Lo contaba en redes y lo repito para ustedes, por si no me siguen, cosa que deberían hacer. Quedé con una buena amiga para ir al cine a ver “En los márgenes” Aunque el pase era a las 18,30 al poco de comenzada la película, mi estómago sufrió un reventón y no hubo forma. Corte de digestión, revoltijo de ácidos, o lo que fuera…Mi aparato digestivo es así: emocional y frágil. Y es que visionar en la gran pantalla el drama cotidiano que conocemos, que hemos peleado de una forma tan real y cercana, cercena la digestión, hace bola en la garganta y encoje el pecho.
El guion me parece una estructura perfecta. Son historias paralelas que apenas tienen más confluencia que unas calles sucias, mal construidas, decoradas con locales en alquiler y tiendas desestructuradas. Gente que camina con la vista baja, con prisa o con la lentitud que da el no tener cosa que hacer en un mundo que se les ha escapado. Otro Madrid. Otra capital. Otro mundo, que no visitan los turistas ni la gente que vive de espaldas a la penuria. Las ciudades, cuanto más grandes peor, suelen tener ese reverso, el de la magullada humanidad que permanece en los márgenes de la opulencia (supuesta opulencia) capitalista. Es donde comprobamos –si llevamos ojos abiertos y entendimiento- que el sistema no solo no funciona sino que la excrecencia supera, de largo, a la normalidad.
Ese Madrid, o cualquier ciudad porque uno de los aciertos es no hacer identificable el lugar, es el hilo que une a unos personajes que desde el principio vemos desvalidos, enlentecidos por la frustración de vivir al margen de lo establecido. No son marginales -me explico- son familias funcionales, normales en su origen, que han pisado la raya del descalabro. Nada que no sepamos y que podamos comprobar a poco que miremos los barrios donde habitamos. Los barrios, digo, no las burbujas de poderío capitalistas, las urbanizaciones cerradas, piscineadas y con clubs privados, esos se lo pierden. Mejor, o peor, según se mire, para ellos.
Como decía, en la película se desarrollan historias paralelas que van confluyendo hasta que en el final entendemos las relaciones de interdependencia social que las amenazan.
La interpretación es tan, pero tan perfecta, que ustedes no verán a Penélope Cruz (es inmensa, con los años se está trasformando en una Anna Magnnani o en cualquiera de las divas italianas o griegas que poblaron la mitomanía) un Juan Diego Boto o un Luis Tosar. No son ellos, son personas que corren, sufren, pelean o se derrotan, según los casos. No es que estén bien interpretando sus papeles. Es que son ellos. Son la mujer que pelea contra el fracaso mientras lleva a cuestas a su pequeño sin voz. Es el marido vencido que culpa a su mujer y a la vida de su despido, cuando de verdad, es él quien se juzga sin piedad. Es el abogado trastornado y difuso por unos acontecimientos que le superan y que no puede arraigar a su historia personal. Y, por fin, es un funcionariado que hace de la frustración profesional, frialdad e inercia. No tienen medios…quizá los buscaron y los pelearon en su momento pero han bajado los brazos hasta parecer inhumanos. Están desbordados pero no vemos que peleen contra las normas, por inercia, comodidad…o porque les da igual. Se retrata un sistema asistencial que no funciona, que necesita humillar aplicando protocolos infames que no solo no facilitan las cosas, sino que enmadejan de tal forma el papeleo que lo hacen salto de vallas infranqueable. Imposible de superar.
Hay quien dijo que la película no le ha llegado, ni emocionado –Boyero, dixit- es posible, pero quizá es que la propia incapacidad de empatizar, o la lejanía con el problema y la gente es lo que hace que no emocione el monologo desgarrador y teatral que lanza Azucena a Manuel, su marido, expresando la rabia, su soledad, la esperanza no compartida que genera la Asociación de la PAH, y su falta de comunicación. Es quizá que nunca han sentido lo que esa mujer siente y vomita a su marido con la rabia de tanto silencio.
A mí sí me ha emocionado y conmovido. A mi amiga también. Ambas nos quedamos en la silla del cine, paradas, sin resuello, con el alma encogida y lágrimas en los ojos, esperando algo más. Una puñetera esperanza, un final menos amargo. Algo. Pero no. Hasta en eso la película es honesta. No ofrece sutura para la herida, te deja, como la vida, con el culo al aire.
Es tan frágil la línea que separa una vida normalizada con el desastre que cualquiera, en cualquier momento, puede traspasarla. Hace años escuchando las historias que unas cuantas personas me contaban en un trabajo que hicimos, un grupo de gente, para la Cocina Económica de Santander, pude comprobarlo. Un despido, meses en paro con un subsidio que no llega para cubrir los pagos. Una enfermedad de un/a autónoma… Cualquier cosa te deja varada unos meses y ya has cruzado. A veces ni eso.
Una gran amiga tuvo la desgracia de vivir en un bonito piso de una zona encantadora de Barcelona. De alquiler, y no de alquiler antiguo sino que debidamente actualizado. Mi amiga pagaba todos los meses…Un fondo buitre adquirió el inmueble, para promover pisos turísticos. Una clausula perdida del contrato de alquiler fue el detonante al que se agarraron la pléyade de abogados buitres del fondo buitre. La echaron a la calle. Sin más. Mi amiga es pintora, además de vivienda donde crió a su hija y vivió su vida, tenía su estudio. La despojaron de casa, historia y lugar de trabajo. Empacó su vida y sus enseres dejándolo todo en un trastero y comenzó el peregrinaje hasta reorganizarse a pesar del noqueo. Mi amiga es valerosa, fuerte, vital, alegre. Mi amiga tiene el arte para rellenar el alma y no llenarse de furia. Mi amiga tiene más de setenta años y les aseguro que recomenzar a ciertas edades no es fácil. Lo hizo. Lo hace, pero no es fácil.
