“Un día prendió el pueblo su fósforo cautivo,
oró de cólera
y soberanamente pleno, circular,
cerró su natalicio con manos electivas;
arrastraban candados ya los déspotas
y en el candado, sus bacterias muertas…”
(César Vallejo).
Nadie pretende que desde el ámbito de lo teórico se gobierne per se la cosa pública. Tal principio “Platónico” (aquel del gobierno ideal de los más sabios) en verdad fue una respuesta a la muerte de Sócrates (obligado a beber cicuta por propiciar, tal vez, la primera revolución de la mente, como caracteriza Robert Palmer a los textos filosóficos disruptivos) quedando como herencia maldita, para el círculo intelectual, que en verdad, desde hace un tiempo a esta parte, protege, cuida y preserva intereses facciosos y sectoriales, en donde la principal víctima, es sin duda la episteme como el logos ( Es interesante, la reacción generada a partir del ensayo de Cansino“La muerte de la ciencia política” para dar un ejemplo de esto mismo).
De acuerdo a lo que señala, Henry Mora Jiménez, de la Universidad Nacional de Costa Rica; “El teorema de Arrow, establece que cuando se tienen tres o más alternativas para que un cierto número de personas voten por ellas (o establezcan un orden de prioridad entre ellas), no es posible diseñar un sistema de votación (o un procedimiento de elección) que permita generalizar las preferencias de los individuos hacia una preferencia social de toda la comunidad de manera tal, que al mismo tiempo se cumplan ciertos criterios razonables de racionalidad y valores democráticos”. Son cinco los aspectos que se deben cumplir o al menos no violar, para encontrarse dentro, de la caracterización de lo democrático, a nosotros, nos alcanzará, solamente con transcribir el primero: “Principio de no-dictadura: No existen individuos que determinen la ordenación de las preferencias sociales con independencia de las preferencias del resto. Nadie puede imponer la decisión social. Todos cuentan por igual (un ciudadano = un voto)”.
Alecciona Mora Jiménez, “El resultado del Teorema de Arrow concluye que no existe ninguna regla de agregación de preferencias que tenga tales propiedades normativas deseables, a no ser que las preferencias sean el fiel reflejo de las de algún individuo, denominado dictador”.
En términos puros, o duros “La democracia sería un procedimiento de amenazas y negociación, que implicaría que las expectativas se ajusten o acondicionen a las de los otros individuos. Las personas tienen que negociar, intercambiar, regatear y alcanzas consensos, bajo la amenaza del exterminio mutuo” (Henry Mora Jiménez).
Claro que esto finalmente no ocurre, por una cuestión matemática, básicamente. La principal variable que mantiene el statu quo, de estas simulaciones democráticas, es la pobreza y la marginalidad. Mientras se tengan índices altos, aquellos que escapan de tal reducto, más chances tendrán de seguir sometiéndolos, a sus decisiones, por un mendrugo o una dádiva a todo un universo de individuos al que de lo contrario, los tendrían que integrar en el cabal sentido del término. Finaliza Mora Jiménez: “La igualdad contractual se transforma ella misma en relación de dominación, y lo hace por su lógica interna, que es una lógica de compra-venta (en general, de intercambio entre valores equivalentes). Por medio de la compra-venta se transmiten poderes, y estos poderes establecen una relación de dominación que en ningún momento viola la igualdad contractual”.
La violencia sexual produce por lo general strepitus fori, básicamente dado que el accionar de índole privada (o reservada) como la práctica sexual, es socializada, a efectos de que alguien resultó víctima padeciendo como abuso de la genitalidad de otro, o siendo menoscabado/a en su propia genitalidad, perforando la cuestión orgánica, y siendo afectado/a en su dimensión moral, psicológica y humana. Esta aberración, demuestra hasta qué punto los seres humanos, podemos prescindir de nuestra humanidad, despertando la curiosidad, de los congéneres, como para exorcizar la posibilidad de que eso mismo vuelva a ocurrir.
En términos políticos, ocurre algo muy parecido. De hecho son cada vez más comunes, las escenas públicas de pornografía política. Descontando a los pobres y marginales, a los que están en el negocio, como oficialista u opositores, a los románticos o incautos que les hacen el juego, el resto observamos impávidos, como violan una y otra vez, a nuestra democracia sometida a los peores vejámenes desde hace tiempo, es tan cruenta y atroz esta situación que no haremos nada para que cambie o se modifique, solo esperamos que no nos ocurra a nosotros lo mismo, al punto de ofrecernos a besar el falo del violador para creer que de tal modo, no seremos violados, sí es que nos entregamos antes.
La metábasis, es la transición, proviene del cruzar y en lingüística, como en lógica y psicoanálisis se la usa, como para señalar un salto (incluso falaz o fuera de la forma, de la ortodoxia), de un orden a otro.
Proponemos el uso en el campo de la filosofía política, tal como lo advirtiera el poeta César Vallejo, los déspotas cargan en sus candados sus bacterias muertas, tal vez sea tiempo de pensar en un salto, en una disrupción de la metábasis, de la transición de la noción democrática en la que habitamos oprimidos por nuestros temores y encontremos como dignos heraldos negros, un testimonio más armónico e integral de nuestra experiencia humana que se condiga con lo que deseemos o pretendamos de una o de otra “democracia” o cómo la queramos llamar.
Francisco Tomás González Cabañas.
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