Con los años, una de las cosas que he ido aprendiendo es que, cada vez, se necesita menos equipaje para andar el camino, que al último viaje hay que llegar desnudos o, lo que es lo mismo, revestidos de todo lo de valor que nos ha aportado la vida, es decir, lo inmaterial, lo que sólo se puede aprehender con el pensamiento y el corazón, porque los afectos, los sentimientos no pesan y facilitan el tránsito.
He de confesarles que, alguna vez, con cierto vértigo, me he sorprendido anticipando ese momento, reproduciendo la última conversación con los cercanos, con los que, de alguna manera, facilitarán mi presencia en la ausencia.
–Podéis deshaceros de todo lo que he ido acumulando… Bueno, de todo no...
Escribo esto, en esta mañana de agosto que amenaza con la reproducción de una nueva ola, de otro bofetón de fuego, de que la brisa que hemos disfrutado en los últimos días vuelva a convertirse en el aliento febril de una naturaleza enferma, envenenada. Me he puesto a cubierto en una especie de semisótano en el que suelo cobijarme cuando arrecia cualquier tipo de temporal: interno o externo.
Este es un espacio muy especial, porque en él, se concentra todo aquello que me viste, todo lo que me desnuda: fotografías que representan momentos, etapas, sentimientos…, o símbolos de un ideal que siempre ha ido conmigo: la educación en libertad. Aquí me gusta leer, aquí me gusta escribir, aquí me gusta perder la mirada en un tiempo sin tiempo…
Pero, además, aquí me gusta reproducir el rito, vivir la emoción que esconde: poner un vinilo. Un acto revolucionario, una ceremonia antisistema, la afirmación de que hay cosas que no deben morir, que debieran guardarse en el hábito colectivo.
–No, de todo no, conservad los vinilos, no por lo que llevan dentro, por la belleza que atesoran por fuera y por dentro, sino por lo que representan y ofrecen…
El vinilo favorece una actitud especial de relación con la música. En él, la belleza se concentra en la forma y en el contenido. Pero hay más, tomar la decisión de poner un vinilo implica una actitud receptiva, es como si, de antemano, uno se preparara para la emoción que habita en el microsurco. Uno sabe que va a escuchar música, no que va a oírla. Cuando uno se decide a poner un vinilo, sabe que la música no estará en segundo plano, para eso ya existen otros formatos de reproducción más automáticos, más inconscientes.
El rito comienza con la elección mental previa, con la búsqueda entre las distintas carpetas, con la degustación estética de sus portadas, auténticas obras de arte que nos anticipan el contenido, que nos abren las puertas al mundo de sensaciones que la música que contiene nos va a proporcionar.
Luego, vendrá el acto de la ejecución, la delicadeza y la ternura con la que extraeremos el disco de brillos infinitos, la consciencia de su fragilidad, el cuidado de lo que tanto se valora, hasta que llega el momento cumbre: el chasquido inicial del primer contacto de la aguja con el surco, el sonido del beso recogido, amplificado en unas columnas que, inmediatamente, nos conducirán a otro mundo, el que la música nos propone.
–No, no os deshagáis de los vinilos, introducid en el rito a vuestras hijas y vuestros hijos, porque en él está la conservación de la escucha, la puerta que abre la imaginación, la implosión de un conglomerado de sensaciones.
Ahora, permítanme que retome mi escucha, una experiencia musical que les aconsejo si tienen a lo largo del fin de semana un momento para el rito. Elijan uno de los vinilos de sus vidas y pierdan las coordenadas espacio temporales.
Juan Jurado
Acerca de su articulo El Foto. Es una de las pocas cosas que nos debemos llevar en el equipaje, siempre nos dará felicidad.
Gracias por su aticulo, tan corto pero al mismo tiempo tan profundo.