Esto es un hecho real, recortado para no aburrir. Como el suceso que vivió en Santander, una anciana de 84 años a la que expropió el Ayuntamiento su casa para hacer un nuevo vial (absurdo e inútil vial por el que casi nadie pasa) valorando una casa unifamiliar de dos plantas con un terrenos de más de 80 metros, en 82.000€. En plena ciudad. Claro que antes, de forma ladina y maquiavélica, se había recalificado la zona de urbana en rural. La viejilla, tomaba el sol cuando salía, debajo de un limonero que plantó su marido cuando, con sus manos, hicieron la casa. Allá por los años cuarenta. Amparo, la viejilla, guardaba con amor las facturas de los ladrillos, del cemento, que se utilizó para construir un hogar donde crió hijos y nietos. Lo sé, porque fui la que escribió lo que la PAH leyó en el Ayuntamiento. Lo sé porque tenía que parar de escribir porque las lágrimas y la rabia me empañaban el teclado. Claro que leído en el Ayuntamiento de Santander, siendo alcalde el que luego fuera ministro, Iñigo de la Serna ( a quien dios o el demonio maldigan por siempre) y sus señorías concejales de mi ciudad, ni se inmutaron.
Se perdieron los juicios emprendidos para defender su propiedad o al menos que se le abonara un precio justo. Cuando Amparo empacaba su vida para abandonar la casa, algo turbio le subió al corazón y se la llevaron corriendo a Valdecilla. Tres días después, justo cuando recibíamos el mensaje de que las palas excavadoras trituraban la casa de Amparo, ella expiraba en la UCI del hospital. Me hice la promesa que a ese canalla de de la Serna, le iba a perseguir con mi rabia hasta el final de sus día. A fe que le maldigo cada poco…No sé si hará efecto pero yo, por si acaso, sigo.
Son dos casos que he vivido y que conozco al dedillo. Claro que he tenido noticias de muchos más. Más de cien desahucios diarios hay en España en estos momentos. Más de cien familias son desposeídas de su hogar, de su historia, cada día. Quizá, pensará alguien, que habrá alguna que es desvergonzada y no paga porque no quiere ¿en serio? ¿Creen de verdad que alguien pasa por un drama como es el desahucio de forma banal?
Esos desahucios no salen ya en las noticias porque el tiempo que ocupaban lo sustentan ahora con los temibles okupas. Oh, sí, el gran temor que producen los desaprensivos que te ocupan la vivienda si bajas a por el pan.
La vivienda, como el agua, como cualquier cosa que sea valorable, se ha convertido en bien de consumo. Desde hace mucho tiempo la especulación inmobiliaria ha campado a sus anchas forjando fortunas. También de eso tengo experiencia directa. Gente que aprovecha apreturas económicas, ruinas, divorcios o herencias conflictivas para comprar barato y vender caro. Gente que acumulaba viviendas en construcción para revender doblando el precio una vez construida. Cada vez más caro porque la venta y el alquiler de vivienda son negocio. Como lo será el agua y hasta el aire si pudieran embotellarlo. La especulación capitalista, el desalmado sistema del mercado que cotiza todo lo escaso y se guía por la ley de oferta y demanda. Ese es el problema. El puto sistema que especula con la vida humana.
Por eso se me cortó la digestión viendo a Azucena vagar por un Madrid empobrecida al que la libertad y las luces de colorines de los escaparates que la demente dice no querer apagar, no llegan. Un Madrid, mugroso, triste, con locales cerrados y tiendas en declive. Un Madrid que come haciendo las eternas colas del hambre. Un Madrid, al que se asoma cada mañana un negrero para contratar a desesperados que esperan para cobrar cuatro euros la hora en un trabajo de mierda, cargando mierda, como hace Manuel y ese hijo avergonzado. Unas ciudades que no conocemos cuando visitamos las lustrosas ciudades que llenan de almas torturadas sus calles y de silencio a quien puede y no quiere administrar el decoro.
Y eso, amigas y lectores, lo contiene “En los márgenes” y a mí me ha parecido gran cine, como me lo pareció, en su momento, “Ladrón de bicicleta” o “Roma ciudad abiert”. Un cine excelso y decoroso que nos remueve el alma y nos hace mejorar como personas.
Vayan a verla o no, pero no olviden el dato: 100 DESAHUCIOS AL DÍA en España. Ahora mismo. Hoy.
María Toca Cañedo©
A Amparo, inolvidable luchadora que no pudo con ellos. Jamás te olvidaremos.
Muy buen artículo sobre la película. Muy personal, quizás demasiado, pero eso hace que respire. Enhorabuena. Muy triste lo que cuentas, y muy difícil de solucionar. Quizás una administración que estudie caso por caso, que sea más empática, y una política redistributiva mejor que prime lo que hay que primar de verdad y sepa explicarlo con valentía a los votantes sin espoliar a los contribuyentes…..
Los casos personales ponen el contrapunto a las cifras, tan frías, y al hecho de que es posible que se piense que desahucian a gente que no paga. En ambos casos que cuento, no fue así. Ocurrió un abuso, un sucio y rastrero abuso del sistema capitalista.
Fíjate José A. creo que solo agilizando la administración, quitando burocracia absurda y con personal formado y bien equipado se resolvería mucho drama. Los/as funcionarios están colapsados y hartos de pelear con un muro. Es terrible, pero falta voluntad política para resolver… Y la RBU que sería una gran respuesta a tanto dolor.
Un saludo, José, gracias por tu lectura y opinión.