En los últimos años nos vimos poco. Las prisas de un presente apretado que nos partía el tiempo apenas dejando huecos para vernos. Una cena, una escapada, tú de tu vida, yo de mis asuntos, llamadas con urgencia para cosas concretas, mensajes de wasap, muchos mensajes de wasap. Incluso a veces una distancia propiciada por gente ajena que nos distanció lo justo que mide una sonrisa. Nada importante porque estuvimos unidos por lazos indisolubles. El lazo del amor, por supuesto, el principal, pero hubo otros. El de la admiración, porque yo admiraba tu calma resolutiva que te llevaba a dudar poco, a pensar quedo porque casi sin darnos cuenta resolvías cosas difíciles con la soltura con la que andabas la distancia. Tu honradez, tu honestidad a prueba de contiendas, me resultaban admirables en un mundo duro, difícil en el que tocó crecer. Te mantuviste limpio a pesar de las contiendas. Y lo fuerte que me parecías. Fíjate, con la fragilidad que guardabas en ese pecho inmenso al que abrazaba de vez en cuando; parecías un baluarte de seguridad y fortaleza.
Tú me querías, claro. Era la mama. El fuerte donde te refugiabas en secreto cuando volvías a ser niño y la fragilidad te desarmaba. Te gustaba oírme, preguntarme sobre cualquier cosa, porque siempre fui marisabidilla y ejercía, más que de madre, de consejera. Como tú conmigo, porque con el paso de los años, tu criterio, tu opinión eran ley para mí. Confiábamos ciegos el uno en el otro. Puerto seguro siempre. Como no amarte, como no admirarte. Juntos atravesamos tantas marejadas que por fuerza confiábamos el uno en el otro porque casi crecimos juntos y la vida nos vapuleo demasiado.
Nos veíamos poco en los últimos años. Hasta que llegó el quiebro y pasamos horas juntos, tú postrado en el hospital, yo a tu lado, leyendo, cuando te aislabas, o charlando cuando el ánimo se te explayaba. Y volvimos a encontrar lo que nunca estuvo perdido, tan solo se había escondido por un tiempo irreal. Hablamos bastante de política . De la familia. De tus niños. De tus sueños. De los míos. De la realidad que vivíamos en esta España que nos dolía a ambos, porque aprendisteis conmigo que todo es personal, que vivimos en una realidad que no podemos sacar de nuestro entorno. Padecías la crisis como un penado. Y como un titan luchabas por lo que amabas más que nada. Tus pequeños. Tu vida. Tu libertad. Habías aprendido conmigo como sacar partido a las penurias, como hacer cuentas al céntimo para que todo case, como se hacen filigranas con el dinero justo para sobrevivir. No te pesaba la precariedad personal. Maldecías, en cambio la de los tuyos. Eran tiempos duros, eso aceleró que tu corazón maltrecho se quebrara.
Nos veíamos poco pero compartimos todo. Cualquier alegría, trastoque, triunfo, derrota (eso menos, ambos éramos pudorosos con el dolor) nos la comunicábamos con palabras muy cortas, con la prisa que nos llevaba a galope por la vida. Incluso ahora, cuando tu ausencia se ha consumado, comparto contigo mis pequeñas luchas, mis escuetos triunfos y las derrotas. Tú con esa presencia alada que imagino, me consuelas o sonríes cuando notas que todo va bien. No podría soportar tu ausencia si no imaginara y compartiera esos momentos contigo. Sabes, en cada presentación de algún libro, o si me dan un premio…son para ti mis primeras palabras. Es para ti esa mirada que lanzo al infinito cada vez que las cosas van bien porque intuyo que tienes algo que ver. Y que te alegras. Por tu mama.
Hoy que el dolor se ha mitigado y queda el sordo rumor de un fuego que no quema. Hoy, que el tiempo ha sido bálsamo de una herida que jamás cerrará pero que la costumbre hace que no sea lacerante, añoro esos momentos en que comulgábamos contándonos la vida. Deprisa. Tú siempre lacónico, porque vivías a zancadas una vida de palabra alegre y de silencios duros. “Chachi, mama, como me alegro” me decías cuando te contaba que pensaba editar. Y tú me referías que estabas construyendo una moto, pieza a pieza, para salir a competir con ella…O la nueva inversión, la nueva idea que se te ocurría para tu trabajo. Saliste fenicio, como la mama, me superaste con creces. No sé hasta donde hubieras llegado de haber tenido tiempo, seguro que muy lejos. Yo te animaba, con la baba caída, presa de admiración y me felicitaba por haber tenido la suerte de parirte.
Parirte un 31 de Mayo, hijo. Un día como hoy. Y sí, aunque el dolor vuelva a doblarme mientras te escribo, me siento orgullosa, muy feliz de los años que pasaste en el mundo, porque sé que lo hiciste mejor, al mundo y a mí. Porque llevarte en mi seno, parirte, amarte con locura, es de lo mejor que hice en mi vida. Y que me rodea un halo de nobleza cada vez que hablo contigo. Por eso, hoy hijo, permíteme que me felicite: hoy te parí. Hoy parí a un hombre honesto.
María Toca
In memorian de Luis Morao Toca
Emotivo homenaje. Lamento tu pérdida, María. Un fuerte abrazo.
En frialdad del móvil veo cálido ese recuerdo mojado por las lágrimas que derramas, mientras desnudas tu sentimiento en el papel con la sensibilidad que tu sabes hacerlo, y de mis ojos también haces brotar lágrimas por la emoción.