Llevaba más de medio siglo sin ver a Joe Dedosligeros. Ayer se me acercó en el bar y se sentó a la mesa. Traía una botella de whishy, dos vasos y un morral de experiencias. Me hizo la misma pregunta que cincuenta y cinco años atrás: “¿Va usted de paso, forastero?”. Aquel día no supe responderle. Ayer sí: “Todos vamos de paso, amigo, y todo el mundo es forastero frente a un espejo”. Asintió pensativo. Bebimos.
Joe Dedosligeros había aprendido en el camino algunas maravillas útiles para la vida, o eso creía él: que había comanches buenos y federales malos, que la palabra de un jerarca blanco vale menos que un dólar falso y que el brillo del oro pudre el alma y conduce a la locura.
“El sol sale en las praderas para todo el mundo, incluyendo a los coyotes, a los escorpiones y a los bisontes” sentenció, “y los pieles rojas solo cortan cabelleras cuando no pueden cortar filetes”.
Aseguró que los sioux tenían derecho a llevar plumas de colores y los federales a llevar sombrero, que cada uno se ponía en la cabeza lo que le daba la gana y que sobre ese particular no admitía discusiones. Lo dijo en tono amenazante, como si yo tuviera intención de rebatirle el argumento. Nada más lejos.
“Los jueces han ahorcado a muchos santos y a pocos bandidos” continuó después de un reflexivo silencio, “decir la verdad es tan peligroso como asaltar diligencias y un beso de amor vale más que la caja blindada de cualquier banco, pero eso sí”, me apuntó al entrecejo con el dedo índice: “nunca juegues al amor con una belleza inasumible ni al póquer con un tahúr, porque perderás la dignidad y el dinero”.
Joe Dedosligeros había aprendido que era un crimen asaltar trenes correo y destripar cartas de amor, que conducir rebaños al matadero es oficio de charlatanes más que de vaqueros, que el agua de fuego enloquece tanto a los apaches como a los cuchillos largos y que los bandidos más canallas empuñan estilográficas en vez de revólveres. “Una estrella tiene valor en el cielo, no en la solapa de un sheriff o en la bandera de una nación” continuó, “y puedes fiarte de un fuera de la ley antes que de un cazarrecompensas”.
Joe Dedosligeros dijo haber aprendido mucho más desde el día de la foto y estuvo hablando hasta que el barman nos invitó a salir. Iba camino de la frontera, hacia el río Bravo. Alguna deuda tendría pendiente. El caballo negro levantaba un polvo dorado. Me alegró verlo después de tanto tiempo. Por momentos me evocó a Pepito Illanes e incluso a mí mismo, pero el whisky embota los sentidos y no recuerdo todo lo que dijo o no quiero recordarlo.
Joe Dedosligeros era intrépido y feliz a lomos de aquel caballo, cuando lo conocí, hace cincuenta y cinco años. Ahora parece que también lo es. Buen viaje, querido Joe, hasta la vista, que no te detengan fronteras ni te abatan prejuicios ni te domine la estupidez.
José Antonio Illanes.
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