Hace dos años se produjo una marea de solidaridad liderada por el movimiento feminista. De repente nos encontramos con la historia de una mujer que estaba a punto de desobedecer a la justicia con el afán incuestionable de querer proteger a sus dos hijos menores de edad. A estas alturas de la historia no hace falta explicar los hechos que acontecieron alrededor del caso de Juana Rivas como víctima de violencia de género y, posiblemente, víctima de leyes que se niegan a adaptarse a las necesidades legales de millones de mujeres a las que suele re-victimizarse constantemente a través de un sistema que sanciona a los más vulnerables. En este caso los más vulnerables eran los hijos de Juana, que se vieron envueltos en una marea mediática frívola y ciertamente irresponsable.
A grito de ‘ Todas somos Juana’ o bajo el eslogan de ‘Juana está en mi casa‘, millones de mujeres y hombres se sumaron como muestra de fraternidad y camaradería. Es hora de hacer balance, admitir el estrepitoso fallo y la imprudencia – totalmente entendible – y dejarse abrazar por la auto- crítica. La crítica es indispensable para cualquier movimiento político, pero para el feminismo forma parte de su esencia. Yo también participé, me uní a aquella irresistible forma de desobediencia virtual; participé en la cartelería que reclamaba justicia y contribuí a la avidez. Me convertí en masa madre, aquella que germina y se hincha al fermentar presa del calor y del furor de la materia prima.
Las redes sociales, en un sistema neoliberal, retroalimentan las falsas expectativas convirtiéndolas en mercancía disponible de forma rápida y mecánica para ser consumida. Con Juana consumimos de la única forma que nos ha enseñado el capitalismo; ferozmente, indiscriminadamente y compulsivamente. Nos dejamos llevar de manera casi moralista por el imperante individualismo de un puñado de feligreses deseosos de que algún mesías les concediera el milagro. Caímos y recaímos patológicamente en un síndrome de Jerusalén contemporáneo. Nos aprovechamos de Juana, de su situación extrema, de sus decisiones suicidas y del ferviente maniqueísmo imperante. Todas creímos que exponiendo a Juana salvaríamos a nuestros hijos y a nosotras mismas, como si aquella utópica sentencia en la que creíamos fuera a crear jurisprudencia en nuestras vidas; máxime cuando el sistema legal ya contempla la medida de retirada de custodia y patria potestad en menores víctimas de violencia machista. El problema está en quienes ejecutan e interpretan esas leyes llena además de fallos de forma y recubiertas de un halo perverso como homenaje a Richard Gardner.
¿Ahora qué? Juana ha sido condenada a cuatro años de prisión, a indemnizar al padre de sus hijos y ha perdido la guardia y custodia de los menores. Con Juana ganábamos todas – o eso creíamos– pero lo cierto era es que la única que ha perdido ha sido ella. Por eso la lanzamos al precipicio, la utilizamos como a un monigote de feria presas del egoísmo, carentes de visión crítica azuzando a un avispero con un palo de selfie y desde el salón para evitar las picaduras.
Un hashtag es un maremoto que arrasa en dos minutos con todo y después no deja nada. Vacío. Casas huérfanas y destruidas junto a almas que deambulan deseosas de subirse a la siguiente ola. Debord nos los explicó en su ‘ Sociedad del Espectáculo‘, Zygmunt Bauman analizó las ‘ sociedades líquidas’ y nosotras nos empeñamos en programar de manera automática un puñado de eslóganes y frases cortas que disparan indiscriminadamente a modo de metralleta mensajes vacíos de contenido y de esperanza. El patriarcado es un sistema que ha educado a la sociedad con métodos que permiten y legitima la explotación en todas sus formas, especialmente sobre el cuerpo de las mujeres. Una sociedad que es capaz de comprar el cuerpo de una mujer se convierte, irremediable, en una masa desarrollada y preparada para seguir explotando. Nosotras hemos explotado a las más vulnerables y hemos elegido mecanismos que refuerzan, mal utilizados, las conductas neoliberales. Ahora ya es tarde para Juana, ya no podemos enmendar la culpa yéndonos de cañas y ofreciéndole limosnas a golpe de influencers.
El feminismo no es una hucha parroquial que ofrece mendrugos de pan al mendigo que pasa por la puerta; es un movimiento político que pretende erradicar la mendicidad colectiva por una razón de justicia. La desobediencia está justificada, el único problema es que ser valiente bajo una democracia que nos proporciona herramientas es una opción, desobedecer bajo regímenes totalitarios es una proeza. Ser Rosa Parks en España es un anhelo existencial de los deseos de libertad individual. No solo nosotras, las feministas, tenemos que hacer auto- crítica, también les corresponde a los partidos políticos que utilizan a las víctimas de cara al voto. Pasó con María Salmerón, pasó con Susana Guerrero y ha vuelto a pasar con Juana Rivas; las tres fueron juguetes rotos e instrumentos políticos. De la misma forma las tres se han visto solas a la hora de la verdad y a la hora de la realidad. Las tres fueron alguna vez referentes feministas. Ya no queda nada.
Aliza Díaz
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