Yo he conocido cantores que no quieren opinar,
Pero yo canto opinando que es mi forma de cantar
En El gaucho Martín Fierro de José Hernández
Invocando la ayuda a un cielo desafecto,
con los brazos cruzados sobre el pecho,
las piernas entreabiertas y
los ojitos cerrados,
los adjetivados “menas”:
esos niños que en el fluir de un rio de locura
cercano al desvarío,
rodeados de brutalidad y miseria,
aguardan poder romper la cuerda que les ata a su mísera pocilga,
para cabrioleando,
como indómitos potrillos sumidos en ensoñaciones,
colarse en los bajos de un camión
o en una barcaza de goma o de madera
que les lleve desde ese establo oscuro en el que viven
a su idealizada Ítaca
al otro lado del estrecho,
donde suponen podrán quitarse para siempre
el diario mono sucio que les cubre.
Niños que creyeron
las delirantes narraciones de abundancia y saciedad
que solo ocurre en los cuentos infantiles narrados por fanáticos idiotas.
Niños que ansían la libertad.
Niños que para huir de su miseria
decidieron batirse con las aguas del cementerio marino que separa África de Europa.
Indomables niños que han descubierto en esa larga noche de incertidumbre, ira y aventura,
a donde llevan las seductoras ficciones
asentadas en los engañosos cuentos infantiles.
II
Como Alicia en su viaje idealizado
al quimérico país de las Maravillas,
estos niños no acompañados
han experimentado en carne propia
que la poesía sentimental que pensaban anidaba al otro lado del cementerio gibraltareño,
era solo un enfangado cuento tiránico
de loco desvarío,
cuyo lema, a modo de parto idealizado,
o acariciador epitafio bañado por las olas convierte la temeridad y la bravura
de los potrillos y caballos indomables,
en ilusiones rotas de oveja sin redil
Enrique Ibáñez
Deja un comentario