Tiene 32 años y lleva cuidando de su madre con Alzheimer grave desde hace diez.
A su vez tiene una hija de ocho de la que también cuida.
Vive con la madre en situación de dependencia, también una hermana con discapacidad y un hermano divorciado sin domicilio propio.
Todos están desempleados y se mantienen con la pensión de la hermana y la de la madre.
Me pide ayuda para esta última, ya que después de cinco años de haber solicitado una prestación través de la ley de Dependencia, todavía no hay respuesta y mucho menos de tipo económico, que es lo que necesitan con urgencia.
Me refiere su necesidad de mejorar y estudiar.
Querría ser auxiliar de ayuda a domicilio. Cuando intento asesorarla sobre itinerarios de formación, sobre lugares a los que acudir o modos de estudiar, me doy de bruces con la verdad maldita e inevitable de que la realidad se sostiene sobre múltiples capas y estratos y nos negamos a ver aquellos que no nos atañen.
No sabe utilizar un ordenador, ni lo tiene en su casa.
Desconoce una zona céntrica de nuestra ciudad porque «nunca ha tenido que ir allí», por lo que desconoce también que hay un servicio de orientación para el empleo.
Acudió a una oficina en su barrio y, según me comenta, le dijeron que «de eso no había ná» y se fue de vuelta a su casa.
Le paso un teléfono de contacto y la animo a que desde mi despacho pida una cita para orientación laboral y no sabe cómo hacerlo, se pone muy nerviosa y me comenta que apenas ha trabajado y que no sabe «moverse», pero que quiere aprender.
Pedimos la cita conjuntamente, reiteramos la ayuda para su madre y casi les gritamos al unísono a todos aquellos que son sordos ante la precariedad, la pobreza, la exclusión social, la dependencia y el sufrimiento mientras se lucran como avariciosos en días de gula.
Y me acuerdo de un hombre con paraplejia al que visité en su casa, el cual llevaba tres años sin salir del domicilio porque no había ascensor en su edificio.
Este señor me dijo algo que nunca olvidaré:
– María, lo peor que hay es ser pobre y no saber.
Si sabes, pero no tienes dinero, puedes.
Si tienes dinero y no sabes, puedes.
Pero ser pobre y no saber te hace tener una mierda de vida.
Me quito las manos de la cara para tapar lo que me cuesta reconocer y grito y grito y grito, y ella y yo gritamos.»
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