Nadie es responsable de los actos, de los pensamientos, de los hábitos o de las prácticas de sus antepasados.
Pero cuando asumes un linaje, cuando te muestras orgulloso de tus precedentes, cuando te beneficias de su patrimonio, entonces hay ventajas y cargas que asumir.
Por ejemplo, los errores, los deslices, los delitos o, sin más, los crímenes que hayan podido cometer esos antecesores debes conocerlos y, si eres persona digna, debes evitarlos.
¿Existe el progreso moral, ya conseguido e irreversible? No. La moral se derrumba o retrocede cada vez que obramos a nuestro antojo, saltándose normas justas y compartidas.
Existe la exigencia personal y existen unas reglas comunes gracias a las cuales ciertas prácticas se desaprueban, se desechan, se persiguen.
No somos angelitos, cierto, pero tenemos algunas obligaciones morales, deontológicas, políticas: de pura hermandad.
Por ello, si te abandonas o abandonas tus responsabilidades, entonces arruinas lo que de ti se espera, seas un ciudadano normal o el rey de la casa.
No somos santos, por supuesto, pero tenemos conciencia, un tribunal interno que sopesa nuestros actos. Y una justicia externa que nos observa, nos fiscaliza y, eventualmente, nos procesa.
Si descuidas todo principio de rectitud, entonces como individuo o como rey de la casa das un pésimo ejemplo a tus hijos y a quienes te puedan tomar como mentor.
No eres un santito y no estás obligado a ser bueno todo el tiempo, pero si tu figura tiene trascendencia pública debes reforzar la ejemplaridad de la conducta.
Si no lo hiciste no te escudes en la inmunidad y no te excuses por haber tenido una infancia triste o carente, sin calor emocional y sin cuidado familiar.
Si, además de todo ello, tus antepasados tuvieron un comportamiento acaparador o depredador y, por ello, nefasto, calamitoso, entonces procura contenerte.
No hay impunidad que cien años dure. O los jueces de hoy o el juicio de la posteridad te condenarán.
La historia no te absolverá, te absorberá. Morirás sin grandeza y no serás recordado cuando faltes.
Contente, pues. Si no eres un borrico, un picha brava, un manirroto o un pésimo delincuente, lo harás por egoísmo racional, por simple inteligencia.
O lo harás por respeto a unas reglas que te ciñen, seas el rey de la casa o el jefe del Estado, seas un monarca parlamentario o el presidente de una república constitucional.
Eh, tú, rey de la casa, escucha. Te repito o, mejor, te parafraseo unas palabras de Charles Wright Mills. Proceden de su panfleto ‘Escucha, yanqui’. Debidamente retocadas, esas palabras dicen así:
Si no nos escuchas, si no aprendes la lección de tus mayores (poco edificantes), si no nos prestas atención, te expones.
Pero sobre todo nos expones a todos los peligros de tu embrutecimiento y nuestra ignorancia y a errores desastrosos que pagarás y pagaremos.
Punto y aparte.
Parece mentira que haya que repetir esto, cosas archisabidas y que son el ABC de la casa, las primeras letras de la democracia.
Justo Serna
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Fotografía: EFE
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