Despertó pingajo entre sus excrementos
sobre el suelo de la celda sin perfiles.
Sólo pudo abrazarse al silencio.
De compañero tiene al dolor total que se queda
como memoria de los tormentos soportados.
El cerrojo innoble dormita su vigilancia al pasillo
por donde Dios se ha fugado.
Mientras la mano del torturador acaricia la cabeza
de su vástago en la cuna.
Y, qué más…
Texto de MARIO YUDICELLO
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