Estoy dispuesta a perder gente en el camino por defender aquello en lo que creo firmemente.
No soy purista, ni una combatiente osada, no soy de las que se rasgan en jirones la piel, sangrando en la orilla con el pañuelo palestino puesto y el símbolo feminista tatuado en el brazo.
No soy de las que exigen perfección e impecabilidad, pero sí que sé ya de sobra algunas cosas:
Si estás cerca de los poderosos para sacar tu cuota de rédito, no cuentes conmigo para compartir.
Si tu sentido de lo amistoso está mediado por el interés del momento o porque conviene, no me tendrás cerca.
En el caso de que consideres que hay una sutil jerarquía laboral, humana o afectiva que te coloca en superioridad por tener mejor economía o mayores privilegios, me resulta casi imposible entendernos.
Y no, no se trata de limpieza ideológica a la manera dictatorial.
Es más sencillo.
Simplemente, perdí el miedo a que no me quisieran.
La existencia me demostró que muy pocas veces dejó de quererme alguien a quien yo deseaba querer de veras.
Y sí muchas más que está en nuestro recorrido quién ha de estar, quién vibra en sintonía y con quién se produce el entendimiento sencillo y no hay que preguntar incomprensiblemente a cada paso:
– ¿Y ésto a qué viene ahora?
María Sabroso.
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