De las personas que comparecen hoy ante un juez en Oviedo por defenderse de quien les agredió, por vencer al miedo.
De las que tiraron piedras a la policía en Nueva York el 28 de junio de 1969, por señalarnos el camino.
De Lynn Conway, porque fue fiel a si misma y no al dinero.
De las de la foto en blanco y negro de la manifestación de 1977 en Barcelona, por darle color a aquellos años que dicen que fueron ejemplares.
De Vallecas, por hacer en 1981 lo que todas harían después.
De Vallecas otra vez, por recordarnos como como se gestiona un Orgullo De La Prohibida, por demostrar que activismo y glamour pueden y deben ir de la mano.
De Algora, por lo mismo.
De Zapatero, por haber sabido escuchar nuestra voz entre una jauría de sotanas y gaviotas.
De las lesbianas, gais, bi y trans de África, por ser nuestras mártires ante nuestra ceguera y silencio tantas veces consciente y cómplices.
De aquellos dos señores de barbas y pelo largo que siendo yo niño vi agarrarse de la mano mientras paseaban desnudos por la playa de Vigo entre los insultos de bañistas, curioso y de la propia policía que se los llevó esposados como si hubieran robado o matado, por confirmar mis sospechas.
De los otros tres gatos con los que entre insultos y agresiones salimos en Buenos Aires en 1995 para festejar el Orgullo, por recordarme lo importante.
De los que no dicen “Orgullo Gay”, por prestar atención.
De los que no van a una “cabalgata”y van a una manifestación, por ubicarse.
De los que no preguntan por el Día del Orgullo Hetero, por vencer a la estupidez.
De los que no esperaron a que fueran las demás las que lucharan por sus derechos mientras renegaban, por no haber renegado.
De mis amigos hetero, por serlo a pesar de los pesares.
De las trans que siguen luchando a pesar de la injusta espera, por eso mismo.
De las “mariquitas” y los “travestís” (con acento en la i) de Benidorm, Torremolinos y el Paralelo de Barcelona porque lo dieron todo en los tiempos duros sin recibir nada.
De Bibiana, de Alaska, de Almodóvar, de Amenábar, de Luis Miguélez y Juan Tormento, de Carlos García Berlanga, de Paloma Chamorro y de Javier Gurruchaga por sus lecciones entre líneas de mi adolescencia.
De Harvey Mills, Gloria Fuertes, Pedro Zerolo y Sylvia Rivera por haber existido.
De Mauro Cabral, por su frente siempre alta.
De mi tía por jurar y perjurar que no se va a morir sin dejarme casado con un “buen chico “.
De mi madre porque también lo piensa aunque no lo diga.
De Beatriz Gimeno y Boti, por haber sido y ser.
De Podemos, por abrirme sus puertas y escucharme siempre.
De Rubén Lodi y Ramón Martínez porque nos dimos una oportunidad.
De Jordi Petit, por decirme a través de la televisión hace treinta años que existía mucha gente “como yo”.
De Jordi Petit, por compartir mis publicaciones sin saber que es uno de los honores más grandes que hubiera podido imaginar.
De quienes confiaron por mi sabiendo que soy homosexual, por eso precisamente.
Del pueblo de Madrid por hacer de la nuestra su fiesta más grande.
Del pueblo de Madrid por haberlo hecho en condiciones adversas.
De los que fueron vagos y maleantes, por su dignidad.
De quienes no se olvidan de Chechenia, por su humanidad.
De Sofía Castañón y Mar García Puig, por partirse la cara por mi y por ti en el Congreso ante un Gobierno enfurruñado y hostil.
De las y los que no he nombrado aquí mereciéndolo, porque a muchos lo que menos nos importa en este camino es que nos nombren.
De mi, por todo y a pesar de todo.
De ti, por usar tu tiempo para leer esto. De usted, por lo mismo.
Mario Erre
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