¿Qué es un paria? La persona que queda excluida de los derechos comunes: un individuo sin pasaporte, sin papeles, sin identidad nacional reconocida, sin amparo legal. El ser más débil.
Hannah Arendt (1906-1975), filósofa judía de origen alemán y luego nacionalizada estadounidense, fue paria durante un tiempo: un ser humano sin auxilio (fuera del amparo afectivo de los suyos), un ser al que le arrebataron su dignidad.
Conseguirá escapar de las sevicias del Tercer Reich, de la persecución, emprendiendo un huida que la llevará a los Estados Unidos.
Con ese viaje de desarraigo dará inicio a una azarosa marcha y a una incierta vida. Obtendrá los papeles y podrá ejercer la profesión docente y la reflexión filosófica.
Al final será una norteamericana singular, estudiosa de la República estadounidense y de sus desarreglos.
Y sobre todo será experta en el mal del siglo: el totalitarismo, ese sistema que convierte a ciertos seres, a ingentes sectores de población, en superfluos.
En sus reflexiones, Hannah Arendt concederá toda la importancia al individuo, a cada uno de los individuos que con coraje se afanan en vivir y en sobrevivir.
Criticará toda tecnocracia que deseche el sentido y el efecto de la acción humana. Entre otras cosas, la vida es labor, trabajo, acción.
Cuidamos el cuerpo, fabricamos nuestros enseres y, sobre todo, nos hacemos oír, nos hacemos accesibles unos a otros, no sólo en el ámbito íntimo o privado, sino también y principalmente en la esfera pública.
Ése es el auténtico lugar de la libertad, de la deliberación, de la argumentación racional y de la democracia.
Hannah Arendt subrayará la limitación, la finitud y la precariedad humanas. No hay, ni hubo, ni habrá omnipotencia.
Creer que tal cosa es posible nos conduce al infierno, a la sociedad perfecta que ahorma y estrangula a quien disiente.
El espacio público regulado con derechos reconocidos es un lugar imperfecto, pero es el ámbito de protección del débil.
De la fatalidad del linaje y del parentesco, los seres humanos pueden escapar. ¿Cómo? Gracias al espacio público de los iguales que en su desigualdad tienen los mismos derechos y amparos.
Pero Arendt defenderá también lo público como ámbito superior y preferible al lugar de la fabricación, del trabajo, de la técnica.
Ese espacio común es donde mejor se expresa la vida activa: la acción como meta de la humanidad. Y la acción va más allá del cuidado personal o de la fabricación.
Arendt se opondrá a otra idea común. No hay un determinismo del proceso histórico que llegue hasta nosotros. Somos un azar cuyas conexiones no son obvias.
Si esto es así, entonces el presente es un empeño de la libertad. Es un ámbito de la voluntad consciente frente a las fatalidades.
Los individuos pueden pensarse mejores, perfilar sus cualidades, hacerse escuchar, razonar, argumentar para así llegar a consensos. Los individuos existen, no son esencias predeterminadas.
Son lo más valioso…, y hasta el ser más débil merece protección para zafarse de un destino y para evitar las crueldades de los fuertes, de las empresas o de las instituciones.
Ningún individuo es superfluo.
Los totalitarismos no decayeron tras la Segunda Guerra Mundial: persisten en las conductas y en ciertos hábitos de quienes no se toman en serio a sus congéneres, juzgándolos simplemente prescindibles.
Hay gentes así en los tiempos oscuros de Hannah Arendt y en nuestra época. Y esos tipos no siempre son depredadores o degenerados patológicos.
Frecuentemente son unos idiotas morales, gentes que adormecen su conciencia para de ese modo infligir el mal sin inquietarse. No son ni siquiera trágicos.
Son más bien ordinarios, corrientes, quizá unos vecinos presuntamente ejemplares.
Son tal vez eficaces y modélicos funcionarios o empleados que cumplen unas funciones incluso letales.
Son gentes que ejecutan, que forman parte de una cadena de producción del mal sin por ello verse afectada su conciencia.
Al fin y al cabo desempeñan una pequeña tarea. No necesitan interrogarse sobre las consecuencias de sus actos.
Hannah Arendt fue y todavía es nuestro referente, una mujer judía, atea, un ser imperfecto, limitado, débil, pero con un alto grado de consciencia y de amor por la humanidad.
Escandalizó a los suyos y los conmovió. Y supo pensar contra la corriente.
Yo la leo una y otra vez y, sí, aún me conmuevo.
Justo Serna
Ilustración de Hannah Arendt: Graffiti (2014) de Patrik Wolters alias BeneR1.
https://www.lapajareramagazine.com/hannah-arent
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