que pretende el gobierno es agarrarse a ellos para tapar otras cuestiones, para mostrar con más claridad las raíces de la derecha española o las dos cosas. Personalmente, me gustaría que éstos no hubieran sido los motivos. Sea como fuere, me gustaría centrarme en la esencialidad del hecho.
Recurriendo al tópico de la amnesia histórica y sus peligros, pienso que el auge social de la derecha ultra -desplazamiento ideológico del PP- y de la ultraderecha es, entre otras cuestiones, un indicativo claro del desconocimiento de la Historia que puede anidar en buena parte de la sociedad española, sobre todo, y esto es lo más preocupante, entre los jóvenes. Qué saben las generaciones nacidas ya dentro del escudo democrático de lo que supuso, de lo que supone la ausencia de libertades. Qué conocimiento real tienen del sufrimiento real que supuso para millones de personas la irrupción violenta de la dictadura franquista, lo que nos hurtó y lo que nos negó.
Es fácil pensar en la Escuela, como institución democrática y educativa, a la hora de buscar responsabilidades, pero no debemos olvidar que la escuela no es más que un subsistema social, que ésta no es más que el instrumento creado por la propia sociedad. El fracaso de la Escuela institución es el fracaso de la sociedad que la crea. Estoy seguro que, desde la Escuela, hay habido y hay muchas cosas que mejorar al respecto, en lo que respecta a la instrucción y en lo que respecta a la educación, entendiendo la primera como la transmisión y aprendizaje significativo de conocimiento -en este caso sería el histórico- y la segunda como la transmisión de unos valores éticos y democráticos. La pregunta sería si desde una instrucción deficitaria es posible un asentamiento de esos valores. Creo que no.
Pero sería injusto que volcará sobre la Escuela toda la responsabilidad, porque son hoy muchos los agentes que educan a la sociedad, mucho más potentes que la propia Escuela. Me estoy refiriendo fundamentalmente a uno: los medios de comunicación de masas -convertidos desde la mundialización neoliberal en interesados medios de enajenación. Muchos de los males que nos aquejan tienen su origen aquí. Si atendemos a lo dicho anteriormente la sociedad democrática -la que aspira a caminar en esa dirección- debiera potenciar un modelo de Escuela más potente que sirva de antídoto. Ese modelo, por crear todavía, debiera ser el antídoto y, desde luego, tendría que tener grabados sobre mármol los adjetivos universal y pública.
Sólo desde la «res pública» rescataremos lo de todos, es decir, la convivencia plural, la justicia y, por supuesto, la libertad. Para que exista la libertad de pensamiento la sociedad debe ejercerlo, es decir, debe estar preparada para hacerlo.
Seré testigo interesado de los actos conmemorativos por la desaparición de la dictadura y los viviré como una aportación más, pero no la más importante, al conocimiento de una de las páginas más tristes de nuestra Historia, para que nunca se olvide, para que las futuras generaciones, con conocimiento de causa, la tengan muy presente. Al mismo tiempo, me preguntaré, dentro el micro mundo que habito, como ayudaré a mis nietos y a mi nieta a que entiendan las huellas que nunca deberán volver a pisar.
Juan Jurado
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